Año CXXXV
 Nº 49.602
Rosario,
domingo  15 de
septiembre de 2002
Min 8º
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Por qué no tenemos un país organizado
La inestabilidad de las reglas
La falta de compromiso de la clase dirigente y los vaivenes en sus decisiones explican el colapso de la Argentina

Antonio I. Margariti

Las inquietantes preguntas planteadas por los observadores internacionales que siguen nuestros acontecimientos, pretenden dilucidar qué pasó con Argentina: ¿cómo es posible que se haya desmoronado un país tan rico y habitado por tantas personas cultas?, ¿qué errores cometieron sus ciudadanos? y ¿en qué fallaron sus gobernantes, si contaban con la ayuda financiera internacional como ningún otro?
Esas mismas preguntas también nos dejan perplejos a nosotros, porque no encontramos respuestas claras ni contundentes. Resulta que en 1991 Argentina emergió en el escenario mundial como una estrella porque había conseguido liquidar en poco tiempo dos tremendas hiperinflaciones. Hasta tal punto fuimos considerados alumnos preferidos del FMI que nos exhibieron como un caso paradigmático. Pero, de repente, comenzamos a involucionar y la velocidad de nuestra caída fue y sigue siendo muy superior a la del ascenso. Por algunos años llegamos a tener un crecimiento sustentable del 7,5% y ahora estamos cayendo a una tasa anual del 15 %. Es evidente que somos más eficientes para la decadencia que para la prosperidad, pero nadie parece tener la receta para detener este proceso.
Los analistas económicos se esfuerzan por encontrar la variable macroeconómica que les permita explicar por qué el andamiaje menemista de la convertibilidad, las privatizaciones y el aumento del gasto público se vino abajo como un gigante con pies de barro.
Ninguno de ellos encuentra la respuesta adecuada. Son infructuosos los cálculos que buscan correlacionar el monto de la deuda tomada como porcentaje del PBI con la tasa de crecimiento; tampoco dan pie con bola cuando quieren explicar que la evasión impositiva alcanza exactamente para cubrir el déficit del presupuesto, incluyendo los intereses de la deuda; y mucho menos son convincentes cuando pretenden determinar que existen relaciones inversamente proporcionales entre las exportaciones con el valor de la moneda nacional.
Todas estas son relaciones numéricas obtenidas a posteriori, que miden el efecto de lo que ya pasó, pero nunca sirven para explicar porqué sucedió de este modo y mucho menos para saber si volverán a repetirse de la misma manera. De todos modos lo evidente es que estamos cayendo en picada como un avión que entró en tirabuzón y está a cargo de pilotos inexpertos.

