La crisis económica los sumergió en una noche oscura de la que nunca pudieron salir. Ejercieron sus profesiones y oficios en un pasado que añoran. Fueron propietarios, tuvieron varios autos y hasta cierto pasar lujoso, pero el derrumbe del país los empujó abruptamente a la pobreza. Hoy, viven en el hogar de tránsito "Josefina Bakita", más conocido como el crotario que coordina el padre Tomás Santidrián, ubicado en la Estación Rosario Norte. Allí, deben compartir un gran salón dormitorio con el resto de la población indigente. La disgregación social puede verse en cada esquina, pero sin dudas, en este lugar se refleja cómo el aumento de la clase media pauperizada sigue inexorablemente el ritmo de la marginalidad. Tres historias de vida sirven para ilustrar esa degradación.
Celestino tiene 72 años y mucha tristeza. De cuna próspera recuerda a su padre como fundador del transporte de cargas en Rosario. Es contador público nacional y trabajó en diversas firmas de prestigio. Fue el administrador general del Club Atlético Provincial durante años, cuando la institución se regodeaba con más de 41 mil socios.
Estira su mano para saludar y luego la guarda en su sobretodo algo raído por el tiempo. Cómo quedó en "la calle" es el principio de su historia. "Me atrasé con la cuota de alquiler, pero la dueña me hizo una trastada. Hacía 37 años que vivía en esa casa. En diez días llegó el desalojo y sin más trámites me tuve que ir derechito a la calle".
El primer golpe no fue fácil para el contador. Vivió en los pasillos del Hospital Centenario, luego en la Estación de Omnibus Mariano Moreno, pero lo echaron una y otra vez. "No sé todavía cómo estoy vivo, me costó un Perú adaptarme, muchas veces pensé en arrojarme al río", se sincera.
Celestino dice que su historia es tan gris como el ambiente que lo envuelve. Y, para ser más gráfico cuenta que un sobrino lo traicionó y le robó 27 mil dólares. El episodio le hace pensar en el país. "Me rompo los sesos pensando si existe una persona honesta que pueda arreglar la Argentina. ¿Cómo puede ser que la mayoría sean ladrones, mientras el pueblo está muerto de hambre?", se interroga el contador.
Reconoce haber pertenecido a la clase media alta. "Teníamos tres autos, ocho camiones y una empresa muy grande de transporte de cargas", recuerda, y cuenta que llegó al crotario merced a las gestiones de su coordinador, el padre Tomás Santidrián, quien logró conseguirle una pensión 150 pesos otorgada por el Consejo de Contadores.
"Si alguien me decía tiempo atrás que iba a terminar en un crotario, lo tildaba de loco", asegura. Hoy se quedó solo y no puede dejar de reconocer que está dolido por el olvido de sus seres queridos.
Un fotógrafo aún en actividad
Víctor llegó a Rosario Norte junto a su mujer, quien falleció hace siete meses. Su familia llegó a tener cinco propiedades, pero muchas de ellas debieron venderse para costear la atención médica de su hermano. Intentó con una hostería en Córdoba, pero la cosa anduvo mal. Tuvo que convertirse en un inquilino permanente pero se las rebuscaba haciendo fotografía en las actividades sociales de varios clubes de barrio.
"Trabajé muy bien, sin pasar sinsabores. Pero los problemas empezaron durante los últimos cinco años", asegura.
Para peor, en el 96 le robaron todos sus equipos y algunos electrodomésticos. "Hace 3 años llegué al crotario, porque la cosa no daba para más", precisa. Pero hoy no le afloja a su pasión por la fotografía y al llegar a Wheelwright y Lagos puede verse su cartelito publicitario.
Víctor es muy activo y siempre bien dispuesto. A punto tal que los fines de semana vende varios de sus efectos personales en un stand de la feria retro "La Huella", ubicada a pocos metros del crotario.
Hoy, rodeado de sus compañeros reflexiona sobre el presente. "Nunca pensé una traición tan grande de la clase política. Luché toda mi vida y a mis 67 años estoy en esta situación", suspira con tristeza el fotógrafo y remata: "El país nunca me ayudó a superar los golpes de la vida".
Psicólogo con justa causa
Eduardo es psicólogo graduado en la Universidad Nacional de Rosario. Ejerció en consultorios privados y en clínicas para drogadependientes. "Circunstancias adversas me trajeron acá", explica, y recuerda: "Cuando ejercía podía elegir los pacientes que atendía y hasta fijaba los honorarios".
Su historia es similar al del resto de los profesionales que conviven con él. Lo iban a desalojar y al revisar la agenda llamó al padre Santidrián en busca de auxilio.
Pero no se echó atrás. Habilitó una suerte de consultorio en el crotario, donde atiende a chicos en riesgo social y a su vez visita a jóvenes maltratados y con problemas familiares.
"No me quedo en la mala, lo tomo como un puente para otra cosa", afirma para luego indicar: "Ha operado en la sociedad un vacío donde se despreocuparon de los sufrientes".
Como si este panorama no fuera suficiente para ilustrar la actual malaria, el padre Santidrián aclara que estos tres casos "no son aislados ni excepcionales. Este fenómeno social aumentó sin cesar en los últimos tiempos".