Año CXXXV
 Nº 49.576
Rosario,
martes  20 de
agosto de 2002
Min 3º
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Editorial
Los bancos y el país de hoy

La noticia de que los bancos Comafi y Bapro absorberán al suspendido Scotiabank, de capitales canadienses, fue recibida con alivio por todos. Fundamentalmente porque las dos entidades, que se repartirán las sucursales que tenía el Scotia en la Argentina, se han comprometido a preservar mil doscientos puestos de trabajo sobre un total de mil setecientos, con la posibilidad de ampliar aún más esa cifra. En el país actual -asolado por los graves efectos del desempleo- cualquier información que se vincule con la preservación de legítimas fuentes de trabajo debe ser recibida con beneplácito. Sobre todo si se relaciona con el sector bancario.
El concepto anterior emana del abrupto cambio de las reglas de juego que significó la brusca devaluación del peso. Esa decisión cambió de golpe el panorama conocido y sus efectos iniciales fueron, sin dudas, catastróficos. Sólo ahora, y muy tímidamente, comienzan a vislumbrarse algunas consecuencias positivas de la resolución adoptada durante la gestión de Jorge Remes Lenicov al frente del Ministerio de Economía. Pero para el sector financiero el golpe estuvo muy cerca de ser de gracia. Sobre todo para las entidades privadas de origen extranjero, que se habían erigido como la más sólida opción para los ahorristas durante la vigencia de la convertibilidad y defraudaron más tarde esas expectativas, fundadas en la supuesta solvencia de sus casas matrices.
Sucede que ellas tampoco devolvieron los depósitos en la moneda en que habían sido realizados y el derrumbe de esa promesa trajo como contrapartida la repulsa por parte de la gente. El Scotia, afectado seriamente por el goteo derivado de los recursos de amparo, fue suspendido por el Banco Central luego de que los accionistas canadienses decidieran que ya no valía la pena seguir capitalizándolo. Y de esa manera no sólo los ahorristas que en él habían confiado sus depósitos, sino sus trabajadores, vieron cómo el futuro se transformaba en un gigantesco signo de pregunta.
Ahora ese porvenir -si bien dista de ser halagüeño- parece más claro. Mientras, de la adaptación a un nuevo modelo económico, basado en la exportación y la sustitución de importaciones, dependerá la exitosa continuidad de los bancos. Aunque antes deberán remontar la escabrosa cuesta de la desconfianza.


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