| | Reflexiones La inflación de Morel
| Anibal Faccendini (*)
"...Aquí estaremos eternamente -aunque mañana nos vayamos- repitiendo consecutivamente los momentos de la semana y sin poder salir nunca de la conciencia que tuvimos en cada uno de ellos ..." (La invención de Morel, Adolfo Bioy Casares) El título de este artículo da cuenta de la obra de Adolfo Bioy Casares "La invención de Morel". Recurro al mismo para referirme exclusivamente a la compulsión de repetir las historias, ya que en esta obra el invento consiste en reiterar actitudes, diálogos y situaciones de un grupo de personas en una isla; en nuestro escenario sería la de los aumentos de precios. La reiteración de estas situaciones hace a la irracionalidad, pero forman parte de la alienante normalidad argentina. Cambian los actores, pero no los roles ni los guiones, excepto el público, el consumidor, que ya no tiene para pagar la entrada. Lejos de realizar un análisis literario de la obra, lo que sí se toma es el símbolo de la repetición, de la reiteración de las situaciones que ocurren en nuestro país y las que producía "La invención de Morel". Así, en la escena nacional estamos presenciando fenómenos económicos que la ciudadanía los ha padecido en el pasado en reiteradas oportunidades, esto es la inflación que, ya en el siglo XX, marcó una profunda vulnerabilidad en el poder adquisitivo de los sectores populares. El aumento indiscriminado e injustificado de los precios marca la puja distributiva de los actores económicos, con resultados conocidos que son la quinta parte del ingreso del pueblo para transferírselos a los sectores poderosos de la economía. La inflación que preveía el gobierno nacional para este año era de 15% y hasta este momento ha trepado al 40%, sin haber incluido hasta ahora aumento alguno en las tarifas de los servicios públicos. Es evidente que si se produjeran estos incrementos, se profundizaría aún más este desastroso proceso inflacionario. La cuestión de los precios, donde hay actores económicos que funcionan aumentando su valor en cámara lenta, otros en ligera y muchos quedando en la congelada fotografía, da la resultante de una profunda e injusta desigualdad para la ciudadanía. Va de suyo que no todos aumentan, unos pocos lo hacen con profunda incidencia en la economía y otros muchos mantienen congelados sus precios, sus ingresos, como los sueldos de los trabajadores que hace más de 10 años que están fondeados, caídos de la agenda del bienestar. Todo ello, transgrede el contrato social, pisotea el artículo 16 de igualdad ante la ley, el 14 bis de los derechos sociales y el artículo 17 de la propiedad privada de nuestra Constitución nacional. La anarquía del incremento de precios es confiscatoria de la propiedad privada y por ende es inconstitucional. El presente no debe ser la reiteración perpetua del pasado. La hiperinflación de 1989 en su momento y la inflación de este año saquearon y saquean la propiedad privada del ingreso del ciudadano. La inflación es la alegoría del robo. Ya Carlos Marx nos mostraba en su obra "El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte" que Federico Hegel había indicado que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se repetían, a lo que Marx agregó que una vez ocurre como tragedia y otra como farsa. Aquí, la inflación es la repetición de la tragedia, se expropia el esfuerzo de la ciudadanía para el beneficio de unos pocos. No se puede ni se debe permitir aumentos de precios de los alimentos y de las tarifas de los servicios públicos, si no aprueban previamente el examen de la razonabilidad, de la justicia y del bien común. No se debe inflacionar lo injusto. Tiene que existir el bien de todos que discipline el actuar de los distintos factores económicos, ya que de lo contrario estaríamos presenciando la mutación de la sociedad de mercado por la animalización de mercado, esto es, directamente la barbarie sin mediaciones. La Constitución nacional, fundante y garante de nuestro contrato social, establece el bien común como directriz, pero para ello, requiere de parte del Estado, que se garantice el derecho a la propiedad privada, a la equidad social y a la libertad. Sólo hay persona si hay ciudadanía y ésta existe si el Estado la garantiza. Los ciudadanos debemos ser sujetos de derechos y no los objetos de los hechos de unos pocos. La memoria tiene que ser la geografía de la creatividad y no un anclaje en la repetición vulgar de las cosas. (*) Abogado. Presidente de la Asamblea por los Derechos Sociales (ADS)
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