| | Editorial Un golpe que anestesia
| El 24 por ciento de desocupación, dado a conocer por el gobierno sin anestesia y con parcialidades por lo menos injustas, es un cachetazo demasiado fuerte como para que la vida diaria se considere bajo los parámetros habituales, esos que las costumbres han determinado como aceptables para referirse a los hechos que una sociedad genera sin solución de continuidad. Los rosarinos, por la prepotencia de una crisis tantas veces nombrada que se ha tornado inmanente, viven esa vida diaria dejando en suspenso distintas cuestiones que hace pocos meses, aunque en el tiempo subjetivo parezca muchos años, tenían otro peso específico. Así, apenas causa inquietud que las calles céntricas hayan perdido el ambiente que enmarcaron durante décadas y estén convertidas apenas en una extensión pobrísima de mercados al aire libre. Como los rayos de una rueda, la imagen se repite en los centros comerciales de los barrios. La pobreza deviene en miseria, y ésta en suciedad, abandono y cansancio de luchar contra lo que la realidad impone con tanta fuerza y pertinacia. Algunas voces se han alzado hacia el gobierno municipal para que se limpien las calles, lo que no alcanza, porque el mantenimiento urbano ha sido también víctima de la interminable y apremiante cadena de ajustes, que empiezan por los aportes, siguen en el recorte de servicios de los concesionarios privados y terminan en la agustiosa supervivencia de la prestación de la salud pública. Tampoco alcanza porque solamente con la creación de puestos de trabajo genuinos que permitan al menos una pobreza digna se podrá erradicar la miseria de los puestos callejeros y la interminable fila de personas que viven de la basura, los cuidacoches y cualquiera de las otras manifestaciones la que la falta de oportunidades obliga. Antes de que pueda tocarse con la mano el reino de la utopía, hace falta que en la ciudad se recomponga el ejercicio de las responsabilidades, y de las culpas, en todas las esferas de decisión, de arriba para abajo en la pirámide del poder, desde los pocos que viven muy bien hasta los tantísimos que nada más respiran. Apenas después, la basura de las calles terminará, como por una mágica circunstancia, en los tachos y contenedores. Porque en estos días, la miseria no está reflejada solamente en los desperdicios dejados arriba del suelo.
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