Las máximas autoridades de Estados Unidos y encumbrados funcionarios del Fondo Monetario Internacional (FMI), no dejan de pasar ninguna oportunidad sin dejar de insistir que el gobierno argentino debe preparar "un plan económico sustentable" si quiere obtener el apoyo financiero internacional.
La parte más importante de este mensaje se encuentra en el reiterado uso de la palabra "sustentable" y por eso es natural que nos preguntemos ¿qué quieren decir con ello? Algo muy preciso: sustentable significa que se pueda sostener y además que se pueda explicar con argumentos sensatos. En otras palabras, nos están exigiendo algo que ellos puedan apoyar y que nosotros sepamos mantener y defender. Esto es lo "sustentable".
Y aquí debemos preocuparnos, porque recientes datos económicos y sociales señalan que nuestro problema es mucho más grave que redactar un "programa económico sustentable". Se trata de saber si Argentina sigue siendo un país sustentable o si, por el contrario, es una nación insostenible.
Pero tal cosa parece no quitar el sueño a los principales candidatos a la presidencia de la República. Salvo dos de ellos, los demás presentan una imagen patética: divagan, se van por las ramas, repiten consignas idiotas y casi siempre tratan de engañarnos. No han aprendido nada. Nuestro mayor peligro consiste en tener que elegir entre charlatanes, necios, incapaces o corruptos, para que nos salven.
Hay dos cuestiones sobre las que deberíamos exigirles ideas precisas y no palabras vanas: qué piensan sobre el increíble proceso de destrucción de la riqueza que se ha montado en la economía nacional y la implacable desocupación que se acrecienta con cada medida desacertada de los sucesivos gobernantes.
Destrucción de la riqueza
Las Naciones Unidas publican anualmente el Informe Mundial sobre las economías nacionales bajo supervisión del FMI. Allí Argentina aparece registrada como el único caso de un país que cae en picada sin que sus gobernantes hagan nada por salvarla.
En 1997 tuvimos el récord de Producto Bruto Interno (PBI) con casi 300 mil millones de dólares, es decir que producíamos bienes y servicios por 8.780 dólares por habitante, con lo cual estábamos ubicados en el lugar 33 dentro de 174 países mundiales. Para ese entonces, Argentina representaba más de la mitad de España cuyo proceso de desarrollo parecía posible de alcanzar en pocos años y ésta fue la poderosa razón por la que España se había convertido en el principal inversor de capitales de nuestro país.
Pero a partir de 1998, entramos en un estado de postración económica. Nuestros dirigentes se enfrascaron en la estéril disputa de la re-reelección y caímos en un período de decadencia intelectual más que numérica. Esta fue la causa de la prolongada recesión que abarcó los dos últimos años del gobierno menemista, que se ufanaba de gobernar con "piloto automático", es decir sin hacer nada.
Las medidas estructurales, necesarias para acompañar el proceso de crecimiento, quedaron cajoneadas y el impostergable ajuste del gasto público nunca se encaró. A partir de 1998, el PBI comenzó a caer como consecuencia de una crisis financiera que afectó a Corea, Rusia y el sudeste asiático. Luego, la depresión se fue profundizando por la inesperada devaluación brasileña que complicó nuestro comercio en el Mercosur. Pero así y todo, el índice de riesgo país mostraba 610 puntos básicos cuando De la Rúa se hizo cargo de la presidencia en diciembre de 1999. Hoy tenemos un indicador de 7.048 puntos y encabezamos la lista de los países más incumplidores del mundo, muy por encima de Brasil que llega a 2.060 y lejos de Chile, indudablemente el país más serio de la región.
Debemos recordar las insensatas medidas con que nuestros gobernantes armaron un tinglado para destruir la riqueza: los distorsionantes tributos a los intereses bancarios y a la ganancia presunta, el agresivo impuestazo de Machinea al comenzar su gestión de gobierno, las equivocadas políticas activas de Cavallo, sus ataques a la independencia del Banco Central (BCRA), el déficit cero falsificado, el apoderamiento de las reservas, la creación del feroz impuesto al cheque y por encima de todo, la delirante idea de encerrar los fondos bancarios en el corralito. Luego tuvimos una sucesión presidencial digna de un sainete, condimentada con la increíble declaración del default aclamada por los legisladores y el anuncio de la tercera moneda que se iba a emitir en cantidades siderales.
