Teniendo como escenario la Florencia renacentista, el escritor y psicoanalista Federico Andahazi, en "El secreto de los flamencos", construye un thriller en clave pictórica donde nada es lo que aparenta, recreando el mundo ilusorio de los cuadros, pero en el que campea además -a diferencia de sus otros libros- "el espíritu de Freud".
"La pintura es el terreno de lo ilusorio. Me acuerdo estando en Florencia, cuando uno ve la cúpula del Duomo, desde abajo se ve una cosa perfecta, de un detallismo increíble, pero al subir ves que es todo un artificio, ves las desprolijidades, los exabruptos pictóricos", apunta.
"Lo que intenté en la novela es rescatar este carácter ilusorio de la pintura y hacerlo extensivo al relato -precisa el autor del polémico «El anatomista», «Las piadosas», «El árbol de las tentaciones» y «El Príncipe»-. Los que mejor han llevado este simulacro del manejo de los colores a la simulación de las perspectivas fueron no los renacentistas sino muchos años después los impresionistas".
En la búsqueda de montar un relato verosímil, Andahazi realizó un trabajo de investigación muy laborioso: "Yo decido que la novela transcurra en dos ciudades, Florencia y Brujas, en función justamente de darle valores pictóricos al relato. Es la época en que Florencia está en su absoluto apogeo y Brujas, en su absoluta decadencia. Esto presta un juego de luces y sombras que le agregan ese carácter al relato".
Por primera vez, el autor convertido en un éxito de ventas desde su primera novela, "El anatomista" -traducida a más de treinta idiomas- aborda el género del thriller que "no deja de ser lúdico", pero es un juego que "tiene que estar bien armado para no fracasar".
"El problema es que hay que saber dosificar muy bien cuanta información se le da al lector, porque si uno la retacea demasiado entonces faltan pistas y se convierte en una historia aburrida. Y si uno sobreabunda en pistas, se hace muy evidente", considera. En cuanto al registro visual de la novela, "me detuve bastante a pensar y a trabajar, porque yo necesitaba que este libro tuviese un fuerte contenido visual, pero no cinematográfico, sino pictórico. Intenté darle a cada capítulo un color, la composición de un cuadro, la idea es que el libro sea una sucesión pictórica".
Lo que el relato intenta ocultar está en la superficie todo el tiempo. "Recordando algunas lecturas, me parece que está en el orden de la carta robada de Poe -menciona-, que no se ve por estar absolutamente a la vista, colgando en la pared. De alguna forma el lector hasta el final, quizás, no encuentre la clave de estos misterios porque están en la superficie".
Durante el Renacimiento el discurso del saber que imperaba era en relación al discurso aristotélico. "Todo tenía que tener un sustrato metafísico y entonces se le buscaba ese sustento". Andahazi se pregunta cuáles serían los desvelos de los pintores en este sentido: "Cómo encontrar la vertiente metafísica en una disciplina absolutamente tan ligada a lo físico y a lo más «sucio», si pensamos como pintaban los florentinos que lo hacían al huevo, al aceite; los tipos parecían más cocineros que artistas. Cómo hacer de esa disciplina tan «sucia» un arte ligado a lo metafísico".
En la literatura, en la poesía esto era muy trasparente, muy claro, subraya. "Dante podía sumergirse en el Infierno, navegar por el río Caronte y surgir limpio y puro. Pero el pintor no. Después de terminar cada obra salía con el delantal roñoso, con sus manos sucias, entonces sospecho yo, y según alguna investigación bibliográfica, había cierto desvelo por encontrar el sustrato metafísico del color y poder plasmarlo. Algo que muchos años después hizo la fotografía".
En el texto está presente un concepto de Aristóteles, sobre el color en estado puro; "algunas de sus teorías del color, son muy parientes de la física actual y en el libro trato de hacer una reflexión mas o menos modesta de este estatuto metafísico de la pintura".
El costo del acceso a la verdad
Para Andahazi, tanto en la vida como en su novela "El secreto de los flamencos", recién publicada por Planeta, el acceso a la verdad tiene un costo, "y en este caso se parece bastante al destino de Edipo, el destino del conocimiento del color en estado puro".
A diferencia de las otras, en ésta "puedo reconocer algo de mi olvidada profesión como psicoanalista, sobre todo ciertos textos de Freud. Escribe sobre Leonardo y otros pintores pero hay un texto fantástico «El olvido de los nombre propios», donde cuenta lo que le ocurre en un viaje en tren con un compañero ocasional. Quiere recordar el nombre de un pintor y en su lugar aparece el nombre de Botticelli. Y tiene que unir palabras, nombres, imágenes, hasta llegar al nombre olvidado".
También me parece que en esta novela trato de rescatar algo del espíritu de la letra de Freud. Siempre me ha resultado un gran escritor, no casualmente tiene el premio Goethe de Literatura. Y en este libro reconozco algunos pasajes que me atrevo a agradecer a Freud escritor.
¿Qué actualidad o vigencia puede tener un texto que remite al siglo XV? "Esa pregunta me surgió cuando terminé de escribir y salí de la novela. Entro en la realidad argentina y descubro que estamos todo el día preguntandonos quién mató a fulano o a mengano (la pregunta que rige el libro)", confiesa.
"Sobre el tema de la pena de muerte, tan actual en estos días, también me permito una reflexión. Es curioso -insiste- como todo relato es una metáfora sobre la realidad".