Corina Canale
Los singulares hoteles de sal del salar de Uyuni, en Bolivia, se abrieron nuevamente al turismo, luego de permanecer cerrados durante un año, por presiones de un movimiento vecinal que censuraba que estuvieran asentados en terrenos fiscales. La polémica que perjudicaba a los empresarios de estos curiosos albergues finalizó con un decreto del Consejo de Política Económica, que autorizó las actividades turísticas en esos terrenos, con el respaldo del Ministerio de Turismo de Bolivia. En las islas de tierra de este salar que está en el sur boliviano, muy cerca del norte de Chile y de La Quiaca, crecen cactus de cinco metros de altura, y extrañamente también viven allí vizcachas andinas y pajaritos silvestres que sólo encuentran agua en las gotas del rocío matinal. A estos refugios llega varias veces al año el joven guía suizo Rafael Joliat, oriundo de una aldea cercana a Basilea, que hace ya trece años llegó a la Argentina para recorrerla en su camioneta todo terreno, ofreciendo circuitos de aventura. El salar es un mar blanco y brillante, que tiene una superficie de 12 mil kilómetros cuadrados y 160 kilómetros de largo, a 3.800 metros de altura. En el medio del salar, en la isla Inca Huasi, vive don Alfredo, quien a diario cruza en su bicicleta esa planicie que parece un lago cristalizado. El hombre vive modestamente, lee mucho y parece no darse cuenta que es uno de los pocos habitantes del salar más grande del mundo. Allí tiene un refugio de un sólo cuarto para albergar, por 3 pesos la noche, a los que se quedan para saber cómo es dormir sobre esa inmensidad blanca donde parece que no hay horizonte. En el invierno el salar es una superficie plana que se ve cristalizada, y en el verano, cuando llueve mucho, la película de agua que lo cubre lo transforma en un espejo. Cuando está húmedo cualquier cosa que se mire a cuatro metros de distancia se refleja nítidamente en el salar. Uyuni es un poblado de calles de tierra con algunos albergues rústicos, habitado por diez mil bolivianos que cultivan la quinoa, gramínea muy nutritiva con la que hacen una sopa exquisita. Los dos únicos hoteles de sal del mundo están a la entrada del salar. Uno se llama Colque y el otro es simplemente el hotel de sal de Juan Quesada. Juan Quesada fue ministro de turismo de Bolivia y un día cumplió su sueño: cortar miles de sólidos bloques de sal, ponerlos unos sobre otros y levantar paredes, instalar camas y bares, y colgar un cartel que dice "se ruega no lamer nada". Nativo de esas tierras, Juan Quesada sabía que durante el día los bloques de sal retienen el intenso calor, y que de noche, cuando la temperatura desciende bruscamente y el frío se torna casi insoportable, brindan buen abrigo. En su hotel todos los cuartos se asoman a un patio techado con un vidrio grueso, donde la puesta del sol refleja un cielo plomizo y naranja. Es bueno saber que Rafael arma entre dos y tres salidas anuales hasta el salar de Uyuni y que si la idea es dormir en algunos de los hoteles de sal hay que hacer las reservas con tiempo al teléfono (011) 40310070 de la mayorista Lihué Expeditions. En las tertulias nocturnas don Alfredo cuenta la leyenda del cercano volcán Tunupá, la montaña sagrada de los quichuas, a la que se le ofrecían sacrificios en cada solsticio de invierno para que la cosecha de quinoa fuera buena. Al dejar la isla, Rafael lleva a los viajeros hasta las lagunas que rodean el salar, típicas lagunas de altura donde viven flamencos rosados y vicuñas. Y al llegar a Uyuni les muestra las vías del ferrocarril que llevaba la plata y el estaño hasta el puerto chileno de Antofagasta en tiempos de prosperidad y esperanza. Las mismas vías que fueron testigo de las andanzas de Butch Cassidy y de su compañero de correrías, Sundance Kid, cuando juntos asaltaban trenes y bancos a lo largo de esta lejana América.
| El salar de Uyuni está muy cerca de Chile y Argentina. | | Ampliar Foto | | |
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