Mañana, cuando asuman los nuevos ministros del gobierno provincial, no habrán desaparecido la desnutrición infantil, la deserción escolar o la retención en las aulas por una copa de leche o un plato de comida, la multiplicación de la pobreza a velocidad inaudita ni la violencia con sus crueles sinrazones.
Todo eso y más estará esperando a los nuevos, apenas se acaben los fastos del ceremonial de inauguración de sus mandatos. La metamorfosis social que está sufriendo la Argentina y que en algunos de sus aspectos todavía demora en llegar a la provincia de Santa Fe importa una deformación cuyo rostro definitivo aún no se conoce pero que se presume horrible.
Cuatro años de recesión a los que se les suman el default, la devaluación, la desocupación y la inseguridad tienen en cambio en el cansancio moral de la ciudadanía el más grave de todos los síntomas de este nuevo pico de la inveteradamente cíclica crisis argentina. Así como el menemismo contribuyó grandemente a profundizar la crisis económica con sus secuelas de lo que ellos llamaban cínicamente "efectos no deseados del modelo", el gobierno de la Alianza aportó al desánimo general desde la frustración anímica que su fracaso importó para amplios sectores de todas las capas sociales.
Sin confianza no se puede
Si faltan medios pero también ganas y se ha acabado la confianza, hay una sociedad que tarde o temprano habrá de sucumbir. La confianza es a los integrantes de un pueblo lo que el afecto a los miembros de una pareja o a los integrantes de una familia. El lazo vital que los aúna justificando desvelos y sinsabores, pero a la vez llenando de plenitud las alegrías y satisfacciones.
En la confianza, precisamente, radica la fortaleza del contrato social por el cual se organiza un pueblo. Delega representaciones y encarna instituciones. Así como no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, es una certeza que la crisis económica que hoy padecemos en algún momento se mitigará para variar su pérfida intromisión en nuestras vidas. La pregunta, como en el refrán, es si nuestro cuerpo social habrá de resistir la dura prueba.
El "que se vayan todos" es la manifestación civilizada de que es necesario recrear el contrato social. Es el modo de decir que tiene el pueblo de que ha perdido la confianza en aquellos en quienes había delegado su representación. Pero una pueblada para desalojar la delincuencia del barrio habla a las claras de la urgencia con que se requiere recrear niveles de confianza y convivencia.
Si el ahorrista no vuelve a confiar en sus bancos no habrá forma de recrear el sistema financiero. Si el ciudadano no vuelve a confiar en el Estado será imposible recomponer la recaudación fiscal. Si el hombre común no vuelve a confiar en sus líderes los gobiernos no recuperarán legitimidad plena y las instituciones fortaleza. Si los argentinos no vuelven a confiar en sí mismos no habrán de recuperar la fuerza vital y transformadora que admiraron de sus antepasados.
Detrás de todo lo que pasó en la semana en el gobierno santafesino ya se han expuesto sus razones epidérmicas. Fue el mismo Carlos Reutemann quien habló de la irracionalidad del incidente protagonizado por los ministros de Hacienda, Juan Carlos Mercier, y de Salud, Carlos Parola, pidiendo este último fondos que aquél supuestamente retaceaba.
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La trama secreta de un adiós
Existe una sola razón para entender que Reutemann lo haya despedido a Mercier fuera del tamiz del internismo partidario, que le imprime a la medida una visión conspirativa. Según ésta -sostenida por el propio ex ministro- alguien estuvo interesado en su caída. Apuntan al presidente de la Cámara de Diputados, Alberto Hammerly. En esta misma línea, Mercier preocupado por forjarse un destino político propio, como aspirante a gobernador, tal vez se arroga espacios de discernimiento arbitrario sobre las órdenes emanadas de Reutemann. Esto es, decide no obedecerlas o hacerlo a su modo y no cumple un decreto que otorgaba algunos fondos más a salud.
Pero la razón que la coyuntura sólo explica a medias es que Reutemann le perdió confianza a su ministro de Hacienda. Se la perdió en momentos en que la crisis ubica al gobernador sin otro horizonte que asegurarse un último tramo de gestión digno y razonable. Especulaciones de tipo personal de cualquiera de sus colaboradores pondrían en riesgo esa aspiración. Lo desmentirá Reutemann y también lo hará Mercier, pero basta nada más rascar un poco en el ánimo de ambos para aceptar la verosimilitud de esta hipótesis.
El Lole dice que se siente tremendamente halagado de que a cada paso que da le pregunten si va a ser candidato a presidente, le pidan que lo sea, o los periodistas lo acosen reclamándole causas de por qué no lo será. Decirlo o demostrarlo en público no es su estilo. Pero asumir un compromiso sin seguridad, tampoco.
Cuando Reutemann se vio tan cerca del umbral presidencial comenzó a preguntarse asimismo qué haría en caso de traspasarlo. Sondeó las opciones y herramientas, los hombres y los medios, los tiempos y las expectativas y concluyó en que no podría. Ahí se dio cuenta de que a diferencia de esa postulación nonata, su gobernación acaba de cumplir apenas la mitad de su edad. Se preguntó entonces cómo haría para gobernar hasta el final.
Recrear el reconocimiento a su autoridad y la confianza que en él depositan los demás. Podrán sobrar medios pero sin autoridad y confianza no se puede administrar y gobernar, dice a quien lo quiera escuchar. Llámese Mercier o quien quiera, Reutemann no dejará que nadie le maneje su gobierno, sus tiempos y sus prioridades.
La crisis se devora todo
Fue el primero en comenzar a decir que la crisis funcionaría como una picadora de carne y que acabaría con los más pintados. La crisis, en definitiva, acaba de fagocitarle medio gabinete. En otras circunstancias más favorables probablemente Reutemann sería hoy precandidato presidencial y las expectativas por su suerte sellarían las obediencias más afanosas entre los suyos. Sin la crisis tampoco existiría la escasez que lleva a pelearse por los recursos ni las urgencias que tornan impotentes los esfuerzos. Mercier, Parola, Rossini, Rébola -quien ha dejado de ser socialista y hace dos años y medio no tiene más vinculación con Héctor Cavallero ni con el partido de éste-, son víctimas de la crisis.
Al despedirlos Reutemann demostró que es él quien elige a sus colaboradores, que las políticas que éstos desarrollan las dicta el gobernador y que los remueve cuando considera oportuno o necesario. Una manifestación de fuerza que, de todos modos, deberá tener cierto correlato en los resultados. Como fuere, los nuevos ministros tienen una característica en común entre sí y con quienes han logrado sobrevivir a la purga: ninguno tiene aspiraciones personales propias como abocarse a otro objetivo que no sea afrontar una realidad que viene de antes dispuesta a pasarlos por arriba y a borrarlos como a sus antecesores a menos que se paren firmes, codo a codo a enfrentarla.