Causas de la disgregación nacional
Las causas de nuestros problemas tienen que buscarse en ámbitos distintos de los que habitualmente abarcan los economistas y una de ellas se encuentra en la inestabilidad extrema que tienen las reglas en nuestro país. Basta con examinar las constantes reformas a las leyes impositivas, las marchas y contramarchas adoptadas con el corralito, las divagaciones en la renegociación de la deuda, el papelón universal en la reforma a la ley de quiebras que tuvo que ser cancelada en quince días y ahora el constante cambio de procedimientos para las internas abiertas destinadas a elegir precandidatos presidenciales. Todo, absolutamente todo lo que está bajo la órbita de la clase política argentina, está sujeto a improvisaciones, cambios y modificaciones. Y lo peor de todo es que muchos se jactan de tener experiencia en materia de gobierno y no se dan cuenta de que someten el país a una verdadera ruleta rusa, porque en cualquier momento suena el disparo y sale el proyectil que nos liquidará para siempre.
Han perdido la noción de que la primordial función del buen gobierno consiste en mantener la estabilidad de las reglas. O quizás tengan una deficiencia cultural tan tremenda que nunca comprenderán tal cuestión.
Quien demostró científicamente la importancia sustancial de la estabilidad en las reglas para preservar las organizaciones fue Norberto Wiener, físico y matemático norteamericano, calificado como el padre de la informática porque fue el genial creador del sistema de inteligencia artificial que permitió desarrollar la computación e Internet.
Para concebir los circuitos lógicos que dirigen las computadoras y condensar tanto poder cibernético en esa pequeña caja llamada CPU (Unidad Central de Procesamiento) que tienen todas las computadoras, Norberto Wiener tuvo que resolver previamente un profundo problema epistemológico.
Se trataba de descubrir cómo se preservan el orden y la organización en el universo, tanto en la célula como en los astros, en los órganos como en el diamante, en las familias como en las empresas.
Aunque parezca paradójico, esta cuestión está basada en la idea del mal. El mismo Norberto Wiener descubrió que había dos posibilidades para concebir todo lo que es dañoso y perjudicial: en primer lugar, la idea agustiniana de que el mal en el mundo es simplemente la completa ausencia del bien, al que podemos dominar en la medida de nuestras fuerzas; y en segundo término, la idea maniquea que sostiene que el bien y el mal pertenecen a dos ejércitos opuestos, enfrentados en línea de combate, donde cualquiera de ellos puede triunfar sobre nosotros. El bien no puede engañarnos porque respeta las reglas. El cambio el mal "bluffea", es decir, utiliza la mentira violando las reglas.
El gran descubrimiento del profesor Wiener consiste en demostrar que si se cambian permanente las reglas que rigen el funcionamiento de las cosas y los seres creados, inexorablemente surge el gran archienemigo de la vida que es la desorganización y se recrea la posibilidad de que el mal termine triunfando sobre el bien. Ello sucede porque la inestabilidad de las reglas destapa la caja de Pandora y permite la irrupción maniquea que hace poderoso al mal.
Por eso la clave para mantener el orden y la organización consiste en descubrir las reglas correctas, manteniéndolas estables durante el mayor tiempo posible. El efecto de esta importantísima cuestión es tan sutil que -dice el profesor Wiener- sólo unas pocas personas entre millones son capaces de darse cuenta de ello. Evidentemente y desde hace años, ninguna de esas personas ocupan cargos en el gobierno.

Permanencia y bondad de las reglas
La permanencia de las reglas es la causa eficiente que permite mantener la regularidad en el comportamiento de los individuos, las sociedades y las instituciones. Cuando las personas se comportan regularmente de una misma manera, la actividad económica se ordena convirtiéndose en previsible y entonces el campo de las decisiones se hace fácil porque todos saben que quienes compran, venden, ahorran, producen, consumen o pagan impuestos, se comportarán de manera consistente.
Para llevar a la práctica cualquier plan económico se requiere la permanencia de las reglas, es decir: una gran estabilidad en las políticas económica, monetaria, fiscal, laboral, financiera, penal y lo que fuese.
Es tan importante la permanencia y estabilidad de las reglas que la ignorancia o mala fe de quienes tienen que sancionar leyes o firmar decretos, constituyen la principal causa de nuestro actual deterioro. ¡Pero ojo! no sólo se trata de la ignorancia sino también de mala fe. Muchos de los que ocupan cargos políticos sólo están habituados a obrar en su provecho personal y no tienen la menor idea de lo que es el bien común.
Para que las reglas sean útiles y permitan el progreso social, no basta con sancionar cualquier clase de regla. Si están basadas en la envidia, la mentira, la codicia o el ansia de predominio, su mantenimiento contra viento y marea sólo producen miseria, dolor, caos y ruina.
Así llegamos a la segunda y principal cuestión a la que debemos atribuir la causa material de nuestra decadencia: saber elegir buenas regulaciones y descartar las malas reglas. ¿Pero cómo pueden distinguirse? Mediante un acto de inteligencia política consistente en discernir cuál es el contenido de las reglas que están conformes con un orden social justo.
Este tema ha desvelado durante siglos a muchos pensadores hasta que finalmente consiguieron dar forma a cinco criterios fundamentales para saber cuándo las reglas darán lugar al bienestar general, es decir al crecimiento justo, armonioso y libre de la sociedad:
1) proteger la libre contratación de cualquier engaño, fraude o coacción;
2) respetar el derecho de propiedad privada;
3) garantizar mercados abiertos, transparentes y sin monopolios;
4) mantener la estabilidad monetaria y 5) hacer cumplir lo pactado exigiendo que cada uno asuma sus propias responsabilidades.
Aquí está encerrado el secreto de la recuperación de nuestra patria, ojalá lo entiendan.


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