Cuando la camioneta enfila por el camino de ripio el pueblo formoseño de Las Lomitas va quedando atrás, atrapado para siempre en su historia de cárcel a cielo abierto. Desde allí hay que recorrer 50 kilómetros para adentrarse en el bañado La Estrella, un enorme capricho de las aguas desbordadas del Pilcomayo.
Para los naturalistas, el bañado es un mundo tan mágico como virgen, y un ecosistema fluvio lacustre que junto a los esteros correntinos del Iberá y al pantanal brasileño del Mato Grosso son las tres reservas ecológicas más importantes de la América del Sur.
Manejando sabiamente los tiempos del asombro, el pantanal se deja ver por primera vez con fugacidad. Muestra una laguna de aguas calmas que refleja el cielo azul de la media tarde.
Y reaparece salpicado de árboles cuyas ramas oscuras parecen dibujadas. Seres vegetales despojados de hojas, de follaje, con sus troncos rígidos hundidos en el bañado. Arboles de madera dura que perecieron bajo el agua y se mantienen firmes.
El vuelo repentino de una cigüeña mueve las hojas de los camalotes, enormes islas flotantes de color verde oscuro donde dormitan carpinchos y lobitos. El ruido del aleteo asusta a las garzas blancas que emigran hacia las ramas altas.
Ahora el bañado discurre a ambos lados del camino. Los árboles sin hojas quedan atrás y el paisaje se torna mucho más verde, más espeso. Por allí aparecen las palmeras caranday, que sobreviven porque el sol seca sus raíces cuando las aguas bajan.
También se ven figuras que semejan mujeres de largas cabelleras, levemente inclinadas, que en realidad son troncos cubiertos por una alfombra de musgo. Y otras siluetas que parecen criaturas agobiadas deambulando por el bañado.
Para los nativos son simplemente los "chámpanes", figuras fantasmagóricas cubiertas por enredaderas y por las flores amarillas del Irupé.
Vertedero de espuma blanca
Después se llega al Vertedero, un terraplén de 700 metros donde las calmadas aguas de la izquierda se deslizan hacia la derecha, cayendo con fuerza y formando una orilla de espuma blanca.
Un espectáculo donde la naturaleza fluye en armonía. Los sábalos y las bogas, arrojados de un lado al otro por la corriente, intentan una y otra vez regresar a las aguas quietas.
Parecen saetas plateadas rebotando en el medio del terraplén y regresando, vencidos, a la espuma blanca; solo algunos consiguen cruzar, pero la tenaz lucha contra la corriente es incesante.
El Vertedero es un tramo de la ruta provincial 28 que está flanqueada por postes blancos, guías visuales que facilitan el paso de los vehículos sobre esa masa hídrica en permanente movimiento. Una franja de agua clarísima que marea y alucina.
Mientras la camioneta avanza lentamente por el terraplén, una piragua cruza el bañado y los caranchos negros se recortan nítidamente sobre los bancos de arena clara. Patos y cisnes se deslizan sin ruido y de pronto una cigüeña de cuello colorado se eleva llevando un reptil en el pico.
A lo lejos se ven los bosques de árboles altos, algarrobos blancos y negros, quebrachos colorados y mistoles, y más cerca los arbustos bajos como el vinal y el duraznillo, las campanillas azules, las totoras y los repollitos de agua.
Para Isauro Villagomez, hombre de piel curtida y edad incierta, el bañado es desde hace veinte años su entorno cotidiano. Mientras acerca sillas al patio de tierra seca, donde hay un fogón con ollas ennegrecidas y un horno de barro, cuenta que está solo porque su "compañera se me fue a Lomitas", aunque aclara que "a veces viene, o voy yo cuando cobro mi sueldito".
El hombre es empleado de Agua y Suelo y el encargado de volcar en planillas, que la dependencia recoge cada seis meses, la altura del agua. Un trabajo por el que cobra 250 pesos y que realiza acompañado de muchos gatos y de Petizo, su perro preferido.
Sin luz y sin agua, Isauro se conecta con la vida a través de una radio portátil que sólo capta emisoras paraguayas, y de alguna que otra charla con sus vecinos más cercano, el "Gaita" Díaz y los Herrero, la familia que sale del bañado en canoa y a caballo.
Desde el patio de Isauro la puesta del sol es un derroche de cielos anaranjados. A esa hora el bicherío del bañado busca sus lugares de descanso y hasta los empecinados peces del terraplén parecen acatar el orden natural del día y la noche.
Cuando la camioneta rumbea para Las Lomitas ya es noche cerrada. Recién entonces, mirándolo desde el camino, se entiende porque ese bañado se llama La Estrella. Miles de bichitos de luz, para los nativos los "tiqui-taca", iluminan el humedal. Semejan pequeñas estrellitas sobre un lugar tan único como olvidado.