Año CXXXV
 Nº 49.576
Rosario,
martes  20 de
agosto de 2002
Min 3º
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¡Entonces: seamos cuerdos!

A propósito de Charles Darwin y su teoría del origen de las especies, estimo que es difícil compartirla en su totalidad pues el hombre, a lo largo de su amplia historia antropológica, ha demostrado por su comportamiento que no es "una monada" aunque muchas veces suele estar "en la palmera". Pienso en cambio que la más sutil paradoja a que pueda someternos nuestro homínido destino sería descubrir, por alguno de nuestros fehacientes métodos científicos, que aquello que hemos despreciado alguna vez por cualquier motivo, es en su origen igual a lo que por otros motivos hemos amado. Al respecto interpreto que aquel trascendental imperativo: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" no fue emitido como una frase proselitista sino como un dramático llamado a la cordura de quien conocía a la perfección el orden universal en que estamos inmersos y teóricamente nos indicaría que hemos nacido de una única e ilimitada materia configurada por infinitas formas en movimiento gracias a la inconmensurable energía desplegada en el "big bang" según un orden, creo yo, absolutamente racional y sólo posible para un verdadero creador. Si así fuera cierto imagino que somos una desenfrenada tropilla de "opas" corriendo tras la "piedra filosofal" que resuelva fácilmente nuestras acuciantes necesidades, mientras que a cada paso tropezamos con alguna de esas "sabias" piedras desprendida del muro que antes atropelló otra humanidad irreflexiva. No seamos ingenuos. Dentro del cuerpo universal el hombre es una pequeñísima molécula orgánica cuyas células, relativamente libres, han recibido instrucciones precisas para cumplir una función determinada. Si la cumplen armónicamente el cuerpo universal estará sano. De lo contrario se originarán tumores que indefectiblemente serán extirpados de alguna manera "natural". Entonces: ¡seamos cuerdos!
Juan E.A. Mattheus


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