Año CXXXV
 Nº 49.584
Rosario,
miércoles  28 de
agosto de 2002
Min 14º
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cartas
La túnica de Ghandi

Antes que nada quiero decir que me siento como si tuviera apretada el alma por la impotencia. Sabedor de que un porcentaje lo lleva uno a la rastra como carga insoslayable de ser parte de esta sociedad, quisiera no ser peyorativo, ni calificador. Me manejaré con lo cotidiano y con el lenguaje coloquial. Hoy existen en la revuelta de la basura dos clases bien identificadas. Si bien son antagónicas, las dos tienen la misma realidad: existir. Una clase, por denominarla con respeto, es aquella que nace, crece, se desarrolla y termina en el mismo clima de indigencia y ausencias de tantas cosas para poder vivir con dignidad. Se maneja casi rutinariamente de la misma manera que sus mayores le han transferido. Las costumbres y rebeldías por donde transitan. Pero... no abandonan la huella. La otra clase, la que se asomó al mundo de la mendicidad, la limosna, de la bronca de tener que estirar la mano en actitud miserable. Me conmueve ese hombre con su familia disputando desperdicios con alguien que se sintió invadido por esos extraños, aún bien vestidos, que ya están aprendiendo, por el tacto, si es paquete para abrir. Como dije al principio, aprieta el alma, al darnos cuenta que no es otra cosa que la decadencia moral en que estamos inmersos "todos los argentinos". Por más que algunos disfruten un pasar holgado, no pueden disimular el acoso en todos los estamentos sociales, y no podrán vivir distendidos. A veces pienso en la austeridad de Ghandi y en su humildad, que impulsó y mentalizó a su pueblo con el ejemplo fecundo que supo ostentar. Claro, pedir a nuestros funcionarios y políticos que anden envueltos en túnicas blancas y sandalias es recordar una sentencia criolla: "Difícil que la gallina...". Volviendo a la primera clase, sin justificarlos, tendrán sus falencias, más no han conocido otra cosa, porque la sociedad no les abre una brecha para que ingresen a un mundo más equilibrado. La otra clase va en aumento alarmante. "La mentira atrapada", bello y fiel poema de mi amigo Armando Del Fabro del cual copio el final: "de pueblo habrá de ser lo que suceda. Aún estamos a tiempo de no ser irracionales".
Roberto Lovrincevich


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