| | Reflexiones El tiempo de los argentinos
| Raúl Eduardo Deangelillo (*)
Las indignantes estadísticas publicadas por el Indec el 21 de agosto de 2002 me han producido escalofríos, desazón, tristeza, preocupación, miedo, desasosiego y un gran dolor. Pero por sobre todas las cosas, me han producido un estado de bronca, de mucha bronca. Bronca e indignación por el 53% de pobres que existen en la Argentina. Bronca e indignación por la indiferencia mostrada por la actual dirigencia política y sindical. Una dirigencia que discute solamente si las internas deben ser abiertas o no. Una dirigencia mezquina que solamente piensa en alcanzar cargos públicos para que después, como siempre ha sucedido en la historia de nuestro país, todo siga igual. Y el igual es sinónimo de crecimiento económico de unos pocos. El igual es el continuo usufructo de los privilegios por parte de la corporación política y sindical. Ese igual que significa el beneficio para la corporación traducido en sueldos, gastos extras, pasajes aéreos, coimas. Finalmente, ese igual que significó y significará el crecimiento de la pobreza, del hambre, de la miseria y de la desocupación. No importa quienes hayan dirigido los destinos de nuestro país. Han sido liberales, proteccionistas, dirigistas, de izquierda, de derecha, pero el crecimiento de la pobreza fue siempre constante. Y ello no es culpa de las políticas ni de las doctrinas esgrimidas. Ello es sólo culpa de la corrupción, la impunidad e indiferencia hacia los grandes problemas sociales con que nuestros dirigentes políticos han conducido el país. El hecho que exista aunque sea un sólo niño, adulto o anciano en estado de pobreza debería ser suficiente para considerar el fracaso de cualquier política implementada en el país. Sin embargo, nadie, nunca, acusó tal fracaso. Y por supuesto que el que menos acusa el fracaso hoy es el que más promete tener la solución, una solución que cuando la tuvo en sus manos la dejó escapar en beneficio de su propio crecimiento. En la historia de nuestro país se advierte claramente que nunca ha existido dirigente político alguno que pusiera en primer lugar al hombre. El ciudadano común siempre ha sido el convidado de piedra en la fiesta de la pizza y el champagne. Ya lo decía Martín Fierro: "El nada gana en la paz y es el primero en la guerra, no le perdona si yerra, que no saben perdonar, porque el gaucho en esta tierra sólo sirve pa votar". Si asociamos que en esa época el gaucho era el pobre, vemos que nada ha cambiado. El pobre "sólo sirve pa votar", y así lo han entendido nuestros políticos, no sólo en estos últimos quince años, sino a lo largo de nuestra historia. Resulta claro que lo que hoy nos pasa no es consecuencia de la convertibilidad, ni consecuencia del liberalismo. Es consecuencia pura y simplemente de la indiferencia de la sociedad que nunca exigió verdaderos cambios. Es consecuencia de la corrupción y su correlativa impunidad. Es consecuencia lógica de un proceso histórico en el que el pueblo, el ser humano nunca ha sido el verdadero protagonista. Menem no fue liberal. Menem fue un astuto que hizo lo que hizo para beneficio de unos pocos. Y sin duda logró su cometido, pero a costa del hambre y la miseria del pueblo que confió en él y que no atinó a reaccionar a tiempo. Hoy es el tiempo en que los argentinos debemos reaccionar, y exigir una profunda reforma política que elimine la lista sábana, que prevea la posibilidad de revocación de los mandatos, la obligación de rendir cuentas de todas las promesas realizadas durante la campaña electoral. Una reforma política en la que el pueblo sea partícipe del control de la gestión no solo cada dos años al emitir el voto. Una reforma política que se puede hacer sin necesidad de reformar la Constitución. Hoy es el tiempo en que ningún argentino tiene derecho a delegar sus responsabilidades ciudadanas. Es el tiempo en que todos juntos elaboremos un proyecto de país, lo pongamos en marcha y caminemos hacia un destino de dignidad como Nación. No podemos esperar más. Mañana quizá sea tarde. (*) Miembro Adherente del Movimiento de Refundación Republicano
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