Sin la necesidad de disponer de muchos días es posible hacer un recorrido sumamente placentero para adentrarnos en el paisaje y la cultura riojana. Así lo hicimos en estas pasadas vacaciones de invierno.
Luego de transitar varios kilómetros de ruta y paisajes desérticos, de pasar Cruz del Eje, sólo pequeños pueblos rompían la monotonía de la ruta, en perfecto estado y sin peajes, como todas en dicha provincia. Así llegamos a media tarde a La Rioja capital.
Nuestro cuerpo tenía huellas de tedio y cansancio por el viaje y los habitantes recién mostraban incipientes muestras de ponerse en movimiento y servicio luego de la tradicional siesta que debe ser una institución prácticamente anual.
Luego de instalarnos y descansar nos lanzamos al descubrimiento de una ciudad que combina la arquitectura colonial con la incipiente modernidad de la fisonomía urbana, que conserva los típicos rasgos pintorescos que distinguen a las capitales norteñas.
Visitamos la plaza principal, la Casa de Gobierno de arquitectura colonial y la iglesia Catedral, que es toda una obra de magnificencia artística colonial. Recorrimos los barrios aledaños, especialmente los que contornean lo que ellos llaman La Quebrada, donde se suceden señoriales residencias.
De regreso al centro nos dedicamos a recorrer su peatonal y a deleitarnos con la cantidad de artesanos organizados en una espléndida feria invernal. Entre las delicias del paladar caben destacar las empanadas y, por supuesto, las aceitunas.
Proa a Chilecito
Por la mañana del día siguiente nos decidimos a rodear en trescientos kilómetros la Sierra de Velazco para llegar hasta Chilecito, lugar denominado "camino de la costa". De más está decir que es un camino encantador, que comienza con el dique Los Sauces y luego de traspasar un túnel en la montaña se arriba a la mayor villa veraniega, Villa Sanagasta, que regala un oasis coronado de álamos al abrigo de un microclima privilegiado.
Otros pueblos que van apareciendo como escapados de una paleta de pintor son: Las Peñas, Aminga, Anillaco (tan peculiar y conocida por todos que merecería un comentario especial y aparte), Los Molinos, Anjullón, San Pedro, Santa Cruz, Aimogasta, Andolucas, Pituil y El Rincón, todos pueblos engarzados al filo de las sierras de Velazco, donde el verdor estalla con una profusión de cactus en flor.
Después de pasar por el último pueblo al que tuvimos que adentrarnos unos kilómetros, Famatina, llegamos a Chilecito, que es como una mancha verde en el canto inmaculado de las montañas. Una ciudad que desborda tradición y cultura.
Su ubicación geográfica y sus 1.100 metros sobre el nivel del mar, le permiten cultivar las vides más ricas del país y destacar la variedad del torrontés. Inmediatamente tomamos contacto con una excepcional cualidad de su gente: la hospitalidad y el servicio.
Chilecito es cultura, poesía, es belleza que comprobamos se lleva en los cantos, en los lienzos, pero también en el corazón y en las imágenes inmemoriales que quedan grabadas en cada mente.
Nos interiorizamos de la vida y la historia del lugar. Por ello no pudimos dejar de visitar el museo del Cablecarril. Esta es la primera de las nueve estaciones de lo que es el cablecarril más largo del mundo, de 35 kilómetros, que, desgraciadamente está fuera de actividad pero en condiciones de funcionar, ya que su mantenimiento es prácticamente óptimo.
Sus estructuras son imponentes y hechas por ingeniería inglesa en 1903, bajo los ideales futuristas y promisorios de Joaquín V. González. Adentrarnos en la historia del lugar nos hace afirmar que Chilecito y todas sus montañas son oro y plata.
A la mina cercana se accede en travesías de vehículos 4x4. Allí nos enteramos de que Chilecito se llama así porque para la explotación minera vinieron aluviones de chilenos, expertos en la minería.
Luego llegamos hasta "samay huasi", que significa en lengua quechua "lugar de reposo". Es la finca que perteneciera al doctor Joaquín V. González. Confieso que como era ya entrada la tardecita el lugar estaba por cerrar, pero nuevamente la amabilidad y gentileza del guía hicieron que pudiéramos realizar la visita guiada.
La Universidad Nacional de La Plata la incorporó en retribución y homenaje a quien fuera su creador. Recorrimos todas las habitaciones conociendo la idiosincrasia, costumbres y virtudes de su morador. Allí funciona el museo Mis Montañas con salón de actos, pinacoteca, sala de arqueología, paleontología, minería, zoología, iconografía, todo tan bien diseñado y compilado que cautiva el interés de cualquier visitante. Es una gran casona colonial, rodeada de paseos y jardines con plantas exóticas, rosales, jazmines y senderos que llevan a los viñedos y huertos.
Entonces retornamos a la ciudad llevándonos muy fuertemente grabadas, entre tantas pertenencias observadas del doctor González, algunas de sus palabras: "No hay fuerza, no hay poder, no hay genio capaz de resistir a un pueblo que se levanta en la hora suprema reclamando la libertad, que es su derecho".
Liliana Beatriz Morre de Masía \E-mail: [email protected]