El seleccionado argentino de vóleibol superó invicto la primera fase del Mundial, pero la meta de alcanzar un lugar en los cuartos de final se tornará imposible si no logra darle mayor sustancia a su juego. El peso de la localía, la obligación de ganar y otras razones de similar tenor son factores que el seleccionado, a este altura del Mundial, deberá tener por asumidos y superados para sostener sus pretensiones ante los rivales que le tocaron en suerte en la segunda ronda. Italia, Bulgaria y aún Japón seguramente no le perdonarán al seleccionado argentino los pecados que Australia, China y Portugal trataron con indulgencia en la primera fase. Una de las piezas que no encajó, como de costumbre, fue la del armador Javier Weber. Ante Australia y China los argentinos sufrieron serios problemas con la organización y distribución del juego. Weber, quien hace poco dejó atrás una lesión, no recuperó aún la velocidad habitual. Frente a los portugueses lució mejor, pero sus dedos no consiguieron todavía la precisión que se necesita en la máxima competencia. También es cierto que el levantador no siempre jugó con la pelota en la cabeza, ya que el equipo, por momentos, también falló en la recepción. En ese aspecto, Jerónimo Bidegain -reemplazado en todos los partidos por Gastón Giani- estuvo por debajo de las expectativas. Alejandro Spajic, el único central definido, tuvo vaivenes junto con el rendimiento colectivo. Tuvo su pico alto ante China y en los otros choques alternó buenas y malas. Hugo Conte respondió con manotazos en los momentos clave y con su capacidad de resolución en algunas pelotas sucias. Otro que apareció con solvencia fue el sanjuanino Jorge Elgueta, especialmente en los pasajes en los que el resto del equipo jugaba en las sombras. Marcos Milinkovic, aún con sus momentos desvaídos, fue el eje de las tres victorias. Ofreció su vital cuota de ataque en los primeros dos choques y brilló en el último contra los portugueses, cuando pegó y anotó con remates y toques variados, incluso en pelotas comprometidas desde la elaboración. El seleccionado tiene ahora 48 horas de descanso para liberarse mentalmente de las cargas externas y así acomodarse de otra manera en la cancha, con más soltura y con menos miedos. Italia no tiene la generación de oro que lideró Julio Velasco pero sigue en la cumbre del vóleibol; Bulgaria sorprendió en la primera fase y tiene un par de atacantes temibles; Japón, con el orden de siempre, es un rival de menor calidad pero imposible para un equipo que no tenga una línea definida de juego. El margen de error se redujo. Argentina, con la confianza ganada en la primera fase, tiene que generar otro nivel de vóleibol para encarar la segunda etapa. ¿Podrá? (Télam)
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