U. G. Mauro / Escenario
Alguien podría haberse sentido defraudado al constatar que parte del show que ofreció Cacho Castaña el viernes en el Astengo no sobrepasó la categoría de un karaoke para aficionados, pero misteriosamente nadie se molestó y al culminar su labor el artista se fue ovacionado por un público heterogéneo que, contra toda presunción, literalmente colmó el teatro de calle Mitre. Con un aspecto exterior que reafirmó la imagen, pasada de moda de porteño canchero y bohemio, Cacho Castaña apareció solo en escena cantando el tema que lo lanzó a una cierta fama a principios de los 70, "Quieren matar al ladrón"; seguida por "Canciones son amores", otra creación que alguna vez alcanzó la discutible trascendencia de ser estribillo de hinchada. Tres canciones de esa etapa interpretó Castaña, que sin disimulos marcaba a los técnicos de sonido el momento exacto en que debían emitir la siguiente pista grabada. En el diálogo que el cantante sostuvo con el público jugó permanentemente con la idea de que tanto él como sus canciones tienen más antigüedad que la que aparentan. Por fin entraron los músicos a escena. Daniel Martínez Piccolo (bandoneón), José Celsi (teclados) y Jorge Vignale (bajo) acompañaron con lo justo al cantante -que en dos ocasiones les dejó el protagonismo del show para que interpretaran los clásicos "Quejas de bandoneón" y "La cumparsita"-, no llegaron a brillar más allá del despliegue físico del tipo "me mato tocando" de Martínez Piccolo. Castaña no dejó lo mejor para el final, ciñéndose casi a un desarrollo cronológico de lo mejor de su carrera sobre el escenario. Así, su primera incursión tanguera fue su creación más reconocida, "Café La humedad". Las letras de los tangos de Humberto Vicente Castaña se encauzan en dos direcciones temáticas; el homenaje o la introspección. En el primer rubro caben el mismo "Café La humedad", "Tita de Buenos Aires", y el mejor de todos, "Garganta con arena" dedicado al "Polaco" Roberto Goyeneche, aunque las los tributos también abundan en el bello "¿Qué tango hay que cantar?", compuesto junto a Rubén Juárez, y fueron estos los temas que le aportaron el verdadero valor a un espectáculo que peligraba en su legitimidad. En la otra vertiente, Castaña abunda en creaciones donde reflexiona sobre su propia condición de hombre de 62 años pero siempre cultor de la noche y la bohemia. Parte del público contrapuso en un estribillo su figura con la de Sandro y Castaña desaconsejó esas comparaciones. El recital pasó nuevamente por una etapa melódica cuando el cantante, que reconoció que su voz no estaba en las mejores condiciones, recordó la telenovela "Un mundo de 20 asientos" con la balada "Para vivir un gran amor" y a pedido también interpretó la única canción que alguna vez lo acercó menos que tibiamente a la temática social, "La carta", escrita en 1978 y prohibida por la dictadura militar. Sobre el final el tango volvió a mezclarse con canciones bailanteras que integraron los bises de un show en el que la figura central apostó más de lo aconsejable a su indudable carisma antes que a su propuesta artística.
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