La costumbre del gobernador de Santa Fe de hacer de la indefinición permanente una forma de definición es lo que alienta las ascuas de los demás, lo convierte en objeto de deseo político y le asegura una vigente preeminencia en el escenario nacional que resulta insoslayable.
Si esta estrategia de tan buenos dividendos deja a Carlos Reutemann en la arena política, ¿por qué habría de cambiarla? Nunca una autoridad partidaria en el justicialismo dio la sensación de tener tanto poder no haciendo nada, como sucede con Reutemann desde la presidencia del congreso nacional de su partido. De hecho, muchos, incluso en el propio peronismo, se acordaron de que el santafesino ocupa ese cargo ahora que las miradas confluyen en él.
Algunos esperando que se convierta en el garante de un proceso electoral interno, para que no se desgarre ese partido como para poner en riesgo la posibilidad de seguir gobernando la Nación o para evitar fracturas inéditas que, a la luz de otros ejemplos, no harían sino debilitar una estructura cuya razón de ser es el poder y cuya unidad se concibe como herramienta para hacerse de él.
Bajo estas condiciones está más lejano que nunca la posibilidad de que el gobernador convoque al congreso de su partido. "Hasta tanto no haya consenso previo entre los precandidatos", es la condición que ha impuesto. Si ese consenso, que deberá asentarse en acordar una competencia civilizada, para luego recién avanzar sobre otras cuestiones se lograra, la reunión del congreso, se tornaría innecesaria. O cuanto menos se convertiría en un trámite para resolver cuestiones menores o de forma.
Pero suponer que Reutemann se expondrá a sentarse al frente de una reunión para que las diferentes bandas, que suelen matizar el ambiente interno del peronismo escudadas en caudillos y precandidatos, se saquen las ganas de guerrear y luego salir de allí del único modo posible, esto es debilitado, es no conocer al gobernador. ¿Quién sino pagaría el costo de un fracaso del congreso?
La paciente construcción del enorme poder que comienza a concentrar en torno a su figura no lo piensa rifar en una riña de punteros y facciosos que, además, son el costado del peronismo con el que nunca comulgó del todo. Tampoco lo piensa abaratar con una precandidatura presidencial que, para sus ambiciones, carece todavía de un escenario acorde. Esto es lo que no entienden quienes aún lo siguen acosando y buscando señales alentadoras que les permitan abrigar esperanzas, fundamentalmente desde el gobierno del presidente Eduardo Duhalde.
Intentos de ablande
Todos interpretan que el viaje del jueves a Brasil será usado por el presidente para realizar otro intento de ablandar al Lole y hay quienes ven detrás de la reservada visita que hace 48 horas le hiciera al gobernador el caudillo santiagueño Carlos Juárez, también la mano presidencial.
Juárez representa para el peronismo todo lo que supuestamente Reutemann no quiere representar. Y nadie puede decir que no sabe a qué alude esta frase. Pero también Juárez representa para el país lo que hoy, siempre en tren de suposiciones, la ciudadanía está dispuesta a dejar atrás definitivamente. Cuando a Juárez los santiagueños le quemaron la casa hubo quienes se ilusionaron con un despertar distinto de la vida nacional. Aquella rebelión importaba, se creyó, un destierro definitivo del modo amañado de ejercer la política, adueñarse de la cosa pública, y dominar las vidas privadas.
Las primeras elecciones que sobrevinieron a la supuesta renovación a la que habría de dar paso la rebelión las ganó Juárez. Para quienes habían creído ver el germen de un cambio nacional que prendía desde esa provincia argumentaban entonces que Santiago del Estero no era la Argentina.
