Ahora que el tiempo ha pasado, en la ciudad tucumana de Tafí Viejo ya no sienten nostalgia por aquellos años en que los grandes talleres del Ferrocarril Belgrano habían instalado esplendor y esperanza. Cuando comenzaron a construirse, a principios del siglo pasado, esas eran tierras tabacaleras. Y cuando los talleres ya funcionaban a pleno, entre 1910 y 1912, los rieles le ganaron la batalla a los tabacales. En 1925 se construyó allí el lujoso Tren Presidencial, que tenía cinco coches y una locomotora. Un derroche de finísimas maderas de Brasil, laminados de oro y soberbios tapizados. Y 30 años después unos 5 mil obreros reparaban y construían vagones. Hasta que el 1º de julio de 1980, el entonces gobernador de Tucumán, Antonio Domingo Bussi, cerró los talleres de Tafí Viejo. A 22 años de aquella tremenda decisión, Rolando Maza dice: "Mucha gente se murió de pena". En ese entonces había 2.840 trabajadores, entre obreros y empleados; muchos cobraron la indemnización y se fueron. "Fue un triste éxodo", recuerda. Entonces el silencio cubrió los enormes talleres, una sobria construcción de un kilómetro de largo por trescientos metros de ancho, con naves que albergaban las secciones de tornería y herramientas, de locomotoras y carpintería. Ahora, desde hace dos años, en un pequeño sector de la entrada, donde estuvieron las oficinas principales del viejo ferrocarril, funciona la Municipalidad de Tafí Viejo. Ese pórtico, que aún conserva cierto señorío, guarda la memoria de los buenos años, los que van de los •50 a los •70. "Este no se convirtió en un pueblo fantasma", afirma Maza. Y explica que en aquellos tiempos no sólo llegaron tucumanos a trabajar en el ferrocarril, sino que el lugar fue un crisol de razas. Los rieles atrajeron a italianos, franceses y alemanes, además de yugoslavos, sirios y japoneses. "También se afincó una colonia de belgas, tal vez la única del país que aún permanece unida", cuenta Maza, y agrega que "los italianos y españoles prefirieron trabajar la tierra y compraron fincas para cultivar cítricos, paltas y caña de azúcar". Para Maza, que hace 40 años que llegó a Tafí Viejo desde su ciudad natal, la cercana Tucumán, el cierre de los talleres fue un desafío fenomenal. "El espíritu de la gente, sus raíces de hombres y mujeres de trabajo, nunca decayó, nunca este pueblo se dio por vencido", sostiene. Privados del trabajo, miraron a su alrededor y descubrieron que la tierra podía darles la tercera oportunidad: los limones tucumanos ya comenzaban a ser una buena alternativa. Y sobrevino la tercera reconversión; primero fueron los tabacales, después los trenes y ahora los limoneros. Desde hace unos quince años esta región tucumana se convirtió en citrícola, al punto que una variedad de limón, de la empresa Vicente Trapani, fue elegida en el mercado de España como la mejor del mundo. Para este limón la productora instaló una finca más pequeña, especial. Pero además de las exportaciones a mercados de los Estados Unidos y Europa, y muy pronto a Japón, el limón de Tafí Viejo se procesa integralmente. El jugo de la cáscara sirve para aceites y el ollejo, con otras sustancias, para alimento de animales. A su vez, los avances tecnológicos permiten que haya cuatro cosechas al año, y de aquella forma artesanal de recolección, el zamarreo del árbol, se pasó a los cortadores, que trabajan con tijeras y cuidan que el fruto no se dañe. Como ocurrió en los albores de la historia de la humanidad, cuando patriarcas de la medicina como Hipócrates y Plinio reverenciaron las propiedades curativas del limón al que usaban como antitóxico y limpiador de la sangre, en Tucumán el cultivo de este cítrico se convirtió en la nueva y gran fuente de trabajo. La historia indica que pasó más de un siglo desde que el 3 de mayo de 1900, a pedido de unas veinte familias, se fundó la villa veraniega "San José de Calazans", aledaña al Camino Real, por el que llegó el militar español Pío Tristán en 1778, para combatir con las de Belgrano en la batalla de Tucumán. Un año después se le impuso a la villa tucumana el nombre de Tafí Viejo, que según el escritor Lisandro Borda es una deformación del vocablo aymaráa "taa-ui", que significa "lugar de mucho frío", mientras que el padre Cabrera, un sacerdote holandés, sostiene que viene del quechua y que quiere decir "pórtico hermoso". Pero en el imaginario popular caló hondo la leyenda que dice que Tafí era un cacique que vivía en la montaña, cuyo hijo, muy enojado con él, se afincó en un paraje cercano al que llamó Taficillo, diminutivo del nombre de su padre. En ese lugar, que aún existe, hay un pequeño caserío. Ahora, aquella villa obrera de estilo teutón, diseñada por los ingenieros alemanes que vinieron a construir los talleres, ya está integrada a Tafí Viejo. En cambio, por las vías del viejo ramal sólo pasan algunos cargueros que van hacia el norte, ya que el servicio de pasajeros no funciona desde hace quince años. (Télam)
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