Año CXXXV
 Nº 49.589
Rosario,
lunes  02 de
septiembre de 2002
Min 3º
Máx 14º
 
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Newell's-Central
Rosario vivió una tarde de fútbol y paz

Sergio Faletto / La Capital

Parece que Rosario aprendió y se regaló el mejor clásico de los últimos tiempos. Porque hubo determinación para jugar. Decisión para ganar. Mayor osadía que mezquindad. El folclore de siempre y más. Tensión y vértigo. Pasajes de fútbol. Goles. Prevención y paz. Una mixtura casi ideal para el partido más importante para nuestra sociedad. Como si el cumplimiento de 150 años como ciudad hubiera traído también madurez para entender que un clásico genera diferentes estados: alegría y tristeza, placer o disgusto, entretenimiento o aburrimiento. Pero jamás un juego puede tratarse de vida o muerte.
Y en este contexto ajustado a la más pura esencia futbolística, hubo un ganador: Central. Victoria que hizo florecer en el pueblo canalla una primavera anticipada, porque no sólo dejó atrás 8.124 días de espera de un triunfo en suelo rojinegro, sino que la victoria también lo depositó en la más absoluta y placentera soledad de la punta del torneo Apertura.
Claro que la construcción de esta realidad transcurrió por las distintas estaciones. Apretaron los dientes en los primeros diez minutos, se aliviaron luego, se entusiasmaron después, y finalmente festejaron relajados la liberación de un estigma que ya cargaban con dificultades. El gol de Figueroa primero, la posterior expulsión de Liendo, el gol anulado a Lagorio y el cierre con la conquista de Arriola fueron los íconos de una victoria tan ansiada como inolvidable. Pero es imposible reflejar con palabras la euforia centralista, porque estos éxitos no se explican, se sienten, y para comprenderlos sólo alcanza con observar los rostros auriazules.
Pero la historia no sólo la protagonizan los que ganan. También existe en este marco la presencia del derrotado. En la que los hinchas de Newell's exhibieron el sentido común y la hidalguía para tolerar la primavera ajena y la extensión de su otoño. Comprensión que sin dudas surge de la clara superioridad que demostró el rival, fundada a su vez en el peor funcionamiento de su equipo en lo que va del torneo.
Por eso los rojinegros le reprocharon airadamente a Liendo la incomprensible actitud de diezmar al conjunto en el momento más difícil, expulsión que prácticamente diluyó la esperanza de revertir la adversidad en el complemento.
Pero el dolor de la derrota y la culminación de una racha no fue suficiente para acallar el orgullo de pertenecer, por eso los ñulistas fortalecieron su grito para lograr una pronta recuperación anímica.
Ahora los días por venir serán muy diferentes, ya que los del Parque querrán que mañana mismo comience el encuentro con Nueva Chicago para dejar atrás el clásico que no hubiesen querido vivir.
En cambio, así como se apropiaron después del partido de las calles de Rosario, los canallas transcurrirán la vida cotidiana con el pecho inflado y la sonrisa amplia, con la broma a flor de labios, con el optimismo desbordante que Menotti y sus muchachos supieron construir.
Si no hace falta demasiado esfuerzo para imaginar un Gigante rebosante de felicidad cuando Central reciba a Vélez el sábado por la noche. Y está bien que así sea. Porque los buenos momentos futbolísticos se viven con intensidad. Más cuando el horizonte se comenzó a teñir con los colores propios.
El clásico terminó, pero sólo en la cancha. Ahora comenzó a jugarse en la cotidianeidad. Y es ahí donde más se disfruta y se sufre. Más en Rosario. Si no que lo cuenten los canallas y leprosos.



Los jugadores festejaron con los hinchas en el alambrado. (Foto: Gustavo de los Ríos)
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