Diez años después es precisamente Juárez quien acaba -en su provincia antes que en otro lado- con la misma ilusión. Esta vez la traducción de tan viejo anhelo es el ambiguo "que se vayan todos". El anciano autócrata santiagueño tomó el guante y redobló la apuesta. Hizo deponer sus cargos a todos y llamó a elecciones. El resultado es el ya conocido: todos se quedaron. El gobernador títere que en su nombre gobierna la provincia custodiado más que de cerca por la propia esposa de Juárez ungida vicegobernadora y 32 de los diputados de los 36 que integran la Legislatura unicameral le responden ciegamente. De más está decir que también son los mismos.
Si Juárez vino a decirle a Reutemann que no debía preocuparse por el reclamo de que se vayan todos, argumentos no deben haberle faltado. Pero si Reutemann cuando cierra la puerta actúa también con la coherencia que tanto dice en público que lo hace, debe haberle respondido que eso es precisamente lo que a él no le gusta. Que al cabo de un apenas disimulado tironeo en la provincia de Santa Fe logró torcer la tozudez de los senadores provinciales y arrancarles la aprobación de la ley de reforma política a la que se han comprometido. Y si los planes de la Casa Gris siguen el derrotero planteado originalmente será esa la primera de un conjunto de leyes con las que el Lole aspira (o aspiraba) en su momento a satisfacer el reclamo popular. Pero de un modo que se podría calificar harto diferente al de Juárez.
Lo demás engrosa el anecdotario que Reutemann acumula a modo de currículum para convertirse en el hombre indispensable, como lo definió el propio Juárez, aunque para un momento que, según sus planes, informaciones que posee y acuerdos que espera le propongan (como una renegociación de la deuda externa que la torne pagable sin asfixiar al país) todavía no llegó. Cada vez son menos lo que faltan sumarse al desfile por la escalera de mármol estilo francés que lleva al despacho gubernamental de Santa Fe.
La agenda protocolar de la Casa Gris ya tiene otra fecha reservada y, de no haber modificaciones, está acordado que en los primeros días de octubre quien subirá los peldaños hasta el primer piso será Carlos Menem.
"Vamos a convertir a la Argentina en el primer productor y exportador de alimentos, y ahí estará, en la primera línea, la invencible Santa Fe, cuna del federalismo y tierra que dio grandes valores", tronó el viernes el riojano desde el puente. Elogió a la provincia para luego sorprender con un remate que las crónicas registraron como demasiado suspicaz: "No olviden nunca que a los tibios los vomita Dios".
Haya sido casualidad o no, lo que en Menem es poco probable, al menos a la hora de hablar, semejante recordatorio tuvo el calce justo de una respuesta a las expresiones elusivas, unas, e irónicas otras, con las que Reutemann lo había tratado ese mismo día en horas de la mañana.
De profecías y promesas
Aunque más que recordatorio el tono profético del precandidato otorgó a la cita evangélica la más entera vibración de la dura advertencia que encierra, la peor de todas para quienes se asumen creyentes.
"Nadie necesita que yo le dé ningún respaldo político. Eso se lo van a dar el voto y la convalidación popular. No funciona más eso de buscar apoyos y que aparezca alguien que dice vote a fulano o mengano. Las próximas elecciones se van a definir en base a lo que cada candidato proponga. Es una cuestión de sentido común", había respondido Reutemann a los periodistas que la preguntaron por qué no le daba su apoyo a la postulación de Menem.
En esa misma ronda de prensa se reiría a mandíbula batiente con la oferta laboral del riojano que le aseguró un cargo ministerial si logra instalarse por tercera vez en la Rosada: "Ahora estoy más tranquilo porque veo que hay varios preocupados por que yo no iba a tener trabajo después del 10 de diciembre; así que ya tengo en qué pensar".
Advierta el lector desde qué lugar esta vez Reutemann se refiere a Menem. No le da el respaldo porque las características de las próximas elecciones determinan que sea el voto popular el que elija conforme lo que cada candidato proponga -como si nunca hubiera sido (o debido ser) así- pero no porque Menem no lo necesite. Esto parece entenderse cuando el Lole dice que nadie necesita de su apoyo porque eso lo obtendrá, si puede, con la convalidación popular y que no funciona eso de que "aparezca alguien que dice vote a fulano o mengano". Ese alguien (que en la historia del peronismo era Juan Perón) en la pregunta de los periodistas era el propio Reutemann.
