"El poder soy yo". Esas cuatro palabras alcanzan para explicar la furtiva reaparición en escena del gobernador Carlos Reutemann, quien cortó por lo sano el zafarrancho de combate que protagonizaban su ministro estrella, Juan Carlos Mercier, y su par de Salud, Carlos Parola: los echó del gobierno.
La onda expansiva de una pelea que se convirtió en caldera por la rigidez burocrática del hierático niño mimado del patriciado más rancio había puesto por primera vez en estado preanárquico al reutemismo. "Juguemos en el bosque mientras el lobo no está", parecieron entender algunos senadores justicialistas que trasladaron a la Cámara alta un clima de estudiantina que terminó provocándole al Lole tantos dolores como los efectos del proceso posoperatorio.
Reutemann pensó que su salida de pista para someterse a una intervención quirúrgica serviría de bálsamo entre tanto "operativo clamor" y aviones que aterrizaban en Sauce Viejo trayéndole mensajes de justicialistas, radicales y empresarios que no terminaban de creer en sus nones para competir por la Presidencia. "Hasta Alfonsín estaba desesperado y quería convencerlo de que cambie de opinión", se sinceró ayer ante La Capital un histórico allegado al ex presidente, con quien comparte tardes enteras en el departamento porteño de avenida Santa Fe al 1500.
Persiana baja
El mandatario provincial le bajó la persiana en lo inmediato a la Casa Rosada, pero empieza a carcomerlo una preocupación: el crecimiento de Adolfo Rodríguez Saá en las encuestas pone al puntano nuevamente en el umbral del poder. Y el devoto del Cristo de la Quebrada está actuando en los últimos días con mucha inteligencia práctica. Es el único de los postulantes justicialistas que se mantuvo al margen de las impresentables discusiones sobre las internas. "El Adolfo puede durar en el poder dos meses o diez años. Ojo, está creciendo espectacularmente", empiezan a advertir en cercanías del santafesino.
El gobernador aprendió que, en política, los espacios que se regalan son espacios que se pierden, aunque tiene el inédito privilegio de que la historia siempre le abre una puerta más a pesar de su empecinamiento en repetir la palabra "no" una y mil veces. Pero nada es eterno.
El reposo de Reutemann fue respaldado e interpretado eficazmente por Marcelo Muniagurria, quien parece entender casi al dedillo el críptico estilo de conducción de su jefe. Sin embargo, el culebrón de Mercier y Parola, el repaso de los números de varios ministerios y alguna operación destinada a erigir al titular de Hacienda como el verdadero padre de una criatura razonable en un país desquiciado hicieron reaparecer en escena al gobernador. "Acá hay un único Papa, pero alguien no lo terminó de entender y se creyó Dios", leyó parabólicamente alguien muy cercano al titular de la Casa Gris.
Nadie pareció reparar en las declaraciones que, pocas horas antes de las elecciones de agosto del 99, Reutemann hizo a La Capital: "Mis ministros tendrán que andar derechos como una vela, y el que no lo entienda se irá antes de tiempo". Sin anestesia, no hubo Mercier que valga.
Nadie debería creer, sin embargo, que el éxodo de ministros y secretarios se terminó. Al igual que Carlos Menem en sus momentos de esplendor, a Reutemann no le gusta cambiar sus ministros "apretado" por los títulos o los analistas políticos de los diarios.
Por si acaso, les mandó un mensaje a quienes cayeron (hace poco menos de un mes) en el reduccionismo de creer que la encrucijada era la Casa Rosada o Cap Ferrat. "Terminaré mi período el 10 de diciembre de 2003 colocándole la banda a mi sucesor. Dentro de 50 años yo no voy a estar más y alguien va a ser gobernador de Santa Fe", exageró el jueves pasado, en lo que pareció un lapsus.
Sea o no candidato presidencial, le espera la difícil tarea de llevar a la práctica en Santa Fe algo que la sociedad reclama con justo derecho y que debería ser su prioridad pensando en el futuro: airear la política con renovación dirigencial, audacia e ideas novedosas.
Tal vez desde ese lugar (ni más ni menos que el del sentido común) se construya una esperanza en medio del pesimismo que agobia y se hace insoportable. En algún momento la consigna incumplible del "que se vayan todos" será reemplazada por el "que se queden los mejores".
A casi nadie le entusiasma que la única opción nacional sea, como hoy, el purgatorio o el infierno.