Qué frío hacía la lejana noche del 4 de junio del 80. Recuerdo como si fuera ayer nomás al sempiterno Tessandori que recomendaba a los hinchas que fueran abrigados a la cancha de Newell's porque el partido se jugó un miércoles a la noche, mientras la banda de la dictadura patoteaba, secuestraba, torturaba y asesinaba a siniestra. Si todavía parece hoy cuando el misil botín-red del Chiquilín García voló por la noche del viejo estadio del parque Independencia, desde la izquierda de su pantalla, señora, hasta clavarse en el ángulo superior derecho del arco del Palomar. Esa noche los más de diez mil canallas que coparon la vieja tribuna popular y gran parte de la platea del hipódromo ni se imaginaban que deberían destejer 22 interminables años para ver otro triunfo canalla en el Parque. Claro, eran otros tiempos y hacía apenas un año que Central había cantado victoria en esa cancha, con aquel golazo del Patón Bauza, cuándo no, de cabeza, luego de un centro de Rodolfo Rodríguez, una dorada tarde de febrero.
En cambio, las más de once mil almas que armaron ayer la mejor fiesta canalla de los últimos tiempos, que a los hinchas que peinan canas les hizo recordar el carnaval del 71, ayer sabían muy bien de qué se trataba. Por eso nadie se movió cuando Baldassi pitó el final y se quedaron clavados al tibio cemento del Coloso durante una hora después del partido. En realidad, desde el entretiempo los canallas armaron su carnaval de canciones, danzas y banderas. Después, el Rifle Castellano -junto al Tom Arriola uno de los símbolos de jugador-hincha de este equipo- se colgó del alambrado de la popular a gritar el segundo gol. Y en el final los jugadores canallas salieron a treparse al tejido, liderados por el Tom, que el clásico anterior estaba del otro lado.
La fiesta recién comenzaba. Mientras los primos lejanos del Parque no atinaban a irse rápido del delirio ajeno en cancha propia, ningún canalla osó perderse la mayor celebración de los últimos tiempos, superior incluso a la del 4 a 0 del abandono o hasta a la de la epopeya de la Conmebol.
Mauro Marchano y Cicuta Ferri alentaban como uno más, los pibes del Camello Di Leo y del Cabezón San Juan lucían sus trajes de arlequines auriazules y un par de chicas de corazones calientes mostraban a los cuatro vientos que se tomaron el partido muy a pecho y que esa hinchada va al frente.
La caravana comenzó en el Parque, continuó con el candombe que armaron en la esquina de Pellegrini y Pueyrredón y siguió por ésta hasta el centro, el Monumento y el Gigante, donde unos cuatro mil hinchas entraron, encendieron las luces y dieron su propia vuelta.
Un hincha con una camiseta de piqué caminaba de rodillas por el Parque, una rubia de ojos verdes se agarraba la más dulce ronquera sentada con medio cuerpo afuera de un Fiesta bordó y un vecino de sienes plateadas saludaba y se abrazaba con todos en la puerta de su casa, como el viejo Matías.
Y ayer estaban todos: los viejos del 80, los pibes que todavía no lo habían visto ganar a Central en cancha de Ñuls y los que ya lo alientan desde el tablón celestial, en el mejor carnaval canalla de los últimos tiempos. Perdón, en un paseo por las nubes.