Año CXXXV
 Nº 49.614
Rosario,
viernes  27 de
septiembre de 2002
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Reflexiones
De la palabra a la acción

James Wolfensohn (*)

Con la llegada de los ministros de Finanzas a Washington para participar este fin de semana de las reuniones anuales del Banco Mundial y el FMI, ha llegado también el momento de concentrarse en la implementación de los acuerdos surgidos en las cumbres mundiales de Doha, Monterrey y Johannesburgo. Allí, tanto los países ricos como en desarrollo se comprometieron a acelerar la reducción de la pobreza y a avanzar en el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio para el año 2015, los cuales incluyen mejorar el nivel de salud y educación de los habitantes más pobres del mundo. Y qué mejor manera de hacerlo que empezando por el comercio.
En la Cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) realizada en noviembre pasado en Doha, se acordó concentrar las negociaciones comerciales en una agenda de desarrollo para atender los principales problemas que enfrentan los pobres. Pero no hay necesidad de esperar hasta la próxima cumbre ministerial de la OMC a realizarse en México el año entrante para hacer realidad los acuerdos. Los países ricos pueden tomar la iniciativa y dar el ejemplo, a través de la reducción de sus aranceles, subsidios, caprichosos estándares a los productos, medidas proteccionistas "antidumping" y otros obstáculos que se interponen a los esfuerzos de los países en desarrollo por competir en los mercados mundiales.
No será fácil adoptar estas medidas. Los intereses creados tratarán de hacer todo lo posible para proteger sus propias ventajas. Pero los aires de cambio cada día son más fuertes. Los grupos de la sociedad civil que lograron con éxito exigir medidas para reducir la deuda y las minas antipersonales insisten en que ha llegado el momento de que los países en desarrollo obtengan un trato justo en el mercado mundial. Y la sociedad civil no está sola. Tanto la Organización de las Naciones Unidas como las instituciones financieras multilaterales, economistas del mundo académico y líderes de los países desarrollados demandan a los países ricos que den el ejemplo en relación al comercio.
Algunos de ellos ya han dado pasos en la dirección correcta. Estados Unidos, Europa, Japón y Canadá han adoptado programas para facilitar el acceso de las exportaciones provenientes de los países más pobres a sus mercados, mientras que existen señales esperanzadoras en la reciente aprobación de la Autoridad de Promoción del Comercio en EEUU y las conversaciones entre este país y Europa para atender el asunto de las subvenciones agrícolas. Sin embargo, también ha habido reveses recientes y perjudiciales. Por ello, el momento ha llegado de pasar de las palabras a la acción y remover de una vez por todas los obstáculos que aún les impiden a los países en desarrollo participar de manera plena en la economía mundial.
En este sentido, los aranceles excesivamente altos con los que los países ricos gravan los bienes que mejor producen los países pobres resultan especialmente perniciosos. En EEUU, este tipo de aranceles, también conocidos como barreras arancelarias, se concentran en los textiles y la industria del vestido, mientras que en Europa y Japón en agricultura, alimentos y calzado, los cuales son justamente los productos con uso intensivo de mano de obra que constituyen el primer peldaño en el ascenso tecnológico de los países en desarrollo. Los aranceles y las cuotas que aplican los países desarrollados a las exportaciones textiles significan una pérdida estimada de 27 millones de empleos en los países en desarrollo. Porque con cada empleo en el sector textil de un país industrializado que se salva gracias a estas barreras, se pierden cerca de 35 en esta área industrial en los países de bajos ingresos, donde ser el sostén de la familia se traduce literalmente en "poner un pedazo de pan" en la mesa. Por otra parte, los aranceles que se aplican a los productos alimenticios y textiles aumentan los precios y recargan los presupuestos familiares de los hogares de bajos ingresos.
La progresividad de los aranceles, los derechos extremadamente bajos para las materias primas sin procesar y que se incrementan de manera muy marcada con cada etapa de procesamiento y de valor agregado socavan la manufactura y el empleo en aquellas industrias en que los países en desarrollo podrían ser competitivas de no mediar este fenómeno.
Pero eso no es todo. Los cerca de US$350.000 millones anuales (casi US$1.000 millones al día) que los países ricos gastan en subvenciones para proteger su agricultura han ido minando la base de sustento de los campesinos pobres de los países en desarrollo. Sin embargo, estas mismas subvenciones, las cuales benefician principalmente a las grandes empresas agrocomerciales, superan siete veces los US$50.000 millones que estos países destinan cada año a ayuda externa. Así, como consecuencia de las subvenciones y protecciones, los precios del azúcar, por ejemplo, son tres veces más altos en EEUU y en Europa que en el mercado mundial, en detrimento de los productores de bajo costo como Brasil. ¿Tiene algún sentido estar subvencionando la producción de la remolacha azucarera en el norte de Europa?
Asimismo, están las barreras no arancelarias, como las normas y medidas antidumping que a menudo imponen cargas indebidas a los productores de los países en vías de desarrollo y que en ocasiones revisten un proteccionismo solapado. Para cumplir con las normas de la Unión Europea, por ejemplo, los procesadores de pulpa de mango de la India deben llevar detallados registros de cada envío que hacen los pequeños campesinos que cultivan esa fruta. En vez de eso, ¿no sería mejor concentrar los esfuerzos directamente en las normas de calidad? Mientras tanto, las medidas antidumping afectan especialmente a los pequeños países y pequeñas empresas que no tienen los recursos suficientes para demostrar ante los tribunales que no están vendiendo por debajo de sus costos de producción.
Los países en desarrollo están haciendo grandes esfuerzos por llegar a ser más competitivos e incorporarse al mercado internacional si tienen la oportunidad justa y equitativa de hacerlo. Acceso a mercados, condiciones equitativas para bienes y productos, y una asociación comercial que no sólo sea de nombre son demandas que he escuchado repetir una y otra vez a los líderes del mundo en desarrollo. Los países ricos tienen ahora la palabra.

(*) Presidente del Banco Mundial (BM)


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