| | Reflexiones Una entrada más noble en la historia
| José y Pedro Romero (*)
Agosto llena el calendario patrio de fechas pasibles de actos importantes y recordaciones significativas. Esto no quiere decir que desde agosto en adelante no haya nada que recordar, pero esas cosas de la historia hicieron que el invierno sea la época más favorecida del año. Diga que creemos en la casualidad si no tendríamos que darle la razón a Pinti en aquello que nuestros próceres hicieron todo en invierno, porque en verano descansaban en Punta del Este. Pero dejemos los determinismos de calendario y pensemos algunas cuestiones propias de la ocasión. El recordatorio del Padre de la Patria siempre ha sido una buena oportunidad para conjugar dos ideas centrales: por un lado, la de "héroe o patriota" y por otro, la idea de "nación". La entrega, la abnegación, la renuncia y el sacrificio serán los valores del pasado que surgirán como un espejo paradigmático para una Argentina que sólo conoce de corralitos, piqueteros y políticos corruptos. La práctica, aunque rutinaria, no se puede juzgar como improcedente. Sin embargo, debemos confesar que, ante esta celebración, aún no podemos superar la intranquilidad que nos origina la actitud con que nos solemos asomar a nuestro pasado. Con el temor lógico por la descortesía, queremos reconocer nuestro deseo de ausentarnos -al menos por esta vez- de un nuevo e impertinente paseo necrológico cubierto de bronce y lustre. Volver a sentir nostalgia por el exilio francés del prócer, recordar el enigmático encuentro de Guayaquil y su inexplicable retirada, imaginar la osadía de juventud junto la táctica y estrategia militar, la austeridad, el cruce los Andes y hasta nuestra cercana San Lorenzo nos resulta -en este tiempo- un ingreso al pasado tan superficial como débil. Cierta vulgaridad parece haberse adueñado de nosotros a la hora de mirar la historia. Es más, nos atrevíamos a decir que nuestra forma de hacerlo "ya es también historia". Ya hemos comprobado el método que solo arroja héroes sin humanidad y rebeldías falsas y alienantes solo funcionales a un estado nación de hace más de un siglo. Ni el actual "aggiornamiento" mediático de esta "nación mostrada" sirve más que para construir un refugio débil y tan endeble como los deseos futbolísticos del campeonato de mundo en Japón. La anémica de visión de nuestros dirigentes ocasiona -una vez más- el vuelco a una simbología modernista y desencarnada que poco entiende de una verdadera memoria en perspectiva de por-venir. En realidad, esta historia cansa, deprime, confunde y frustra. Es la ciencia del pesimismo para adolescentes que estudian -o sólo repiten- sin saber por qué festejamos el 25 de mayo y el 9 de julio. Un presente de incertidumbre necesita también poner en crisis esta historia. Puede que ya no necesitemos de "este" pasado para refundar la República. Quizás debamos seguir esperando para construir esa "memoria de futuro". Decía Nietzsche que hay acontecimientos que tardan siglos en llegar hasta nosotros, verdades que no nos atrevemos a mirar cara a cara y permanecen bloqueadas en una especie de purgatorio. Tenemos la sensación que nuestra historia popular ya purgó demasiado. ¿Será hora de abrirle las puertas del paraíso y volverla a colocar en la mente de miles de argentino que sufren en busca de una nueva utopía? La historia merece mirarse diferente en la Argentina. Puede que el vértigo de los acontecimientos y la acumulación del sufrimiento presente ponga en muchas bocas el juicio de impertinente a nuestro reclamo. Nosotros seguiremos pensando con James Joyce que "esta historia" es una pesadilla de la que quisiéramos despertar. (*) Investigadores del Cerir/Educativo
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