Año CXXXV
 Nº 49.611
Rosario,
martes  24 de
septiembre de 2002
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Reflexiones
La recuperación argentina

Joseph Stiglitz (*) / El País (Madrid)

Se pueden ver los primeros indicios de la recuperación de Argentina. Para muchos, lo que sucedió y lo que está sucediendo en ese país es un misterio. Se suponía que abandonar la "convertibilidad", o sea, un sistema de tipos de cambio fijos, iba a ser un desastre, y lo fue. La producción cayó y el desempleo aumentó drásticamente. El temor a estos costes, combinado con las ayudas del Fondo Monetario Internacional (FMI), impidió a Argentina abandonar su plan de conversión hasta mucho después de que hubiera quedado claro que el sistema no podía mantenerse. Esta obstinación empeoró las cosas cuando todo se desmoronó.
Pero lo que mantuvo a Argentina unida a un sistema que no podía funcionar fue fundamentalmente el miedo a la hiperinflación. Cuando preguntaba a la gente, durante mis visitas a Buenos Aires, por qué Argentina insistía en este desatino económico, me daban una única respuesta: "Sí, cuando Brasil abandonó el cambio fijo, su inflación permaneció moderada; pero Brasil es Brasil, y nosotros somos Argentina". Había casi orgullo en la falta de confianza que el pueblo tenía en sus instituciones y en su capacidad para administrar sin los grilletes de la convertibilidad.
Hasta el momento, la temida hiperinflación no se ha materializado. Naturalmente, se ha producido la inflación normal asociada a los fuertes aumentos en los precios de las importaciones que siempre siguen a las grandes devaluaciones, pero en vez de desencadenar una espiral de subidas de los precios, parece que los tasas de inflación aminoran. Argentina parece dispuesta a unirse a la larga lista de países -Brasil, Corea, Rusia, Tailandia e Indonesia- que controlaron las devaluaciones sin que se disparase la inflación.
Para un economista, la recuperación de Argentina no es ninguna sorpresa. La devaluación estimula varias fuerzas restauradoras. Las exportaciones son más baratas, y los ingresos derivados de las exportaciones (medidos en pesos) han aumentado espectacularmente. El turismo y las industrias relacionadas están en pleno auge. La sustitución de las importaciones salta a la vista: una tienda de ropa que el año pasado sólo vendía prendas importadas, ahora vende exclusivamente bienes de producción nacional. Al igual que en Asia orienta después de su crisis en 1998, lo que inhibe a estas fuerzas restauradoras es la falta de crédito. Se suponía que la propiedad extranjera de los bancos acudiría al rescate de sus filiales argentinas si éstas necesitaban dinero. Y que los depósitos en las sucursales de bancos estadounidenses en Buenos Aires estarían tan seguros como los depósitos en Miami. Desgraciadamente, los depositarios se encontraron con todo lo contrario.
Por otro lado, los bancos extranjeros siempre se quedaban cortos a la hora de garantizar una oferta adecuada de crédito a las pequeñas y medianas empresas argentinas. Esta falta de crédito ahogó el crecimiento, lo que contribuyó a los males económicos del país; y ahora el crédito prácticamente se ha secado.
Naturalmente, algunos bancos nacionales continúan ofreciendo créditos. Pero para sostener la recuperación, se tiene que aumentar el crédito, bien creando nuevas instituciones financieras o ampliando las que ya hay. En este sentido, las cooperativas de crédito pueden resultar especialmente importantes, si tenemos en cuenta la aparente falta de confianza en el sector bancario más tradicional. También hay que reanimar urgentemente el crédito comercial: su importancia se reconoció a principios de la crisis del Asia oriental, donde Japón, haciendo un gesto de buen vecino, proporcionó a través de la iniciativa Miyazawa 30.000 millones de dólares, gran parte de los cuales se destinó a financiar el crédito comercial y a ayudar a reactivar la economía.
La cuestión es sencilla: los verdaderos recursos de Argentina -su gente, con su enorme talento y capacidad, su tierra fértil, sus bienes capitales- siguen ahí. Lo que la economía necesita es una reactivación, y la política del Gobierno debe centrarse en esta tarea. Si el sector privado no puede mejorar la disponibilidad de crédito por sí solo, y ningún buen vecino da un paso para echarle una mano, como hizo Japón en el Asia oriental, el Gobierno debe desempeñar un papel más activo a la hora de reestructurar las instituciones de crédito existentes y también crear algunas nuevas.
¿Creará unos niveles peligrosos de inflación la participación del gobierno en la provisión de créditos? Dirigir el crédito para aumentar la oferta de mercancías no tiene por qué disparar la inflación; por el contrario, el aumento de la oferta de artículos de producción nacional podría ser un instrumento eficaz para combatirla.
Una contabilidad congruente, en la que se separen los gastos para recapitalizar a los bancos de los gastos ordinarios, como los que se necesitan para dirigir hospitales y colegios, dejaría claro que estos gastos no son en sí inflacionarios. Lo único que podría resultar inflacionario es la necesaria expansión del crédito que esos gastos permiten. En una economía con enormes problemas, en la que los recursos están infrautilizados y aquejada de una falta masiva de crédito, una modesta expansión de éste no llevaría de hecho a un aumento de la inflación. Si centramos la atención en la reactivación, queda claro por qué los créditos del FMI están mal encaminados. Estos créditos se emplearán para devolver el dinero al FMI, no para reactivar la economía. Supuestamente, el crédito del FMI "restaurará la confianza" en la economía, pero el que lo haga depende de las condiciones que se impongan. Si el FMI impone una contracción fiscal o una estrategia mal encaminada para reestructurar el sector financiero (como hizo en Indonesia), entonces la economía se verá debilitada y esto desembocará en una erosión adicional de la confianza.
Si, por el contrario, el crédito del FMI se obtiene según unas condiciones razonables, su contribución será positiva. Pero no será una panacea. De hecho, el crédito del FMI no servirá de mucho a la hora de resolver los problemas económicos claves, excepto en la medida en que libere dinero de otras fuentes internacionales y esos fondos se empleen para reactivar la economía.
La comunidad internacional puede ayudar a Argentina abriendo sus puertas a las mercancías de ese país, tomándose la retórica del libre comercio en serio y reconociendo que el comercio puede ser un instrumento importante no sólo para el crecimiento a largo plazo, sino también para la recuperación económica. Las exportaciones contribuirán a reactivar la economía argentina, mientras que los consumidores de Europa y EEUU se beneficiarán de unos productos de buena calidad a precios más bajos. Esta es una forma de hacer que la globalización funcione en beneficio de los necesitados.

(*) Premio Nobel de Economía de 2001


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