La humildad y el respeto no son materias que se cursen en la universidad para graduarse como personas con buen trato. Esos valores no son propiedad de ningún extracto social. Fundamentalmente porque los deportes en cuestión no son clasistas. Entonces este no es el fundamento que explique la diferencia que existe entre el ambiente del básquetbol y el del fútbol en lo que a la forma de interactuar con la prensa y el público se refiere. Y aunque no se trate de una generalización, existen suficientes ejemplos para señalar que el basquetbolista se relaciona sin vedetismo, contrariamente a muchos futbolistas.
El jugador de básquetbol se maneja con la sencillez lógica de aquellos que trascienden por simples cualidades deportivas, las que se fortalecen mucho más si van acompañadas de la convicción de que las mismas no los hacen mejores hombres, y que su popularidad en definitiva es producto del respaldo de la gente y del reconocimiento que adquieren por la difusión de sus condiciones que hacen los medios de comunicación.
Esta forma de relacionarse se les hace complicado a los futbolistas de mayor trascendencia, quienes al ser invadidos por el snobismo de la fama se olvidan rápidamente del deseo que tenían en sus inicios de ser reconocidos por los hinchas o ser entrevistados por los periodistas.
Esto no sucede habitualmente con el jugador de básquetbol, quien mantiene idéntico comportamiento más allá de su crecimiento como deportista, y lo que más llama la atención es que el trato que dispensan no varía demasiado si conoce o no al interlocutor del momento.
Hugo Sconochini y Emanuel Ginóbili, quizás los dos jugadores más destacados de la selección argentina de básquetbol, pasearon recientemente por Rosario su humildad y concedieron las mil y una notas que les fueron solicitadas, sin siquiera preocuparse de la identidad del medio de comunicación. Y no mostraron fastidio por la reiterada requisitoria periodística. Como tampoco con el multitudinario pedido de fotografías y autógrafos.
Ahora imaginemos que en lugar de estos basquetbolistas estuvieran dos integrantes de la selección de fútbol. Juan Sebastián Verón y Diego Simeone, por ejemplo. Sin dudas que la disposición no sería idéntica. Independientemente del humor que exhiban el día en cuestión ambos volantes, de incuestionable calidad deportiva.
Un básquet distinto
Convengamos también que sería muy difícil que la selección de básquetbol adopte una actitud colectiva como la que oportunamente decidió el seleccionado de fútbol previo al Mundial de Francia, cuando corporativamente se negó a dialogar con la prensa en forma individual. Determinación cuestionable más allá de los propios grises que cruzan la geografía del periodismo.
Como sería improbable que el entrenador Rubén Magnano anteponga tantos escollos en su relación con la gente imitando a los últimos técnicos del equipo argentino de fútbol.
Sin dudas que resulta difícil encontrar una explicación consistente a esta diferencia de relacionarse. Porque más allá de que el fútbol sea más popular que el básquetbol por una cuestión cultural, los orígenes de los jugadores no son tan disímiles. Y cada uno en lo suyo ostenta similar jerarquía.
Tal vez los futbolistas tengan un argumento válido. Aunque la soberbia no tiene fundamento.