Cuando a fines del siglo XIX los primeros inmigrantes piamonteses llegaron a Córdoba se afincaron alrededor de la ciudad de San Francisco y también cerca de la laguna de Mar Chiquita al que llegan las aves migratorias que vienen desde el Artico.
Para rogar por la fecundidad de la tierra, y también para agradecer por la ausencia de pestes, sequías y enfermedades, en cada chacra los colonos de la pampa "gringa" construyeron pequeñas capillas en homenaje a los santos patronos de sus pueblos natales.
Y en esas capillas rurales, rodeadas de sembradíos, realizaban celebraciones religiosas, procesiones y días de oración, donde las comidas típicas, aquellas heredadas de sus ancestros, eran otra forma de aventar la nostalgia.
Cuentan que cada una de las capillas chacareras, relevadas ahora para conformar un circuito turístico-religioso, guarda historias de sacrificios y de inclemencias, pero fundamentalmente de fe. La fe que caracterizó a los inmigrantes piamonteses, a quienes unía el amor a la tierra, al trabajo y a la familia.
A través del programa "Los caminos de la fe" se descubre la espiritualidad de un pueblo que lo primero que necesitó, en la absoluta soledad de sus campos, fue levantar modestos santuarios donde celebrar casamientos, bautismos y comuniones.
Durante el recorrido se recrean historias y anécdotas de los piamonteses y cada capilla se adorna como si fuera la celebración del santo patrono, y allí se exhiben objetos pertenecientes a las familias fundadoras. Y es a través de esos testimonios que se refleja con fidelidad cómo era la vida de la gente de campo en ese momento de nuestra historia.
Las celebraciones patronales no sólo convocaban a los vecinos a misas y oraciones, sino también a carreras de embolsados, torneos de truco y ascenso por el palo enjabonado.
Después, con la puesta del sol, se elevaban los acordes del acordeón a piano desgranando rancheras y pasodobles, tarantelas y valses. Y así, al compás de acordeones y guitarras criollas, rápidamente las dos culturas comenzaban a entrelazarse.
Sabrosa bagna cauda
Luego del recorrido el contingente se reúne en el bar de Colonia Iturraspe para saborear las comidas que preparaban los inmigrantes, entre ellas la bagna cauda. El bar de Iturraspe es un reducto típico de las zonas rurales; el lugar donde los colonos se encontraban después de un día de trabajo para beber ajenjo, acompañado de quesos y salames a la grasa.
Con este circuito del turismo religioso, San Francisco encuentra una motivación para atraer visitantes. Sin ríos ni montañas, la ciudad sale a posicionarse con las capillas chacareras de la pampa "gringa", pequeños oratorios de arquitecturas tan disímiles como interesantes.
Lugares donde la fe y la devoción se entrelaza con la nostalgia, para revalorizar el patrimonio cultural, histórico y religioso de la región.
Antiguos oratorios
Las capillas más antiguas son de 1886, erigidas a Nuestra Señora de la Asunción y a San José, y la más reciente es la de Colonia Santa Rita, construida por los vecinos para la Virgen de los Imposibles en 1969.
Entre las devociones de la pampa "gringa" se destacan dos capillas dedicadas a un santo, San Grato, veneración propia del santoral italiano poco conocido en esta parte del mundo.
En este recorrido turístico por las capillas chacareras, lo más nutritivo es hablar con la gente y escuchar las anécdotas que reflejan las costumbres de aquellas primeras familias piamontesas.
Y no faltan en este circuito los coros, la música y alguna que otra tradición teatralizada, sin olvidar la gastronomía propia de los piamonteses. Los embutidos, los escabeches y la pasta asciuta, acompañados de bom vin y del tradicional ajenjo.