Laura Vilche / La Capital
"Nos vemos mañana". Así, como todos los días, Mónica Regueiro, Arnaldo Grilli y Esteban González se despiden de sus alumnos, y se ríen al consolar a los testigos de la escena: "Los verbos mirar y ver son parte del código social que también usamos los que somos ciegos". Los tres son educadores de la Escuela Especial Nº2.014 "Luis Braille" (España 528), un centro de rehabilitación provincial con 54 años en Rosario y al que concurren más de 80 alumnos que perdieron la vista o nacieron sin la posibilidad de ver. Allí,donde el objetivo pedagógico es que los alumnos aprendan a autovalerse en la vida cotidiana, Regueiro enseña lectoescritura braille, Grilli es docente de computación y González se dedica a la transcripción de textos al lenguaje del conocido papel con agujeritos. Conmemorando el Día del Maestro, La Capital los reunió para que cuenten cómo es enseñar cuando no se ve. Desde aprender a orientarse y movilizarse a través del bastón blanco, pasando por la directiva de cómo tomar un ómnibus y hasta el sencillo acto de cebar un buen mate. Todas estas cosas y muchas otras se aprenden en la escuela Braille. ¿El secreto? "Dedicación, dedicación y dedicación, como en cualquier aprendizaje", coinciden los tres maestros, para luego agregar que "lo peor que se puede hacer al dar clases con ciegos es apelar a la lástima". Y esta aclaración no parece algo menor en sus propias vidas. Es que los tres maestros reconocen haber peleado mucho contra la compasión propia y ajena para no dejar de aprender y enseñar durante toda su vida. Regueiro perdió la vista definitivamente a los 14 años, pero cursó todo el secundario en el Normal Nº3. Luego se recibió de profesora para ciegos en el Profesorado Nº16. Se casó y es ama de casa: cocina, plancha y limpia como quien más y hace seis años fue mamá de Guido, que ve sin problemas. "Por él, entre otras cosas, tuve que aprender a fabricarme envases con la medida justa de leche para prepararle la mamadera", comentó. Grilli llegó a cursar primer grado en una escuela común, pero al poco tiempo dejó de ver. Hizo su secundario en el Nacional Nº2, logró el título de abogado en la Universidad Nacional de Rosario (UNR), aprendió a tocar la guitarra, formó un coro, fue bibliotecario y hace pocos años decidió que la computación no podría con él. "Aprendí a usar Window e Internet, y ahora doy clases", señaló Grilli, quien está casado desde hace 20 años y tiene una hija de 18. González tenía 6 años cuando un accidente lo dejó ciego. Al igual que su compañero cursó el secundario en el Nacional Nº2 y luego se recibió de músico en la UNR. Toca el piano, es concertista. Dice que ama las obras de Beethoven y Chopin, y se dedica a transcribir al braille libros enteros para alumnos del secundario y de la universidad. "Una tarea que es muy útil para los estudiantes pero que tiene un límite ya que cada hoja de tinta equivale a tres de las de los agujeritos. No se puede almacenar tanto material. Conviene tener un plantel de lectores, eso nos hace falta en la escuela", dice González, invitando así a sumarse a la actividad a todo el que quiera. Los tres maestros ciegos sostienen que ellos tienen una ventaja sobre el resto de los docentes que enseñan a no videntes. "Nosotros vivimos la problemática de nuestros alumnos, nos sentimos muy cerca", resaltan.
| Los docentes dicen que no se puede apelar a la lastima. (Foto: Sergio Toriggino) | | Ampliar Foto | | |
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