Año CXXXV
 Nº 49.553
Rosario,
domingo  28 de
julio de 2002
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La historia de un comic de culto
A cuarenta años de la aparición de Mort Cinder
La obra de Héctor Oesterheld y Alberto Breccia pasó casi desapercibida en su momento

Osvaldo Aguirre / La Capital

Hace cuarenta años la historieta nacional alcanzaba uno de sus momentos insuperables: comenzaba a publicarse Mort Cinder, una historieta escrita por Héctor Germán Oesterheld y dibujada por Alberto Breccia. La obra pasó casi desapercibida en su momento, al aparecer en una revista "que no leía nadie", según dijo el ilustrador, y no fue sino años después cuando recibió la consagración que merecía su arte extraordinario.
Una de las particularidades de la historieta consiste en que fue producida en las peores condiciones que se puedan imaginar. Tanto el guionista como el ilustrador sobrellevaban situaciones personales difíciles. "Mi mujer se estaba muriendo y yo me encontraba en la miseria: salía a buscar remedios con certificado de indigencia", relató Breccia. Y como punto de partida no hubo más que una vaga charla. "Una vez, mientras comíamos -dijo Oesterheld-, le conté a Breccia que íbamos a hacer una historia con un tipo que resucitaba. La conversación no avanzó mucho más de eso". El primer episodio apareció el 20 de julio de 1962, en el número 714 de la revista Misterix; el ciclo se cerró en el número 800, el 13 de marzo de 1964. En el transcurso se desarrollaron diez historias, mediante el sistema de entregas.
La historieta, contó más tarde Oesterheld, "fue hecha en una época mía muy complicada; tomé el trabajo por unos pesos, que eran pocos, escasos. Y empecé a construir los primeros episodios a fuerza de oficio. Yo no tenía tiempo, por todos los trabajos que hacía, para detenerme una tarde a pensarla un poco. Las deficiencias, las indefiniciones de Mort Cinder son las que fueron festejadas como un acierto".
Una de tales "deficiencias" es la demora en la presentación del protagonista, cuyas características fueron definidas con la publicación en marcha. La historieta comenzó con la presentación del narrador de las historias, Ezra Winston, un viejo anticuario británico. El oficio del personaje resulta ser el sustento de una poética de la narración. Las cosas viejas, sostenía Oesterheld, "quedan impregnadas de la vida que las envolvió", son portadoras "de una materia inerte". La compra de unas antigüedades, en el primer episodio, reaviva por caso una historia del antiguo Egipto. El recurso aparece luego utilizado para dar pie a otros relatos: contar la historia significa entonces desplegar las huellas latentes en los objetos.
En "Los ojos de plomo", el capítulo más extenso e importante del ciclo, Ezra Winston es llevado al encuentro de Mort Cinder a través de un alucinante camino hecho de señales y advertencias. El anticuario se halla ante una sucesión de objetos extraños -un amuleto, un reloj detenido en una hora- que cree recibir por casualidad; pronto advierte que son datos de una historia que transcurre en secreto y que aparece en la superficie cuando un criminal que murió ahorcado sale de su tumba y se presenta como Mort Cinder.
El núcleo del episodio remite a un viejo tópico de la literatura fantástica: los ojos de plomo son la monstruosa creación de un científico demente, que actúa impulsado por la ambición de poder. La marca personal de Oesterheld se encuentra en el armado de la historia, pautado por el suspenso, y en la prosa poética con que se narra el argumento y se construye una atmósfera de pesadilla.
Breccia no ilustra ese clima, sino que lo realiza. Las siluetas de los personajes y los lugares de la acción se imponen como porciones de luz arrancadas a una oscuridad absoluta, que significa el reino de la muerte y el decurso de un mundo ignorado. Allí, como luego también en dos notables historias ambientadas en una penitenciaria, el uso de las sombras como sugerencia proyectada de la magnitud de una imagen "nos hace pensar que ésta nunca es una e inequívoca", según observó Carlos Sampayo; el contraste de luces, a través del cual se sugiere el ambiente, rompe a su vez la uniformidad geométrica convencional.
No hace falta más que tomar un objeto de la tienda de Ezra para que se desate una vieja historia, de la que Mort Cinder fue testigo y protagonista. En "La torre de Babel" un trozo de ladrillo hallado entre unas chucherías remite a una nueva versión del mito bíblico. Allí se da cuenta del motivo de la confusión de las lenguas: un castigo a la ambición humana de llegar a otros mundos. El hecho narrado por la historieta suele ser apenas un fragmento de una historia mucho más vasta: en "La tumba de Lisis", se asiste al final de una fábula amorosa desplegada a través de "siglos" y "galaxias"; en "El vitral", se reactualiza la remota maldición de un sacerdote inca.
El anticuario presenta rasgos del amateur, un tipo de personaje que en la visión de Oesterheld -autor de El Eternauta, Sargento Kirk y otras grandes obras de la historieta nacional- posee conocimientos tan amplios como disímiles y que aventaja por cuestiones prácticas al especialista. A la vez funciona como nexo entre el protagonista y el lector. No sólo porque actúa como narrador, sino también porque suele reaccionar con las emociones de una persona común.
El acompañante del protagonista es testigo de su aparición y a la vez contacto del lector con la aventura. Es un reflejo, en la propia historia, del asombro y la fascinación que siente el lector ante el mundo maravilloso que supieron crear los artistas.



Mort Cinder es el protagonista de la recordada historieta.
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