| | Editorial Esquiva identidad nacional
| Días atrás la noticia mereció despliegue en la portada de muchos diarios, incluida La Capital. El rompehielos Almirante Irízar había regresado al país después de concretar con éxito una dura misión: auxiliar al buque alemán Magdalena Oldendorff, atrapado por los traicioneros hielos de los mares antárticos. Aunque no pudo plasmar su objetivo de máxima -que era regresar con el barco germano hasta aguas seguras- la nave argentina logró diluir todos los riesgos que acechaban a los tripulantes del Oldendorff, a quienes en su mayoría consiguió evacuar. La tarea no fue sencilla, y dio pruebas concretas del elevado nivel de capacitación y el notable coraje de los hombres del Irízar. Una muestra de que los argentinos no sólo pueden destacarse en el fútbol cuando les toca trabajar en equipo. En estos tiempos ya podría afirmarse que se trata de un lugar común: cuando se reivindica la nacionalidad, el blasón que habitualmente ostentan los nacidos en estas tierras se relaciona con las conquistas obtenidas en el terreno del deporte. Así, disciplinas grupales como el fútbol, el básquet o el vóley, o individuales como el tenis y el automovilismo, se erigen alternativamente en las elegidas. Y muy cierto es que en todas ellas los argentinos han descollado. Y también es que por su intermedio se superan todas las diferencias: jujeños, bonaerenses, santafesinos, riojanos, misioneros, santacruceños, fueguinos, chaqueños, pampeanos o correntinos se tornan súbitamente partes integrantes de una identidad madre, que los engloba y cobija: la argentina. Pero difícilmente se suscite tal grado de coincidencia en otras áreas. Acaso sólo el arte, en algunos casos particulares, sea capaz de producir tanto consenso. Y ese es un problema, claro. Que al mismo tiempo constituye uno de los más grandes desafíos del país futuro: construir las referencias concretas sobre las cuales pueda crecer una identidad común. Más allá de símbolos trascendentes, como la bandera, los pueblos necesitan de íconos que los reúnan en una creencia común. Ya está demostrado -y la hazaña del Irízar es una prueba más- que los argentinos, cuando se unen, pueden. Ojalá, entonces, que primero puedan unirse.
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