| | Editorial El drama de la inseguridad
| Entre los múltiples efectos negativos de la crisis que hace tiempo aflige a los argentinos, considerada por los especialistas como la peor que ha sufrido una nación emergente en los últimos cuarenta años, el aumento de los índices del delito constituye uno de los más dramáticos. En una sociedad fragmentada, con elevados índices de marginalidad y desempleo, la inseguridad se ha tornado cotidiana. Y ante el auge de los hechos delictivos muchos ciudadanos optan por enfrentar el fuego con fuego, armándose para combatir a los malvivientes por cuenta propia. Semejante actitud acarrea un grave peligro. El caso de la zona rosarina comprendida entre las calles Provincias Unidas, Gorriti, Cullen y Junín, a sólo diez minutos en automóvil del centro de la ciudad, resulta paradigmático: los vecinos, hartos de soportar una creciente ola de robos, asaltos y arrebatos, no dudan en exhibir públicamente poderosas armas de fuego que han adquirido para defenderse de los malhechores, en el mejor estilo del Lejano Oeste norteamericano. Afirman -categóricos- que la policía "no hace nada". Desde la comisaría 12ª, en tanto, argumentan una alarmante carencia de elementos materiales para hacer frente a la situación. Lo concreto es que en el lugar se percibe una atmósfera de miedo. Como ejemplo, basta relatar que mientras un cronista de La Capital cubría una asamblea vecinal convocada para tratar el tema de la inseguridad dos jóvenes pasaron en ciclomotor disparando al aire con una pistola calibre 45. Cuando el descreimiento en las instituciones cala tan hondo en la gente, como sucede en este caso puntual en relación con el accionar de la policía, se vive en un estado cercano a la anarquía y se debilitan profundamente presupuestos básicos de la vida en sociedad. Claro que no resulta sencillo cuestionar la decisión de quienes optan por armarse para enfrentar el delito, en el sentido de que de esa manera satisfacen una elemental necesidad de protección. Pero, por otra parte, conviene recordar que la función de preservar la seguridad está en las manos de un organismo específico, preparado para ello: la policía. Y que sustituirlo por la acción individual implica un peligroso retroceso. Lo único que no puede tolerarse en relación con esta situación es la indiferencia. Desde la esfera del Estado corresponde que se den las respuestas adecuadas; y rápido. Si quiere emerger ilesa de la crisis, la sociedad argentina debe reconstruir el imperio de la ley y fortalecer el estado de derecho. De lo contrario, el abismo en que podría caer reduce la difícil situación actual a una mera caricatura.
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