Año CXXXV
 Nº 49.574
Rosario,
domingo  18 de
agosto de 2002
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Apuntes
Las malas costumbres en los aviones

Patricio Pron

Entre los operadores del aeropuerto de Barajas, en Madrid, circula un chiste. Se trata del siguiente: "Si un avión demora cuarenta y cinco minutos en despegar, ¿qué hacen los pasajeros? Un alemán espera sentado, un americano toma café y un argentino empieza a pegar patadas". En su brevedad, el chiste recoge una verdad innegable, experimentada por cualquier viajero que haya tenido el infortunio de compartir vuelo con lo que podría llamarse "el pasajero argentino promedio".
Un monstruo de este tipo no se ve amedrentado por las miradas a su alrededor cuando, a gritos, reclama que no hay prensa de su país en el avión, cosa bastante probable si la empresa es Turkish Airlines y el viaje de Viena a Estambul.

Pasajero argentino
Otra actitud típica es quejarse por el lugar que se le ha asignado e intentar cambiarlo con su compañero de asiento, en una especie de lenguaje babélico que mezcla señas, asentimientos de cabeza y un inglés macarrónico en el que todo tiene que terminar en "ou".
El fracaso de semejantes operaciones -basta imaginar lo que un suizo puede pensar de un ser acalorado proveniente de las lejanas pampas que le grita cosas incomprensibles- sólo enfurece más al pasajero argentino, para el cual la imposibilidad de comunicación radica sin dudas en la conocida estupidez de los europeos, tema de conversación en más de una reunión de café.
Probablemente tan sólo haya una cosa peor que un "pasajero argentino promedio"; dos. Quien haya tenido la desagradable oportunidad de viajar con un grupo de adolescentes en plan vacaciones o, incluso, de adultos que viajan a ver un partido de fútbol, habrá notado que los exabruptos de uno son festejados y amplificados por todo el grupo.

Uno o dos pellizcones
El golpear el asiento de adelante para acompañar rítmicamente una canción resulta una expresión de pasión futbolera que ni las miradas irritadas del pasajero de adelante ni los pedidos de las azafatas -que, por supuesto, suscitarán miradas procaces y uno o dos pellizcones- pueden evitar.
Pese a que las normas de seguridad en vuelo fueron modificadas en nuestro país tras los atentados del 11-S en Nueva York, no se incluyó nada respecto a los incidentes producidos a bordo, por lo que problemas comunes con pasajeros argentinos como violaciones a la prohibición de fumar y abusos verbales al personal de abordo no pueden ser castigados.
Naturalmente, tampoco los pequeños hurtos. Mantas, almohadas, auriculares, artículos de limpieza, cubiertos e incluso toallas de papel son robadas sin ninguna clase de escrúpulo por los pasajeros argentinos que, cual langostas, dejan tras de sí tierra yerma y una sensación de vergüenza entre los compatriotas que en nada comparten estas bravuconadas, que atraviesan la manga mirando hacia otro lado cuando escuchan a los argentinos jurar que fue el peor viaje de su vida.


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