Sábado. 0.45 hora. Ayacucho al 6100. Un muchacho acaba de ser detenido por el Comando Radioeléctrico. Está en el piso y con sus manos esposadas en la espalda. A unos metros hay un revólver calibre 22. "Me lo vendieron en la villa. Lo cambié por una bicicleta y una mochila", dice con la cara pegada al asfalto. En efecto, conseguir un arma en esta ciudad no es difícil. Los policías admiten que "la mayoría de los delincuentes están armados", pero aclaran que aún no hay zonas a las que no puedan ingresar. La Capital recorrió ayer la noche rosarina a bordo de un móvil del Comando y vivió de cerca cómo es una guardia en tiempos en los que el delito aumenta día a día. Hubo de todo: intentos de asalto, robos calificados, vuelcos de camiones en Circunvalación y recorridas "de rutina" por lugares "calientes" como Villa Banana, barrio Triángulo, Las Flores y Ayacucho y Circunvalación.
Pasaron 30 minutos de la madrugada y el móvil 2222 del Comando ingresa en la villa Guillermo Tell (Ayacucho y Circunvalación). La cumbia inunda el ambiente. Las miradas de los policías y un grupo de jóvenes que comparten una damajuana en medio de uno de los pasillos del asentamiento se cruzan con recelo. "Generalmente no pasa nada. Pero en verano suelen estar medio dados vuelta, y ahí se generan los problemas", admite el comisario Sixto Rodríguez, subjefe del Comando Radioeléctrico. Tiene 43 años y cuatro hijos. Dos nenas de 10, una de 14 y un varón de 18.
Trabajo sin descanso
Al volante va el sargento Jorge Sosa. También casado y padre de cinco chicos. Con 20 años de servicio, cobra mensualmente unos 700 pesos, la mitad de ellos en lecop. Cuando a las seis de la mañana culmine su patrullaje, hará un servicio adicional para engrosar su salario. Y a la noche, custodiará el partido entre Newell's y Huracán. Total: 26 horas seguidas de trabajo.
La radio suena y da cuenta de un accidente en Circunvalación. Uno de los tantos pozos acaba de provocar el vuelco de un camión con soja. Es casi la una de la madrugada y los vecinos empiezan a agolparse. Miran de lejos. "Esto sucede a diario", admite Rodríguez.
Diez minutos más tarde el patrullero llega al hospital Roque Sáenz Peña. Alguien alertó sobre un problema en la guardia, pero la llamada es falsa. Se trata de uno de los tantos bromistas que ni siquiera pueden ser detectados por los policías. Parece increíble, pero el 101 no tiene identificador de llamadas (ver aparte).
Cada zona caliente de la ciudad tiene sus delincuentes famosos. La policía los tiene identificados. Muchos heredaron la profesión. "Vienen de familias de delincuentes. Hay casos en que los abuelos murieron en enfrentamientos y hoy los más pequeños siguen robando en las calles", dice Rodríguez.
Uno de esos casos es el del clan familiar conocido por la policía como "los Chuna. Se trata de un grupo de personas que viven en villa La Lata y que suelen caer detenidas cada dos por tres", admite el comisario.
Es más, hasta hay lugares que suelen convertirse en centros de reunión de famosos delincuentes y evadidos de comisarías. "Cuando estaba abierto el rancho de Ramón Merlo, era muy común capturar a gente que estábamos buscando. Todos los sábados iban a bailar ahí", recuerda Rodríguez.
La policía sabe muy bien que en la villa no conseguirán apoyo de los vecinos. "Nunca te van a decir dónde se ocultó alguien que venís persiguiendo. Hay un pacto de silencio que muy pocos se animan a romper", asegura el comisario.
Villa Banana. 2.30 horas. El patrullero ingresa lentamente por las calles angostas y desoladas. "No hay zonas de la ciudad a las que no podamos entrar", subrayan los policías. No obstante, confiesan que "si se genera algún inconveniente, será necesario ingresar con dos o más móviles para controlar la situación".
En el Fonavi de Rouillón y bulevar Seguí un grupo de adolescentes mira con desconfianza. "Acá hay que pagar peaje", admite el comisario, al tiempo que explica que es muy difícil para un auto particular circular por allí sin previamente darles algo de dinero a quienes franquean la entrada al barrio.
El conflictivo sur
Barrio Las Delicias. 3.40 horas. Sosa aprieta el acelerador y el móvil sale a gran velocidad. La sirena rompe la monotonía de la noche. Alguien está robando en un taller de la zona y el móvil en el que va La Capital está cerca. Los delincuentes son jóvenes. Un patrullero ya los capturó y los trasladó a la comisaría 21. Son cinco. El más chico tiene 16 y el más grande 19. Un policía los mira y los reconoce. "Estos dos estuvieron acá hace un par de días por un robo", recuerda. Del más grande, en tanto, tiene un recuerdo aún mas fino. "Ya estuvo preso por homicidio", asegura. Ayer a la madrugada violentaba la puerta de un taller para robarse una moto.
La noche empieza a aclarar y es señal de que la guardia en el patrullero ya culmina. "¿Que si tenemos miedo?. Por supuesto, el miedo es natural. Y a medida que pasan los años, cuando tenés chicos y una mujer que te esperan, cada noche se te cruzan un montón de sensaciones por la cabeza", admite el comisario Rodríguez.
D.V.