Año CXXXV
 Nº 49.574
Rosario,
domingo  18 de
agosto de 2002
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Río de Janeiro: Todo el año es carnaval
A pesar de que falta poco para que culmine el invierno, las playas de Copacabana e Ipanema lucen como en verano

Gustavo Lenti

A un mes y medio de haber comenzado el invierno, la ciudad de Rio de Janeiro recibe a sus visitantes con una temperatura promedio de 30 grados, lo que sumado a sus inmensas y magníficas playas, transforma a este sitio en un lugar fabuloso para los turistas.
El clima cálido en agosto y el mar verde despiertan la envidia de los "criollos", que jamás gozan de esta temperatura en invierno en su tierra y menos aún de estas playas paridisíacas, con una arena finita y suave, que parece maicena cuando se pisa.
Los 30 grados invitan a la gente a la playa y por ese motivo la costa de Copacabana e Ipanema luce casi como en el verano, con muchos turistas que disfrutan del paisaje que representan los morros, el mar y también las famosas "garotas".
A diferencia de las argentinas, las mujeres brasileñas son más desprejuiciadas y por ese motivo no tienen inconvenientes en pasearse por la "praia" con diminutas bikinis y muchas, también, para regocijo de los hombres, lo hacen en topless, luciendo sus cuerpos esculturales y bronceados.
Algunas suelen volver a la avenida Atlántica -lindera a la playa de Copacabana- por la noche, pero a esa hora es otro el "precio" que se tiene que pagar para gozar de su compañía.
Otra de las características de la playa de Copacabana es la gran cantidad de arcos de fútbol colocados a lo largo de la misma, donde los brasileños, desde temprano y hasta entrada la noche, tratan de imitar a Ronaldo, Romario y compañía. Mientras, los que esperan entrar al "picado" hacen jueguito y pueden estar varios minutos sin que la pelota toque la arena, mostrando una enorme habilidad, o se enfrentan en duplas en la cancha de vóleibol, pero en vez de jugar con las manos, lo hacen con las piernas, el pecho y la cabeza.
Además, tanto las mujeres como los hombres poseen otra diferencia en relación con los argentinos. Ninguno se preocupa mucho por la política ni están pendientes del dólar que sube día a día o por el préstamo que les puede llegar a dar, o no, el FMI. Para ellos está "tudo bem".

Santuario ecológico
Los indios Tamois fueron los primeros habitantes de la Isla Grande, un santuario ecológico poblado por monos macacos que viven entre palmeras y cañas de bambú, a tan sólo 165 kilómetros de Río de Janeiro.
En Isla Grande el ecosistema permanece inalterado; la primitiva tierra de los tamois es ahora el lugar perfecto para el turismo ecológico y de aventura, y un sitio para el relax.
Se puede llegar en transbordador desde Mangaratiba, a unos 100 kilómetros de Río, y también desde Angra Dos Reis. La navegación no supera las dos horas, pero la embarcación, que podría hacerlo, no lleva autos porque las normas ecológicas prohiben el uso de combustibles.
La balsa deja a los viajeros en la villa de Abraao, antigua y populosa, donde los visitantes pueden hospedarse en posadas, campamentos, habitaciones familiares, o alquilar casitas tan sólo por el fin de semana.
Con algo más de cien playas en sus 155 kilómetros sobre el litoral atlántico, y pequeñas villas en sus casi 200 kilómetros cuadrados de tierras, la Isla Grande se hizo tristemente célebre por albergar a presos políticos.
Un camino de palmeras imperiales conduce a las ruinas del acueducto que abastecía con aguas de manantiales a un antiguo lazareto. En los alrededores del acueducto hay una cascada para los baños de agua dulce y toboganes naturales en las piedras.
Para el buceo y la caza submarina las mejores aguas están en la Gruta do Acajá, Punta do Drago y Parnaioca, y en las islas dos Meros, das Palmas, dos Macacos y Longa, donde hay erizos y estrellas de mar, delfines y cardúmenes de peces de colores.
También vale la pena recorrer el Parque Estadual de Ilha Grande y caminar hasta las ruinas del antiguo presidio; llegar hasta Freguesia de Santana, primera construcción isleña, y contemplar vestigios de una fortificación pirata que fue bastión de contrabandistas de madera y oro en el siglo XVIII.



En Río los contrastes son geográficos y culturales.
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