Año CXXXV
 Nº 49.567
Rosario,
domingo  11 de
agosto de 2002
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Asia central: Los últimos nómades
Los kirguís, que habitan la república de Kirguistán, nunca abandonaron los caballos y las carpas

Los nómades de la república de Kirguistán, en el Asia Central, están retomando su primitivo estilo de vida -ir por los caminos a cielo abierto- luego de haber sido forzados al sedentarismo durante el dominio soviético.
Ultimos exponentes de una minoría que sucumbió con la agricultura, que los obligó a establecerse en un sólo sitio y abandonar idas y vueltas, los kirguís han vuelto a transitar por las estepas y las montañas que fueron el escenario natural de las andanzas del legendario Gengis Kan.
Por allí pasó también la Ruta de la Seda, devenida ahora en circuito turístico, que en los viejos tiempos fue el camino obligado de las caravanas comerciales entre Oriente y Occidente.
En esa época las comunidades sedentarias desconfiaban de los "salvajes" que vivían al aire libre, y los comerciantes temían ser asaltados por los "jinetes del norte", las hordas nómades que se movían entre el mar Caspio y el desierto de Gobi.
La historia cuenta que esos jinetes se agruparon bajo el nombre de tártaros -clanes turco-mongoles sin un jefe común- que tanto combatían para el poderoso de turno como en su contra. Gracias a ellos el poderoso conquistador Gengis Kan afianzó su poderío.
Mientras otros pueblos pasaban de una forma de vida a otra, paulatinamente y no sin roces, como los uigures maniqueos, que se asentaron en oasis del desierto de Taklamakán, otros, entre ellos los kirguís, nunca abandonaron caballos y carpas.
Los intelectuales del mundo conocen a Kirguistán por un libro que se ha escrito por siglos, el libro de Manas, al que se compara con las grandes historias épicas de la cultura occidental. Su nombre es el de un héroe y líder popular. Se dice que el Manas comenzó a escribirse en el siglo VI y está considerado un importante documento histórico donde se enfatiza la lucha por la independencia de los mongoles pero también narra las costumbres y tradiciones de la gente común.
El escritor viajero Michael L'Huillier vivió una experiencia reciente el último verano cuando visitó un campamento kirguís a orillas del lago Sonkel. Ese lugar ha sido por más de mil años un famoso "jailoo", es decir, un campamento donde los nómades acuden a pasar el verano y a buscar pastos tiernos para su ganado.
Allí compartió la carpa de una familia numerosa, y fue agasajado con el "kumiss", bebida hecha con fermento de leche de yegua, gruesa y áspera, que es preciso tomar a sorbos largos. Y nunca rechazarla porque es una de las pocas cosas que poseen.
Musulmanes practicantes, las familias kirguís realizan cada día los cinco rezos obligatorios para Alá. Rezan en la carpa circular, de unos treinta metros cuadrados y con paredes de lana de oveja. El piso está tapizado con pieles de yac y en las paredes abundan tejidos de lana con motivos florales. La "yurta", aseguran los nómades, es capaz de resistir el viento y la nieve.
La familia, cuenta el escritor, comienza su actividad muy temprano, a las seis de la mañana, y cada uno se dedica a su tarea después de un desayuno nutritivo. Los hombres realizan un control estricto de las ovejas, ya que son frecuentes las visitas nocturnas de los lobos, cuyos aullidos se escuchan a lo lejos.
Kirguistán está entrando muy lentamente en los circuitos turísticos, en especial los que llegan a China, país con el que tiene frontera. Desde Argentina se llega con vuelos de Lufthansa y Air France hasta Moscú y conexiones a Bishkek, la ciudad capital.
Además del lago Sonkel, al que se llega desde Kochkorka, en un viaje por carretera que dura seis horas, también es interesante visitar el mercado de animales de Karakol, junto al lago Issyk-Kul, y el valle de Karkara. Por allí resisten los kirguís, últimos nómades del planeta. (Télam)



Los itinerantes conservan un estilo de vida primitivo.
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