| | Reflexiones Saberse queridos
| Laura Hojman
La ola de agasajos, donaciones, festejos y actividades preparadas en ocasión de un nuevo Día del Niño, desnudaron una silenciada realidad en esta casi última década en este país. Pocos quisieron mirar a la Argentina del raquitismo, la desnutrición, la mitad de los niños bajo la línea de pobreza y casi un 40 por ciento de chicos y jóvenes excluidos de la educación y hoy desde esta europeizada metrópoli llamada Buenos Aires nos topamos en la calle con un ejército de chicos y sus familias pidiendo, revolviendo la basura y juntando cartones. Este grave panorama que viola los derechos fundamentales de adultos y chicos no nació en estos días, sino que forma parte de la desidia, el aprovechamiento personal y la falta de cumplimiento de los deberes de muchos funcionarios que mediáticamente pasaron por los cargos. Como resultado de ello, desde varios años los chicos de las provincias más pobres y del conurbano bonaerense -sin excluir los barrios porteños de la zona sur- concurren a la escuela a tomar tal vez la única comida del día. Según la Convención Internacional de los derechos del Niño y del Adolescente, estos desde que nacen tienen que tener aseguradas entre otras atenciones la educación, la alimentación, la salud y la vivienda. En cambio, desde hace un tiempo, desde muy pequeños abandonan masivamente sus estudios, trabajan para sus padres desempleados, mendigan y se encaminan hacia un incierto destino de exclusión social y económica. Estos hoy son sus derechos. Un chico que no vive así, no se sabe amado, ni por su familia ni por el Estado, el que en muchos países es el principal garante de que sean respetados todos sus derechos. En este Día del Niño que pasó y en el marco de la grave crisis que golpea a miles de chicos, la apuesta a que tengan al menos un día digno estuvo a cargo de algunos organismos públicos, sindicatos, instituciones benéficas, comedores y parques recreativos. Ellos prepararon festejos con juegos, concursos y actividades artísticas y culturales gratuitas, que acompañaron con la entrega de alimentos, juguetes, ropa, útiles y otras ayudas para quienes están excluidos económicamente. Nunca como esta vez hubo una marea de movimientos benéficos para un Día del Niño, como tampoco nunca la Argentina soportó que más de 4,8 millones de chicos de hasta 12 años viven en hogares pobres y más de 2 millones son indigentes. Tampoco debemos olvidarnos de los chicos que se encuentran bajo tratamiento en los hospitales Elizalde, Gutiérrez y Garrahan y otros centros de salud del país. Un país no puede insertarse en el contexto mundial si posterga sus dos fuentes de desarrollo: la educación y el trabajo, que movilizan el resto del engranaje social. Y esto es particularmente lo que se abandonó en los últimos años. La cultura del trabajo, de la producción, de la investigación y del conocimiento dieron paso a formas de desidia e incumplimiento de los deberes para los que la sociedad pagó sus siderales sueldos. Que este Día del Niño haya servido para trazarnos todos y especialmente quienes tienen el poder político y económico, las metas de erradicar las vergonzosas cifras de la crisis y de dignificar entre otros a esos 2.077.797 chicos menores de 5 años que son pobres, los 830.961 de esa edad que son indigentes, los 2.806.339 niños de entre 6 y 12 años bajo la línea de pobreza y el 1.217.000 de esa franja en la indigencia. Y que también se atienda a las cifras del dolor que continúan en los millones de adolescentes también condenados a la exclusión por su condición de pobres.
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