Pablo Reinstein era hijo de un conocido comerciante de Rosario. El 3 de septiembre de 1975 fue secuestrado en una playa de estacionamiento del centro y posteriormente asesinado. A veintisiete años de ocurrido, la historia del caso aparece como una prefiguración trágica de los actuales episodios de secuestros.
Reinstein, de 23 años, fue conducido a una verdulería ubicada en la esquina de Córdoba y Alsina. Uno de los secuestradores, presentándose como Raúl, se puso en contacto con la familia y exigió un rescate de 1500 millones de pesos, suma por entonces exorbitante y que luego rebajó a 270 millones.
De acuerdo a las instrucciones, el dinero fue colocado en una bolsa de residuos de color negro y depositado en un sitio cercano al balneario La Florida. Al ir en su busca, una madrugada de octubre de 1975, los secuestradores creyeron que la policía vigilaba al lugar -en realidad el hecho todavía no había sido denunciado- y en consecuencia optaron por retirarse.
Poco después pasaron por el lugar cirujas de una villa miseria vecina, que se dedicaban a rescatar comida y objetos susceptibles de algún uso entre los residuos. Los cartoneros no podían creer lo que hallaron en la basura: una bolsa con casi trescientos millones de pesos.
Trama macabra
Al ignorar ese episodio, el diálogo entre la familia de la víctima y los secuestradores desembocó en un equívoco sin salida. Unos insistían en cobrar el rescate y otros afirmaban que ya lo habían pagado, sin recibir ninguna prueba de que el joven continuaba con vida. El contacto se interrumpió hasta el 19 de diciembre, cuando la madre de Reinstein se presentó en un canal de televisión local y dirigiéndose al supuesto Raúl le pidió que volviera a comunicarse.
El desesperado pedido se renovó en avisos publicados en La Capital. Los secuestradores respondieron al llamado. Se inició así una nueva negociación, en la que, a diferencia de la anterior, intervino la policía.
Al mismo tiempo, los cirujas de La Florida comenzaron a hacerse notar por los gastos extraordinarios en que incurrían. "Se habían convertido en una especie de filántropos -se lee en una crónica de la época-, pagando deudas ajenas, comprando medicamentos, atendiendo necesidades". La novedad no tardó en ser advertida por la policía. Una comisión allanó la zona y encontró, en una casilla precaria, 20 millones de pesos, el último resto del rescate. Hubo cinco detenidos, pero eran ajenos al secuestro y debieron ser liberados.
La investigación, conducida por el inspector Leonardo Saccomano, dio otro paso decisivo cuando se supo que "Raúl" había llamado a la familia Reinstein desde un consultorio médico. De esa manera el 10 de enero de 1976 cayó el primer detenido: Hugo José Felipe Risiglione, de 34 años, domiciliado en Crespo al 400 y dueño de un negocio en la galería Mendoza.
"Risiglione era amigo íntimo de Pablo Reinstein y siguió tratando a la familia después del secuestro, mientras se ignoraba lo que había pasado", recuerda el fiscal de cámaras José María Peña, quien fue el juez a cargo de la instrucción del sumario.
Risiglione aparecía como el cerebro del secuestro. No tardó en confesar, aunque trató de desviar la atención y confundir a los investigadores: dijo que el cuerpo del chico estaba en Santo Tomé y luego aportó direcciones en Santa Fe y en Rosario. La policía recorrió esos lugares sin novedad. Al final el detenido delató a sus cómplices: Miguel Angel Ramón Cazón, de 30 años y obrero municipal, y Luis Eliseo González, de 26.
González era el dueño de la verdulería de Córdoba y Alsina. Se supo entonces que Pablo Reinstein había sido asesinado a balazos el mismo día de su secuestro y que se hallaba enterrado en el lugar. Cazón y Risiglione fueron los autores del crimen; luego enterraron a la víctima en una fosa de un metro y medio de metros de profundidad y la cubrieron con cal y un piso de cemento en el que además colocaron mosaicos.
El 12 de julio de 1978, el juez del crimen Ramón T. Ríos -actualmente camarista- condenó a Risiglione y Cazón a prisión perpetua por secuestro extorsivo y homicidio calificado por alevosía; González recibió una pena de 12 años de prisión, al ser considerado partícipe primario de secuestro extorsivo.
De la libertad a la muerte
Durante la dictadura militar, los tres condenados recibieron tantas conmutaciones de pena que en pocos años accedieron a salidas y recuperaron la libertad. González obtuvo la libertad condicional en diciembre de 1982 y dos años más tarde Cazón y Risiglione fueron incorporados a un régimen de prueba.
