Parece un edificio abandonado, pero no lo es. En la deteriorada estructura de nueve pisos viven familias, hombres y mujeres. No tiene ascensores, la mayoría de las ventanas están rotas, las barandas de los balcones no ofrecen mucha seguridad y en la puerta de entrada sólo hay chapas y maderas. Según relataron los vecinos, el edificio estaría tomado "desde hace al menos cinco años". Allí, dentro de la torre que se alza en el límite de uno de los barrios más aristocráticos de la ciudad, conviven desempleados, gente de escasos recursos e inmigrantes peruanos y brasileños.
"Acá está todo ocupado y ya no entra nadie más", asegura tajante don Roque, un hombre de unos 70 años que desde hace tres usurpa la planta baja del edificio ubicado en la esquina de Alem y Zeballos. Como él, una gran cantidad de personas vive en el mismo lugar. "Yo tengo un contacto acá adentro que me permitió quedar en la planta baja, ya que a mi edad hubiese sido imposible vivir más alto", confiesa.
Es que la torre de nueve pisos no está terminada y el hueco del ascensor sólo es eso, un hueco. El elevador nunca fue colocado porque la obra jamás se concluyó. A raíz de eso, tampoco hay luz; pero los moradores se las arreglan para conseguirla. "Hacemos una colecta entre todos y pagamos para que nos conecten", revela don Roque en la puerta del edificio y con el sonido de un televisor de fondo.
El departamento que ocupa el anciano se separa de la calle con varias chapas. En medio de ellas, una tabla de madera hace las veces de puerta de entrada al edificio, que tiene dos accesos: uno por Alem y otro por Zeballos. Este último tiene pintado en la pared el número 398. Curiosamente, cada una de las supuestas puertas de ingreso a la torre tiene cerraduras, y los moradores, su correspondiente llave.
Pero no todos los que viven allí serían usurpadores. "Hay dos o tres que son propietarios, pero el resto no tenemos nada", dice Roque, al tiempo que vuelve a remarcar que el lugar "está todo ocupado".
El hombre está acompañado por un joven brasileño que también vive allí. "Hace poco lo fajaron por no querer colaborar para la luz", revela el anciano mientras el muchacho prefiere no opinar. Es que en el edificio habría un supuesto grupo que haría las veces de consorcio y se encargaría, entre otros menesteres, de agilizar las conexiones de luz en los distintos departamentos.
Una vieja historia
Para los vecinos del barrio "no es ninguna novedad" que la mayoría de los cuatro departamentos que tiene en cada piso el edificio de Alem y Zeballos esté usurpado. "Yo hace tres años que vivo en la zona y siempre vi gente entrar y salir sin problemas", confiesa un comerciante.
Pero un halo de misterio envuelve el lugar. Don Roque aconseja "no entrar" a la torre, al tiempo que el muchacho brasileño lanza una advertencia: "Si no te conocen, la vas a pasar mal".
Lo cierto es que para una vecina "la situación cambió bastante" en lo que va de 2002. "El año pasado vivía gente muy complicada y cada dos por tres venía una camioneta de la policía a buscar a algunos, pero este año quedaron casi todas familias", asegura.
Es a raíz de esta nueva presencia de chicos que don Roque se esfuerza por remarcar que "los huecos del ascensor se taparon con maderas" para poder evitar accidentes.
En los inseguros balcones se observa ropa tendida y hasta algunos caños apuntan a la calle a manera de desagüe. Todos los que entran y salen del edifico lo hacen rápido y cuidan celosamente que alguien mire hacia el interior.
A la hora de recordar quién es el constructor o el propietario de la torre, las versiones difieren. Mientras algunos de los usurpadores dicen que se trata de una estructura que "nunca terminó de construir el Banco Hipotecario", algunos vecinos aseguran que la torre fue edificada "por un constructor que se fue del país y dejó todo en manos de sus hijos, que nunca terminaron la obra y no pudieron desalojar a quienes se adueñaron de los departamentos".
Por estas horas, todo el edificio está ocupado. Sólo en dos o tres departamentos vivirían propietarios. Pasan sus días enganchados a la luz dentro de una estructura de nueve pisos sin ascensores y que se encuentra emplazado justo enfrente del Hospital provincial. No se trata de un barrio marginal, es el macrocentro de la ciudad, a pocas cuadras de uno de los lugares más aristocráticos de Rosario.