| | Editorial El fútbol dio el ejemplo
| Dentro de las complejas relaciones que siempre se han tejido en la Argentina entre deporte y sociedad resulta paradigmática la turbulencia que ha atravesado, sobre todo en las últimas dos décadas, la historia del clásico del fútbol rosarino. Muchas veces durante ese lapso la intensa rivalidad deportiva entre las hinchadas se convirtió en la excusa ideal para que los inadaptados arruinaran una fiesta que, por esencia, debe pertenecer a todos. Por tal razón se erige en motivo de satisfacción que el último partido que enfrentó a Newell's y Central, en el estadio del parque Independencia, se haya desarrollado y dado fin en el marco de la corrección más absoluta. Más aún si se incluye en el balance final el resultado del encuentro del pasado domingo (triunfo de los auriazules después de veintidós años sin ganar en esa cancha), que bien pudo haberse transformado en el disparador ideal de otra absurda tragedia. Pero no fue el caso y enhorabuena por ello. Ya es hora de que el fútbol asuma la madurez que le corresponde. En este caso puntual, cabe remarcarlo, ha dado el ejemplo. Entre las múltiples facetas que componen la todavía inconclusa identidad rosarina, el fútbol ocupa espacios de privilegio. Justamente por la importancia que adquiere en cada relevamiento de los mitos que constituyen el alma escondida de la ciudad duele que en numerosas ocasiones el ritual -la puesta en práctica y renovación del mito- haya devenido en manifestación de la más barata de las violencias: aquella que, simplemente, carece de sentido. Tergiversación profunda de la ceremonia popular por excelencia, el vandalismo de las barras bravas ha desembocado en el alejamiento de los estadios de aquellos que son la razón de ser de los espectáculos deportivos: los hinchas. El miedo es la causa obvia de tal actitud. Sin embargo, pese a la retracción de muchos, la fidelidad a los colores de una camiseta sigue siendo imán incuestionable. Y aunque en menor cantidad, la gente sigue yendo. El domingo pasado, en el Coloso del Parque, dio además una rotunda prueba de que la legítima y hasta furiosa competencia en el terreno futbolístico no debe ser trasladada fuera del ámbito estricto que marcan las cuatro rayas de cal. Fuera de ellas, claro, juega el humor: picardía, legítima broma. Cachada o cargada, como dice la calle. Y qué bien que así sea; he allí uno de los fundamentos del querible fenómeno. Que no debe perder pimienta, pero tampoco ser confundido con la más torpe de las guerras: esa que un pueblo ciego libra contra sí mismo.
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