En una de sus salidas habituales, el 12 de julio de 1986, Risiglione fue a visitar a su madre, en Maciel. Al bajar del colectivo en que viajaba, en la ruta 11, se le acercaron tres hombres. Uno de ellos le disparó a quemarropa un balazo a la cabeza y otro en el tórax. Risiglione fue hallado sin vida en el camping del club Alba Argentina, y entonces comenzó a circular una leyenda según la cual allegados a Pablo Reinstein habían jurado vengar su terrible crimen.
Los asesinos habían seguido al colectivo desde Coronda. Demostraron no conocer al recluso: cuando el micro hizo una parada en Barrancas, otro preso fue rodeado por dos hombres que le preguntaron si era Risiglione y que le exigieron una identificación antes de liberarlo.
Hubo otros detalles macabros. En la noche del 12 de julio, la madre de Risiglione recibió un llamado telefónico en el que un hombre le avisó que su hijo no iría a visitarla. Al día siguiente se registró una comunicación similar en la cárcel de Coronda.
En la mira de un francotirador
Desde entonces, Cazón se negó a salir de la cárcel. Pero el 30 de julio de 1987 quedó en libertad condicional y debió abandonar Coronda.
Cazón no vivía tranquilo. "Estaba arrepentido, me contaba que tenía horribles pesadillas y se despertaba bañado en sudor", contó un amigo. El ex presidiario se sentía vigilado. Creía que lo seguían. El 4 de julio denunció en Tribunales que había sido atacado por tres personas. Dos de los agresores, dijo, se identificaron como policías; uno le colocó un alambre al cuello y los otros comenzaron a golpearlo hasta que una vecina comenzó a pedir auxilio a los gritos.
-Por lo del pibe Reinstein -le advirtieron, antes de escapar.
Los atacantes no fueron identificados. Cazón comenzó a trabajar en el Supermercado del Pollo, un negocio de Paraguay y 3 de Febrero, ubicado a escasa distancia de la comisaría 2ª.
En la noche del 6 de octubre de 1988, Cazón entró al negocio llevando de la mano al hijo del dueño, de 8 años. En ese momento recibió dos disparos de calibre 22, uno debajo de la clavícula izquierda y otro por la espalda, debajo del omóplato derecho. "Me la dieron. Llamá una ambulancia", murmuró, a su empleador. Y poco después falleció.
Una maestra jardinera que pasaba por el lugar dijo que tras el ataque observó como dos hombres escapaban en un Peugeot 404 de color blanco. Se estableció que el tirador había disparado desde el segundo piso de una obra en construcción de Paraguay 1284, a cuarenta metros de distancia (ver aparte). Allí se hallaron dos cápsulas servidas y dos intactas.
La leyenda sobre los vengadores de Pablo Reinstein recobró fuerza. Cazón y Risiglione, se dijo entonces, habían sido asesinados a balazos de la misma forma que el joven secuestrado. El 12 de octubre la policía detuvo a Emilio Reinstein, el padre del joven asesinado, el chofer Oscar Piedrabuena y el oficial principal José María Distéfano, por entonces licenciado por razones psiquiátricas.
Distéfano tenía un Peugeot 404 blanco -como el descripto por la testigo- y al parecer se lo consideraba como eximio tirador. Sin embargo la investigación del episodio no obtuvo elementos que incriminaran a los detenidos, que obtuvieron la falta de mérito, recuperaron la libertad el 23 de diciembre y finalmente quedaron sobreseídos.
La suerte corrida por el tercer implicado en el secuestro se convirtió en otro misterio. Circuló la versión de que se había suicidado y también que se había fraguado su muerte. El 17 de octubre de 1988, Luis Eliseo González despejó esas incógnitas al ser entrevistado por La Capital. "Actualmente ocupa un lugar importante en una empresa de nuestra ciudad", decía la crónica. El ex convicto se manifestaba arrepentido y argumentaba que había actuado "muy llevado de los pelos por mi carácter endeble".
Las alternativas de la historia dejaron en segundo plano la terrible suerte de Pablo Reinstein. "Nuestro hijo Pablo murió por nada -dijeron sus padres en una carta dirigida al jefe de policía de Rosario en enero de 1976-; ofrendó su joven vida en aras de la nada, del vacío absoluto. Murió simplemente como consecuencia de la locura de otros hombres".