| | Editorial Un país que tiene arreglo
| No es ninguna novedad: muchos argentinos poseen una visión en extremo negativa de sí mismos, como país y como pueblo. Y en esta coyuntura dramática en que se ha erigido la prolongada crisis económica y social, tal negatividad se ha acentuado. Ayer, en relación con esos exagerados niveles de autocrítica, que a veces parecen llegar a la flagelación, se comentaba en esta columna el sorprendentemente alto porcentaje de coincidencias que habían despertado en el país las duras observaciones realizadas por el presidente uruguayo Jorge Batlle y, hace pocos días, por el candidato a la presidencia brasileña por el Partido de los Trabajadores, el popular "Lula". Pero ese rasgo, que en nada contribuye a mejorar el estado de las cosas, dista de ser novedoso en la Nación Argentina. Basta, para refirmar lo antedicho, con refrescar algunos ejemplos. Desde la oscura cosmovisión que se plasma en muchas letras de tango -el caso más ostensible es el discepoleano "Cambalache"- hasta la condena metafísica que parece pender sobre la República de acuerdo con los conceptos emitidos por brillantes plumas como la de Domingo Faustino Sarmiento (en su magistral "Facundo") o Ezequiel Martínez Estrada (en ese texto inolvidable que es "Radiografía de la pampa"). Y no es que desde aquí se intente restar méritos a obras de tal trascendencia, sino que se busca destacar los rasgos trágicos -e irreversibles- que truncarían, de una vez y para siempre, de acuerdo con autorizadas opiniones la posibilidad de que la Argentina se convierta en una Nación exitosa. Esa mentalidad se ha extendido a tal punto entre la población que, tal como atinadamente observa el ensayista estadounidense Nicolás Shumway, existe una frase definitoria de semejante estado de ánimo, pronunciada cotidianamente por muchos argentinos: "Este país no tiene arreglo". ¿No tiene arreglo? Conviene recordar que una nación constituye, también, la suma de los sueños de quienes en ella habitan. Y que esos sueños son los ladrillos que permitirán construir (en este caso, reconstruir) la casa. Entonces, todo indica que ese es el primer paso que deberían dar los argentinos para retomar el perdido camino de la grandeza: regenerar la ilusión colectiva; retomar la fe en las propias fuerzas; recuperar el proyecto común, abarcador y solidario. Y sólo después reasumir el protagonismo necesario, sin delegarlo jamás.
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