Año CXXXV
 Nº 49.574
Rosario,
domingo  18 de
agosto de 2002
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El dinero en el exterior puede comprar cinco veces la deuda
Análisis: La llegada de los jinetes del apocalipsis
La violencia y el terror paran la economía. El miedo a los políticos hace que la plata de los argentinos no regrese

Antonio I. Margariti

La confianza, el afecto y la honradez -los valores más sensibles del cuerpo social- sufrieron esta semana las más duras y tremendas heridas que puedan infligirse a una sociedad y cuya recuperación será lenta y difícil. El abominable asesinato de un adolescente, los secuestros express, la serie de crímenes mafiosos ocurridos en el ámbito del Conurbano bonaerense y la sospecha de que esta violencia puede estar vinculada con la marcha de las internas de los partidos para dirimir quién será el candidato presidencial en las próximas elecciones, han provocado una nociva sensación de inseguridad e inundado de temor justificado todas las capas sociales.
Pareciera que en la patria se hubiese desatado la furia de los jinetes del apocalipsis, seres endemoniados que se dedican a esparcir el horror de la violencia y del saqueo por doquier. En el profético libro del Apocalipsis, escrito durante el imperio de Domiciano hacia el año 95, su autor que se llama a sí mismo Juan (6,4-9) describe la visión de un jinete asesino que, cabalgando en un caballo rojo, esgrime una gran espada y tiene el poder de quitar la paz de la Tierra para que sus habitantes terminen degollándose unos a otros. Luego de la matanza, relata que al abrirse un quinto sello, las almas de los degollados aparecen debajo de un altar, revestidos con impecables túnicas blancas, y reclamando a viva voz: "¿Hasta cuándo Señor vas a permanecer impasible, sin hacer justicia ni tomar venganza por la sangre que hemos derramado?".
La visión, tan terrorífica como espantosa, se asemeja al salvajismo con el que ocurren hoy muchos sucesos aberrantes que nunca terminan de esclarecerse y que permiten el ocultamiento de sus responsables e instigadores.
Esta referencia podría parecer una reflexión influenciada por el estrecho contacto con los hechos cotidianos y por tanto ajena a una visión más alejada, amplia e imparcial.
Sin embargo, las primeras planas de los periódicos mundiales señalaron esta semana que la provincia de Buenos Aires es un territorio donde reinan el terror y el crimen. También hay declaraciones de importantes personajes de la escena internacional que debieran hacernos meditar profundamente, porque en pocas palabras encierran la clave de nuestras desventuras.
Paul O'Neill, el fogoso secretario del Tesoro de EEUU dijo: "El dinero que se presta al gobierno argentino va a parar a cuentas en Suiza", y las últimas investigaciones judiciales parecen darle la razón. Por su parte, Hans Eichel, solemne ministro de Finanzas de Alemania, señaló en Brasil que "la Argentina es un país saqueado por sus dirigentes" y así coincide con las íntimas convicciones de muchos compatriotas.
Tales opiniones aluden claramente a personajes que hoy pretenden mantenerse en el poder, o a aquellos que ambicionan recuperarlo por medio del acto eleccionario al que han convocado. Pero todos, sin excepción, son personajes del pasado, que desde hace años cambian las reglas para atornillarse a los cargos, son quienes se han enriquecido a través de su paso por la función pública y los mismos que nos han llevado al desastre actual. Si alguno de ellos triunfa no podemos esperar sino que se repitan las mismas consecuencias que padecemos.

