| | Reflexiones Sarmiento, el inmortal
| Jack Benoliel
Un día como hoy, en el año 1888, moría Domingo Faustino Sarmiento. Y la inmortalidad le abrió sus puertas para recibirlo y dar comienzo a una nueva vida que, sin dudas, será varias veces centenaria. ¿Qué opinaba Sarmiento de Sarmiento? Lo siguiente: "Nacido en la pobreza, criado en la lucha por la existencia, más que mía de mi patria, endurecido a todas las fatigas, acometiendo todo lo que creí bueno, y coronada la perseverancia con el éxito, he recorrido todo lo que hay de civilizado en la Tierra y toda la escala de los honores humanos, en la modesta proporción de mi país y de mi tiempo; he sido favorecido con la estimación de muchos de los hombres más grandes de la Tierra; he escrito algo bueno entre mucho indiferente; y sin fortuna, que nunca codicié, porque era bagaje pesado para la incesante pugna, espero una buena muerte corporal, pues lo que me vendrá en política es lo que yo esperé, y no deseé mejor que dejar por herencia millares en mejores condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas las instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubiertos de vapores los ríos, para que todos participen del festín de la vida, del que yo sólo gocé a hurtadillas". Sin embargo, podemos afirmar que el suyo fue un auténtico festín de la vida. El nuestro ya no lo es. A pesar de las vías férreas -no pocas hoy levantadas incomprensiblemente-, los vapores de nuestros ríos, los adelantos de una Argentina forjada en su mayor parte en su inteligencia, nosotros -su posteridad- estamos confundidos, frustrados, avergonzados, perdidos en una inestabilidad que nos desangra e inhabilita para gozar de él sin mala conciencia. El, de la nada, creó todo; nosotros, del todo, estamos vislumbrando la nada. A través de mis conferencias y escritos, ya se conoce mi pensamiento en torno a la figura del prócer. Acudo a algo de más valor; transcribiré el pensar de personalidades ilustres, valoradas por su ecuanimidad y rectitud de juicio. Dice Jorge Luis Borges: "Tuvo que hacerlo casi todo, en este desmantelado país, ante la incredulidad, el escarnio, la indiferencia. De la divinidad dijeron los teólogos que había escrito dos libros: la Biblia y la Naturaleza. De Sarmiento cabe decir, sin mayor hipérbole, que una mitad de su obra son los muchos volúmenes de su pluma y la otra, esta patria que vivimos, esta pasión y este aire. No hay uno solo de nosotros, aquí, que no tenga con él cada día una deuda infinita. Sarmiento es el paradójico apóstol del porvenir". Dice Octavio R. Amadeo: "Sarmiento luchó por la libertad de su pueblo. El se fue a la raíz misma, atacando la ignorancia y la pobreza. Atacó la ignorancia predicando la cultura y enseñando él personalmente. Atacó la pobreza predicando el trabajo y haciéndose él mismo obrero; obrero del pensamiento y obrero manual, introduciendo industrias y fomentando de mil modos la producción de la riqueza. Su fórmula está cada vez más a la orden del día: educar al soberano, ni suprimirlo ni darle tutores, sino educarlo". Dice Joaquín V. González: "El plan educador de Sarmiento era de una estrategia integral". Porque al propio tiempo que dirigía, manejaba y reforzaba sistemas vetustos de enseñanza primaria, promovía un sistema de instrucción pública que aún no ha sido superado; y echando abajo toda frontera intelectual entre su patria y el exterior, llamó a las universidades los primeros núcleos de alta sabiduría europea, para fundar y robustecer la incipiente ciencia argentina. Dice Leopoldo Lugones: "Había asumido la responsabilidad del país, considerándose un perpetuo representante suyo, con la fogosidad absorbente de los grandes amores. Por eso se encolerizaba con sus deficiencias y con sus retardos, aplicándole hasta hacerle sangre la vara desnuda de la verdad". Es que nadie ha dicho peores cosas de los argentinos. Pero nadie ha hecho tanto por ellos. Vivió acarreando menesteres de civilizar, en el olvido más absoluto de su conveniencia propia, que es decir, desnudo y valeroso como la hormiga. Dice Eduardo Mallea: "Sarmiento fue el hombre más indivisible del mundo. No se puede aislar en él, nada. Gracias a la voz de este provinciano, la literatura argentina no habrá sido nunca entre las literaturas del mundo una literatura provinciana. Lo grande en Sarmiento -continúa Mallea- fue precisamente la cohesión que existía entre su acto y su pensamiento. Es nuestro terreno fundamental, el suelo de nuestra espiritualidad". Dice Ricardo Rojas: "Aún estamos polemizando los argentinos sobre él. Hay en él del político, del místico y del militar. Pero no sería acertado encasillarlo dentro de esas denominaciones porque las refunde y las excede. Vi la realidad sudamericana con lucidez angustiosa y quiso transformarla bruscamente, sin solidaridad con el pasado, mediante métodos nuevos y en virtud de esperanzas que trascendían el destino de nuestro continente, al destino de la humanidad". América no ha producido otro hombre como él, ni Europa tiene en su historia un personaje que se le parezca. ¿Se puede decir algo más? Sí: Sarmiento fue y será irrepetible.
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