La implosión de nuestras bases económicas prosiguió con la derogación de la intangibilidad de los depósitos, la transformación del corralito en corralón financiero, la destrucción de la convertibilidad, la devaluación improvisada, la pesificación para beneficiar turbios intereses, el castigo a los exportadores con nuevas retenciones y el pisoteo del orden jurídico, violando contratos y la propiedad privada.
Argentina dejó de ser un país civilizado y se convirtió en una toldería, donde sólo interesa la constante disputa entre caciques por el poder, sin saber qué hacer cuando lo consiguen. El actual presidente llamó a este irracional proceso de demolición "el final del modelo neoliberal". Por eso, el PBI comenzó a tener fuertes caídas que alcanzaron el nivel de paroxismo en el primer semestre de este año.
En qué piensan, si es que piensan
Como no podía ser de otra manera, el PBI argentino, medido en pesos devaluados llegó a 217.067 millones, que al tipo de cambio actual equivalen a 62.019 millones de dólares o sean 1.780 dólares per cápita. Las ideas populistas y las torpes medidas adoptadas en los últimos tiempos provocaron esta feroz caída, posiblemente no registrada en ningún lugar del mundo. En sólo tres años pasamos de 8.780 a 1.780 dólares per cápita.
Según el Informe Mundial del FMI, hoy estamos a nivel de Namibia, Irán, Tonga, Micronesia, Tailandia, Rumania, Paraguay, Jordania y Ecuador, habiendo retrocedido al lugar 89 desde el puesto 33 que ocupábamos hace poco. En las actuales condiciones, los argentinos todavía tenemos la sensación de relativo confort, porque vivimos de la inercia del pasado, es decir de los stocks acumulados durante los años en que se produjeron cuantiosas inversiones, sobre todo en empresas de servicios públicos.
Pero el capital acumulado se degrada rápidamente, cuando no tiene mantenimiento adecuado, no se renueva la tecnología incorporada y no se repone al término de su vida útil. Debemos tener conciencia de que un país con un PBI per cápita de 8.500 dólares estaba en condiciones de incorporar y mantener un nivel sustentable de telefonía con fibra óptica, centrales digitales y conexiones de banda ancha con Internet.
Con ese nivel de ingresos, el país también podía disponer de sistemas conectados en red, transmitir datos e imágenes con celeridad, diagramar e imprimir periódicos a distancia, liquidar y pagar impuestos por Internet y proceder a controles cruzados mediante la informática. Pero cuando el país cae al nivel de los 1.780 dólares que hoy tenemos, nada de esto puede sostenerse. Hasta es posible pronosticar que el sistema informático sobre el cual se basan las recaudaciones de la Dirección General de Impuestos (DGI) y los controles aduaneros, puedan fragmentarse convirtiéndose en una red inservible, después de lo cual el colapso recaudatorio será una inmediata consecuencia ya que no hay nada preparado para sustituirlo por medios electrónicos, mecánicos o manuales.
Al promediar el año 2002, en plena pelea por las candidaturas, Argentina tiene un PBI inferior a las 30 empresas más importantes del mundo. Nos superan 12 corporaciones norteamericanas, 8 conglomerados japoneses, 5 empresas alemanas, 2 holding holandeses, una gran empresa francesa y otra británica. ¡Sólo la gigantesca tienda Wall Mart en Estados Unidos vende tres veces y media más que el producto bruto de Argentina!
Frente a este panorama, ¿qué ideas tienen los candidatos presidenciales para revertir el proceso de decadencia? ¿Qué van a repartir si ganan? ¿Cuándo alcancen el poder, se apoyarán en los mismos personajes que provocaron esta hecatombe? No sólo es una cuestión protocolar para el secretario del Tesoro estadounidense, Paul O'Neill, somos nosotros quienes necesitamos respuestas claras a estas preguntas cruciales para que Argentina vuelva a ser un país sustentable.