Paola Irurtia / La Capital
Llegó herido a la comisaría y sólo pudo pedir auxilio antes de perder el conocimiento, sentado en el sillón de la guardia. Murió a los pocos minutos, a pesar de la atención que le brindaron los médicos inmediatamente. Cristian Martínez tenía 25 años y el domingo a la noche volvía de trabajar en la estación de servicios de Alberdi y Gorriti. Bajó del colectivo que lo llevaba a su casa, a pocas cuadras de la comisaría 10ª, cuando lo hirieron de muerte con un arma cortante. Hasta el momento los investigadores no habían hallado testigos de lo que ocurrió, pero la hipótesis con más fuerza era que al muchacho intentaron robarle. No le sacaron nada porque no llevaba ni un centavo. Cristian fue herido a la vuelta de su casa, en Maciel al 800. Hasta ese lugar llegó la policía siguiendo los rastros de sangre que dejó el muchacho en el piso. Después supieron que había bajado del colectivo en Rondeau y Maciel. El ataque ocurrió sobre las 23.30 y los pesquisas no encontraron hasta ayer testigos que pudieran guiar la investigación. Un quiosco que se encuentra a metros del sitio donde fue agredido el joven había cerrado minutos antes y entre los vecinos de la cuadra no habían localizado a nadie que hubiese estado en la calle en ese momento. El muchacho llegó a la comisaría con sus últimas fuerzas. Alcanzó a pedir auxilio y se desvaneció en la guardia. Los médicos del Sies llegaron inmediatamente, pero sus esfuerzos fueron vanos, indicaron en la seccional. Los compañeros de trabajo de Cristian estaban impresionados por el crimen. Lo vieron salir después de las 23, cuando terminó su turno en el minishop de la estación de servicios y ayer a la mañana, al volver al trabajo, se enteraron de que había sido asesinado. "Sólo espero que descanse en paz" fue lo único que pudo decir su compañera detrás del mostrador, impresionada y aturdida por la situación. La mañana fue atípica en el lugar, repleto de clientes azorados por la noticia, policías y periodistas. "Fue un crimen aberrante. A sangre fría", decía -con más énfasis en encontrar una respuesta a la muerte absurda de su compañero que de brindar una explicación- uno de los pocos empleados de la playa que pudo articular palabras. "No lo puedo creer", decía nerviosa una clienta mientras buscaba con quien hablar y exaltaba la amabilidad y cordialidad del chico asesinado. La certeza de que Cristian no tenía un centavo era absoluta, casi tanto como que nunca habría resistido un asalto. Antes de irse del local, el muchacho le compró un paquete de galletitas a su compañero de trabajo, que lo cubría en el turno. No pudo pagarlo en su totalidad y se fue después de haberle dado hasta el último centavo que llevaba. "Te debo 25 guitas, te pago mañana", prometió. Además, los compañeros y su empleador coincidieron en que Cristian tenía un temor explícito a los robos y jamás habría resistido uno. Lo sabían con seguridad porque enfrentar a los ladrones es una tarea extra que surge con bastante frecuencia en la estación de servicios. Pero nunca fue la respuesta de Cristian resistir a los ladrones. "Acá enfrentamos a choros muchas veces, pero él siempre decía que no lo haría, que si le pedían la plata les daría todo", contaron. La familia del muchacho quedó paralizada por el crimen. Ayer a la mañana uno de sus parientes fue a la playa de estacionamiento y fue el titular el que terminó de resolver los trámites para sacar el cuerpo de Cristian del Instituto Médico Legal, donde fue llevado para su autopsia, y resolver su traslado a una sala velatoria. El muchacho vivía con su madre y hermanos y la familia no sabía como afrontar su muerte. Mientras tanto, los investigadores policiales buscaban una pista que los acerque a los autores del crimen.
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