Año CXXXV
 Nº 49.589
Rosario,
lunes  02 de
septiembre de 2002
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Reflexiones
¿Argentina o Colombia?

Carmen Coiro

Hace casi veinte años, el entonces presidente Raúl Alfonsín aludía al peligro de "libanización" de la Argentina, de la división en dos del corazón de la República y la posibilidad de que los dos sectores en pugna se lanzaran a una guerra encarnizada y sin fin.
Hoy, la figura internacional con la que podría comenzar a compararse a la Argentina es la tragedia de Colombia. Es sin embargo increíble que partiendo de génesis diferentes, ambas naciones se encaminen a reflejarse en un espejo.
Colombia basó el lanzamiento de su economía en actividades que tentaron a la delincuencia organizada: primero fue la explotación de la esmeralda y del oro, luego el cultivo de la cocaína, infinitamente más rentable. En derredor de esa nueva actividad, se formaron bandas que dieron origen a verdaderos centros de poder, hoy incrustados en todas sus instituciones.
Los narcotraficantes se agruparon en dos carteles diferentes y en pugna que signaron prácticamente la vida política del sufrido país. Y desde los Estados Unidos, en cuyas entrañas viven los principales compradores de la cocaína colombiana para su irradiación al resto del mundo, los gobiernos -y el presente, de Bush, con más ahínco que sus antecesores- buscan constantemente intervenir en forma directa, con tropas militares incluidas, para dominar la situación, aunque no quede claro con qué objetivo.
La industria del secuestro, ya sea por bandas de delincuentes comunes o de grupos pseudoguerrilleros, es una de las armas más poderosas que los grupos de poder esgrimen en ese país para asegurar su sueño de permanencia eterna.
Argentina, a diferencia de Colombia, fundó su economía en la agricultura, creció hasta convertirse a mediados de los cincuenta en una potencia industrial, y comenzó a languidecer progresivamente, al compás de las exigencias de los organismos financieros internacionales que finalmente impusieron su poder en todo su esplendor durante la década menemista, dejando al país atrapado en la crisis que hoy lo desangra.
No se sabe, sin embargo, dónde se sembró el punto de coincidencia con el desarrollo de la situación colombiana, pero también aquí irrumpió en la escena de la vida nacional la industria del secuestro. Alentada por un lado por la pauperización, y consecuente desculturización de amplios sectores de la sociedad arrojados a la marginalidad, y por el otro por una virtual "zona liberada" generada por la corrupción en la Justicia y en el poder político, esa "industria" comenzó a ser fomentada por grupos que monopolizan la venta ilegal de armas y el narcotráfico, y hoy es un verdadero rumbo que está tomando el país.
Con un sistema político, judicial, sindical y económico teñido de corrupción -Transparency International, en su informe anual, ubicó a la Argentina entre los países peor considerados en el mundo en esa materia- , con un nivel de pobreza que supera holgadamente la mitad de la población, el caldo de cultivo para la delincuencia organizada no podía ser mejor.
La sorprendente sucesión de secuestros que tienen a la provincia de Buenos Aires como escenario favorito y casi excluyente permite innumerables lecturas. Pero baste con prestar atención a una de ellas: la constante denuncia de las autoridades de ese territorio, lideradas por Felipe Solá, sobre la amenaza de "mafias" en las que la política, la policía y los delincuentes aparecen asociados, y el efecto que este fenómeno está causando en la gente: se mina el ánimo de las personas, que van cayendo al abismo del terror. Es sabido que cuando una persona está atrapada en ese sentimiento, no está en la condición más idónea para tomar sensatas decisiones sobre su futuro.
Las propias autoridades bonaerenses lo han alertado, y el propio presidente ha reconocido la existencia de una "campaña de desestabilización" que apunta, supuestamente, al poder político actual en ese territorio.
Hay otros datos que encienden la luz de alarma sobre las crecientes similitudes con el fenómeno de Colombia. Uno de los más preocupantes es la preparación de supuestas "operaciones militares conjuntas de entrenamiento" de tropas norteamericanas con argentinas en la selva misionera. No es descabellado imaginar qué utilidad planean darles los Estados Unidos y el gobierno argentino a la operación, si trata de ubicarse esa pieza dentro del rompecabezas que es hoy este país. Pero el reclamo del presidente George W. Bush de que el Estado argentino otorgue "inmunidad" a esas tropas, para no tener que ser eventualmente sometidas al Tribunal Internacional creado en Roma -que juzga a los responsables de genocidios- no deja mucho espacio para la duda.
Mientras tanto, el gobierno sólo busca estrategias para golpear a sus adversarios, tanto en la oposición como en su propio partido, demostrando que hoy por hoy es ya la única cuestión que le importa. El presidente Duhalde hasta ahora no sólo no ha podido cumplir con ninguna de sus promesas al asumir, sino que está dejando a un país aún en peores condiciones que en las que estaba cuando asumió. Ni encauzó la negociación con el FMI -pese a los ingentes esfuerzos del ministro Lavagna-, porque ese acuerdo también es un coto de caza en el que se devoran los poderes políticos en pugna; ni logró atenuar, sino por el contrario, hizo crecer la crisis social, y la seguridad está en uno de los peores momentos de la historia del país. Pero prefiere entretenerse en duelos verbales o chicanas políticas con adversarios porque lo que le interesa, hoy, es retener un espacio de poder cuando tenga que dejar la Presidencia y abrirle la puerta al misterioso futuro triunfador de las elecciones, hoy por hoy, la mayor incógnita, más allá de lo que pregonen las empresas encargadas de encuestas.


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