Año CXXXV
 Nº 49.566
Rosario,
sábado  10 de
agosto de 2002
Min 5º
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Editorial
La fe, refugio de la gente

La profunda crisis que golpea a la Argentina ha provocado, además de los penosos efectos por todos conocidos en el plano social, conmovedoras respuestas en una esfera superior y trascendente: la espiritual. Así, el valor crucial que en toda sociedad que justifique su existencia constituye la solidaridad ha experimentado un significativo auge. En momentos que las necesidades más elementales afligen a demasiada gente, muchos que hasta ahora habían permanecido al margen de las cuestiones comunitarias han decidido involucrarse y participar activamente. En un terreno afín, la fe religiosa también ha resurgido, como natural consecuencia del drama que se abate sobre la Nación. La masividad que dio marco a la celebración de San Cayetano debe ser analizada dentro del inesperado contexto que ha creado el desastre económico: la revitalización de valores que hacen a la esencia más íntima del hombre. En este caso, el multitudinario pedido de ayuda, y la confianza en los símbolos sagrados como expresión de esperanza activa.
Fueron muchos aquellos que, después de una prolongada espera, entraron a un templo y dieron las gracias, antes de musitar una plegaria que sin dudas incluyó un ruego. El pedido no es ningún misterio para nadie: trabajo. En esta Argentina golpeada por una recesión que ya lleva años, la unanimidad en las demandas populares marca el camino a seguir: retomar la senda de la actividad productiva se erige como rumbo ineludible, sobre todo después de que durante largos años esa receta fuera subestimada e, incluso, olvidada.
El obispo auxiliar de Rosario, monseñor Luis Collazuol, expresó en su homilía conceptos que pueden resultar muy útiles para definir la dura circunstancia que atraviesa la República. "Argentina no va a resurgir por un salvataje foráneo, que difícilmente llegará y si viene será imponiendo condiciones muy duras para digerir", sostuvo el prelado, ajeno a cualquier demagogia. Matices al margen, está en lo cierto. La tarea a realizar es ardua; acaso sólo pueda estar emparentada -por su nivel de dificultad- con aquella que llevaron a cabo las primeras camadas de inmigrantes que arribaron al país a principios del siglo pasado y que fueron directos responsables de la prosperidad que luego sobrevendría. El espíritu con el cual tamaña empresa requiere ser encarada es de sacrificio. Y para sostenerlo será necesaria una fe que, según todos los indicios, está viva en el pueblo argentino. Resta sólo ponerla en funcionamiento en aras de un proyecto común que permita recrear el perdido bienestar colectivo.


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