Año CXXXV
 Nº 49.581
Rosario,
domingo  25 de
agosto de 2002
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Las imposibilidades de una recuperación real
Análisis: Argentina, un país sin reglas
El gobierno transita por la delgada línea de eliminar la última institución democrática: las elecciones

Antonio I. Margariti

Si algo faltaba para demoler los últimos pilares del orden social, el gobierno parece haberlo encontrado en la manipulación política del acto eleccionario al que nos convocan para noviembre y mayo del próximo año. Así acaba de hacerlo público la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina en un lacónico comunicado en el que previene sobre "la convocatoria a elecciones -sorpresivamente adelantada- cuyo rasgo dominante es de una frivolidad tal que muchos actores parecen no percibir la gravedad de la situación real de nuestro pueblo, buscando un cambio de personas sin que hubieran llevado a la práctica reformas que legitimen y hagan creíble la acción política".
Realmente lapidario, porque el juego de los tejemanejes políticos en estas circunstancias históricas, va a provocar un efecto dantesco e impensado. Al subordinarse las reglas electorales a los intereses particulares del grupo que hoy gobierna, destruyen precisamente su esencia que consiste en someter esos intereses a principios generales de bien común.
Cuando el gobernante pone, saca, veta, cambia, modifica o adultera las reglas electorales no sólo hace trampas sino que quita todo valor al hecho mismo que ellas van a regir. Y como se trata, nada más ni nada menos, de elegir presidente para enfrentar la más grave crisis de nuestra historia, el peligro estriba en que terminen dinamitando la última institución esencial de la democracia: las elecciones.
Si ellas terminan siendo amañadas, carecerán de valor; precisamente porque la función de las elecciones no es otra que brindar un instrumento pacífico y neutral para cambiar autoridades sin violencias ni derramamiento de sangre.
Cuando se ultrajan las reglas del acto eleccionario, todo el sistema democrático sucumbe y éste podría ser el último acto de nuestra crisis institucional como país libre, después de lo cual quedaríamos a merced de los aventureros y transformados en dictadura o republiqueta.

Precariedad
Hace un tiempo quienes hoy detentan el poder afirmaron la intención de volver al colegio electoral, pero luego se mantuvo el sistema de elección directa; a continuación prometieron eliminar las listas sábana, pero terminaron atornillándolas; después hablaron de reducir el excesivo número de cargos electivos, pero quedaron intactos; sancionaron una ley que convocaba a internas abiertas con electores independientes, pero vetaron la cláusula pretextando la inexistencia de padrones depurados; cuestionaron las internas irrestrictas presentando un proyecto de ley de lemas, pero al darse cuenta de la barbaridad que implicaba, terminaron proponiendo elecciones abiertas, sin internas y con libre uso del emblema partidario.
Es decir que un mismo partido político va a presentar postulantes que propongan, simultáneamente, programas contradictorios como ser: la dolarización y el ingreso al Alca (Tratado de Libre Comercio de las Américas, según sus siglas en inglés), junto con la pesificación asimétrica y el repudio de las relaciones con Estados Unidos; la defensa de la propiedad privada junto con la pretensión de volver a estatizar las empresas privatizadas; y el establecimiento de una moderna economía de mercado, abierta al comercio mundial, junto con el retorno al sistema populista del 45, dentro de una economía cerrada. La Biblia junto con el calefón, como dice sabiamente el tango "Cambalache".
Nuestros máximos dirigentes políticos no comprenden que no se puede jugar alegremente con las reglas y que si lo hacen, el resultado puede ser fatal para ellos mismos y la legalidad bajo la cual pretenden ampararse.

Violación
Si siguen por el camino de banalizar las reglas políticas van a conseguir la destrucción de las instituciones políticas, exactamente igual a lo que lograron violando las reglas económicas.
Es necesario un ejercicio de la memoria para recordar que el camino que nos condujo al infierno económico ha sido una vía de intenciones aviesas. Ese camino fue un lamentable derrotero de toqueteos, cambios y manipulaciones de las reglas económicas para supeditarlas al solo propósito de mantener incólumes los privilegios, la estructura y el gasto de la casta política.
El costo ha sido tremendo: en sólo seis meses empobrecieron a cinco millones de personas integrantes de la clase media. Todo comenzó con la vesánica idea de la reelección menemista a cambio de la miserable ventaja opositora de multiplicar los cargos que pudiesen ocupar las minorías.
Para ello no trepidaron en tirar la casa por la ventana y financiarse con deuda pública a cualquier costo. Siguieron con el desprecio de las reglas presupuestarias que exigían la extinción del déficit para mantener la convertibilidad. Continuaron con el incumplimiento de las reglas prometidas al FMI (Fondo Monetario Internacional) al recibir los 39,9 mil millones de dólares del mayor blindaje de la historia económica moderna. Luego adulteraron las reglas monetarias para poder emitir el dinero que necesitaban. Seguidamente violaron las reglas de reciprocidad en los intercambios mediante leyes que imponían la pesificación asimétrica de créditos y deudas contraídas en otras monedas. Terminaron apoderándose de las reservas de liquidez que los bancos tenían depositadas en el Deutsche Bank de New York para hacer frente a reclamos de los ahorristas, se apropiaron de los dólares de los exportadores y rapiñaron las reservas que respaldaban la circulación monetaria, pertenecientes a aquellos que tenían pesos convertibles.
Con la violación de estas reglas económicas, quienes nos gobernaron en los últimos diez años consiguieron destruir nuestra economía y enterrar al 53% de la población argentina por debajo de la línea de pobreza, lo que implica que, actualmente, 18,5 millones de habitantes no pueden ganarse el pan con el sudor de su frente y no poseen ingresos suficientes para poder comprar alimentos.

La razón
No hay posibilidad de vida digna si las sociedades, los gobiernos y las personas no se someten a reglas. Sólo los salvajes obran sin reglas, es decir según sus instintos y por eso viven en un estado primitivo, sin civilización y en condiciones inhumanas.
Pero los pueblos cultos han aprendido con la experiencia de siglos de historia universal que la única manera de progresar consiste en convertirse en seres predecibles y confiables sometiéndose a reglas. De este modo, las personas pueden cooperar voluntariamente entre sí y ayudarse para elevar el nivel de vida de todos.
Pero no cualquier regla es adecuada para mejorar. Podríamos adoptar un padrón de reglas mafiosas o moralmente depravadas y entonces sólo conseguiríamos involucionar, convirtiéndonos en salvajes.
En primer lugar, las reglas tienen que ser justas y luego eficaces. En segundo término, deben estar sometidos a las mismas reglas, sin excepción: los gobernantes y gobernados, los empresarios y trabajadores, los ricos y pobres, los inteligentes e ignorantes. En tercer sitio, las reglas deben abarcar aspectos públicos y privados de la actividad humana, para afianzar dos valores que hoy han desaparecido de nuestro horizonte social, económico y político: las reglas de la confianza y las reglas de la solidaridad.
Por eso, las verdaderas reglas no son meros sentimientos, sino virtudes sociales tendientes a hacer bien las cosas en el mundo moderno y consistentes en: la conciencia de responsabilidad individual, el cumplimiento del deber sin esperar recompensa, el reconocimiento de que todo lo que tenemos es un don del que podemos ser privados, la humildad en el trato con los semejantes, la misericordia para atender situaciones que la ley y la Justicia no pueden resolver, el respeto a los niños y la veneración a los ancianos.
Así como no hay sociedad sin reglas, sólo respetando las reglas podremos los argentinos volver a ser un país digno de ser vivido.


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