Año CXXXV
 Nº 49.598
Rosario,
miércoles  11 de
septiembre de 2002
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Una ciudad dividida de manera surrealista
12S: El día después

Eduardo de Miguel (*)

Una semana después de los atentados, alejarse de Manhattan resultó, paradójicamente, una de las maneras más sencillas de darle un significado al desastre. Voltear la cabeza hacia el final de la isla de rascacielos desde el puente Washington ofrecía de un solo golpe de vista el gran triunfo de la razón enemiga: la desaparición de las torres. O sea, de la altura, del poder de la altura, del poder, del símbolo del poder.
Al principio, fue muy difícil de comprender en la ciudad. "Unfathomable", insondable, impenetrable, decían los diarios. ¿Cómo el Nueva York de todas las razas sería Pearl Harbor, cómo se atreverían siquiera los de dentro, que golpearon en Oklahoma?
En verdad, al principio ni siquiera se aceptó. El miércoles 12, un día entero después del ataque, Manhattan dejaba ver todavía distintos grados de afección dentro de la misma isla. Cuanto más lejos de las Torres Gemelas, menos credulidad.
En el rico Upper Manhattan, después de la calles 70 u 80, un asueto soleado pobló restaurantes, tiendas y paseos. "Nunca la ciudad ha quedado tan nítidamente, tan dividida", resumió el periodista Adam Gopnik.
Un paso más al sur, en el Midtown, en la 50 ó 60, el centro lucía vacío, dubitativo, perplejo, autoevacuado, y las pocas colas eran para quienes pudimos hacernos de un New York Times "late edition" a las tres de la tarde. La super tienda Macy’s abierta, la "megastore" de discos Virgin cerrada.
De la 14 hacia abajo y hasta los escombros, las vallas de la Guardia Nacional abrían el paso a un país (Greenwich Village, East Village, Soho, Tribeca) de calles sin autos, tomadas por bicicletas, patinetas, ambulancias, patrulleros y camiones llenos de sólo Dios y el FBI sabían qué.
Era un país donde había que mostrar documentos para entrar y salir del barrio, donde se sintió la ocupación militar desfilando por las veredas en la noche. Los cazas F-18 acariciaban los rascacielos en esas horas, pero aún así el atentado, atentado, había pasado más lejos. Y en la tele.
Es que desde el principio, la única manera, casi, de ver la realidad fue la televisión, todas las cadenas hecha una.
En esas horas, en caliente, un presentador buscó y buscó en su archivo, también colectivo, y sacó su mejor definición: "Esto es como Godzilla", quiso explicar. Más politizado, igual de cinematográfico, otro locutor descifró el paisaje gris de cenizas y asbesto en el World Trade Center como "un invierno nuclear en Manhattan".
Fue "un aparente ataque terrorista" el primer texto que se leyó al pie de la pantalla de la CNN de parte del presidente George Bush para toda la nación.
Los camiones de Coca Cola no interrumpieron su descarga de jarabe en las horas más terribles y sus radios a todo volumen atrajeron remolinos de gente. Pero la escala más concurrida en la evacuación fue la Times Square de las pantallas gigantes donde fue posible compartir con todo el país la única experiencia directa posible del ataque, televisiva, mediática.
"Para los de ahí al lado de las torres, el horror fue inmediato e inequívoco; pasó en lo que hemos aprendido a llamar en tiempo real, y en un espacio real. Para los de más allá -a unas pocas cuadras o a mitad de camino del mundo- que fueron testigos a través de la televisión, los hechos se vieron como a través de un cristal, con brillo", escribió después Hendrick Hertzberg en la revista New Yorker.
Salvo para "los de ahí al lado", daba casi lo mismo estar en otro país, en otra ciudad o en otro lado de Manhattan. Ver por la tele, entender por la tele.
La única manera, la peor para algunos, como la escritora Susan Sontag: "Las voces autorizadas para reportar los hechos parecen haberse unido en una campaña para infantilizar al público. ¿Dónde está el reconocimiento de que esto no fue un ‘cobarde’ ataque a la ‘civilización’, o a la ‘libertad’, o a la ‘humanidad’ o al ‘mundo libre’, sino un ataque al autoproclamado superpoder mundial, emprendido como consecuencia de determinadas alianzas y acciones de Estados Unidos?".
Durante el año que ha seguido, los neoyorquinos y sus inseparables turistas desfilaron por el World Trade Center para ver la realidad del vacío y sus escombros con sus propios ojos, en tiempo real.
De espaldas al agujero, al voltear la cabeza hacia los rascacielos en pie de Manhattan, verificaron al fin el bando emitido desde las ruinas calientes por el valentón alcalde Rudolph Giuliani: "Nueva York está ahí, seguirá ahí mañana, siempre estará ahí". En vivo y en directo.

(*) El autor de este texto, periodista
de la agencia Télam, visitaba
Manhattan el 11 de septiembre de 2001



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