Temor al desorden
Cuando el espacio público es ocupado por personas ignorantes y deshonestas, que no tienen la más mínima idea del bien común, que no poseen la humildad de aprender de sus propios errores, que son hábiles sólo para engañar y proteger sus intereses personales, entonces el temor comienza a esparcirse entre los ciudadanos como una deletérea sensación de inseguridad, y luego se convierte en el desamparo de toda protección por parte del Estado.
Si en ese estado de prevención social se producen despojos inauditos como los soportados por los ahorristas en bancos, violación sistemática del orden jurídico, alteración de las condiciones pactadas en los contratos privados sin poder lograr amparos judiciales efectivos, agresiones de todo tipo mediante cortes de rutas por grupos violentos y oleadas de crímenes vinculados con la acción política, entonces cuando todo esto sucede, la inseguridad y la injusticia se extienden a todos los rincones de la vida individual y social.
El temor termina convirtiéndose en pánico, y por este camino nos deslizamos hacia un clima de anomia que es el estado que actualmente presentamos: una sociedad caracterizada por la desintegración de las reglas que permiten garantizar el orden social. La anomia es la antesala de la anarquía, situación que se presenta en el país cuando hay ausencia notoria de autoridades serias y responsables y cuando la calle ha sido ganada por grupos de agitadores que generan violentos enfrentamientos con las fuerzas del orden, todos ellos dirigidos y utilizados por dirigentes políticos que mantienen una permanente lucha unos contra otros.
Sin embargo, la anarquía no tiene larga vida y desemboca inexorablemente en la tiranía donde un gobierno despótico, injusto y cruel se hace cargo de la situación actuando fuera de la ley e imponiendo su voluntad con excesivo abuso de la fuerza. Al transitar por este camino, sucumbe la democracia y desaparece el orden social basado en la libertad y la justicia.
Cuando el proceso de demolición social avanza, instintivamente las personas comienzan a poner a buen resguardo su propio patrimonio, cobijándose en divisas convertibles. Al cabo de un tiempo se dan cuenta de que no sólo deben salvar su pequeña o gran fortuna sino que tienen que proteger la propia vida y la de su familia.

Las cifras del temor
Las cifras de este temor social son claras y contundentes. Los argentinos no se cansan de comprar dólares y guardarlos en cajas de seguridad o en sus domicilios particulares, razonando que si confían sus ahorros a bancos regidos por la legislación argentina, corren un 100% de riesgo de ser confiscados o devaluados en plazos que se repiten matemáticamente cada diez años. Pareciera que ese es el período de maduración que los políticos y legisladores argentinos esperan para poder cortar la mies y quedarse con la cosecha íntegra del dinero ahorrado. En cambio si los tienen en casa, pueden ser asaltados y robados por ladrones, pero el riesgo se reduce al 5%. Otros, por su lado, consiguen traspasar las fronteras de las leyes locales y transfieren sus fondos a países confiables que respetan las reglas y cuentan con jueces honestos, serios e independientes.
Así es como hoy se acumulan en manos de los ciudadanos argentinos más de 32.000 millones de dólares billete, más de siete veces los 15.308 millones de pesos emitidos por el Banco Central que hoy circulan. Pero, además y según datos proporcionados por organismos internacionales de crédito, los ciudadanos residentes en Argentina, tienen fondos depositados fuera del país por 127.704 millones de dólares, de los cuales el 60%, o sea 76.650 millones, depositados en cuentas a la vista o plazos fijos fácilmente rescatables. Otros 25.400 millones de dólares se han colocado en inversiones directas, es decir casas, locales comerciales, departamentos o inversiones genuinas de capitales productivos.
El resto, de 25.654 millones de dólares, corresponden a colocaciones de carteras en fondos de inversiones administrados por bancos extranjeros. La masa implicada en esta estrategia de poner a resguardo de las manos de nuestros políticos el patrimonio personal y social, es tan enorme que, sumada serviría para comprar hasta cinco veces el valor de cotización de la deuda pública argentina en los mercados mundiales.
Es el tremendo precio de la desconfianza, la inseguridad jurídica, la violencia como arma de acción política y la ambición de los necios por mantenerse en el poder, sin tener las mínimas condiciones para gobernar. ¿Habrá alguien que comprenda el drama argentino? ¿Tendremos algún día un candidato honesto pero inteligente y patriota? ¿Ese candidato sabrá exhortar a la gente sana y respetuosa que todavía queda, para que se pongan de pie y puedan decirle a estos jinetes del apocalipsis que "esta vez no pasarán"?


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