Esta expresión que permite sacar idénticas conclusiones a la que se le escuchó días pasados: "Yo no bendigo candidatos" cuidándose de decir que son los candidatos que le piden su bendición.
Los menemistas dicen que Menem no va admitir jamás en público una pelea con Reutemann. Los reutemistas coinciden invirtiendo los actores en el planteo. Pero unos y otros admiten que el roce del viernes pudo serles funcional a ambos. "Si la frase fue dirigida al Lole, lo que no me consta, está claro que a Menem le conviene polemizar más con Reutemann que con cualquier otro sea candidato peronista o no y menos con Duhalde al que si pudiera le restaría hasta la condición de enemigo", concluyó un menemista que merodeó de cerca el palco en el puente.
"Hasta que Menem se le enoje le hace bien al Lole. Menem sigue teniendo una imagen mala muy alta, hay un porcentaje de adhesiones que su candidatura no perfora pero al chicanearlo a Reutemann lo pone en una interlocución de iguales lo que es toda una señal desde quien siempre se adjudicó el liderazgo supremo del peronismo. Una señal de debilidad de uno y de fortaleza o crecimiento del otro", se regocijó un reutemista.
Sin embargo, para los organizadores del acto del puente el verdadero mensaje enviado a Casa Gris es otro. Es la ratificación de Menem de que perdurará en su postulación con su poco académico: "¡Minga que me voy a bajar de la candidatura como sueñan algunos!".
Casi es una muletilla de campaña en los menemistas decir que el Lole le teme al Turco y que no se postuló para no enfrentarlo. Desde esa óptica, el "minga" del riojano es desbaratar todas las especulaciones, mayoritariamente atribuidas al gobierno nacional, de que él se bajaría y entonces el santafesino se subiría a la carrera. Así las cosas, Menem "les mojó la oreja a Reutemann y a Duhalde, juntos".
Todas estas sandeces resultarían entretenidas si no hubiera un pueblo que languidece en la miseria y si no hubiera detrás de la pelea presidencial una urgencia desesperante. De allí que resulte más interesante quizás advertir por qué el despacho de Reutemann atraiga como un terrón de azúcar a las moscas. No será un santuario (menos aun con su espantosa combinación de colores y expresión de mal gusto estético que tiene) como dice su ocupante, pero todos quieren probar de entrar.
Entre esas paredes se consolidan convencimientos que permiten entender por qué hasta ahora Reutemann se ha mantenido siempre firme en negarse a ser candidato y datos que, en sí mismos, son altamente preocupantes.
Entre los primeros, como ya se ha dicho desde este espacio, existe la cuasi certeza de que el próximo presidente podría tener desde antes de ser electo buena parte de su tiempo fagocitado por la crisis que, en todo caso, no le permitirá abandonar el rol transicional dada las materias pendientes que deja Duhalde, quien no quiso asumir ese papel. En los organismos internacionales piensan lo mismo, por eso es que si se lograra un acuerdo entre todos los candidatos hoy en danza eso tampoco conformaría al FMI, que en cambio con ese gesto pareció tranquilizarse respecto de Brasil.
A los datos preocupantes es mejor ejemplificarlos. El gigante Monsanto dejaría de invertir en la Argentina o al menos modificaría sus planes dado los informes en su poder que vaticinan colapso social para fin de año en el país. Es de esperar que los informantes de la empresa cerealera líder en el mundo estén equivocados, de lo contrario ¿qué sentido tendría estar hablando de internas y elecciones? \Orgulloso como es, Juárez se fue el viernes del despacho de Reutemann asegurando que "por lo menos no me dijo que no", que fue su manera de admitir que tampoco que dijo que sí.