Karl Popper, uno de los más grandes especialistas en lógica de la investigación científica de los últimos años, afirmaba que "la falta de claridad en las explicaciones de los dirigentes, pueden significar sólo dos cosas: que estamos en presencia de un error y entonces no entienden lo que dicen o de una estafa intelectual y entonces pretenden engañarnos".
Un juicio tan lapidario cabe exactamente hoy al confuso lenguaje con que se expresan los candidatos a presidir la República.
Nuestra dirigencia en general, no sólo política, está demostrando a ojos vista una enorme falta de cultura y este déficit es precisamente uno de los temas cruciales de porqué son incapaces de concebir un proyecto integral para salir del pozo en que estamos sumergidos.
No tienen ideas y carecen de la suficiente humildad para reconocerlo.
Los líderes mundiales se han cansado de reclamar que elaboren un plan económico sustentable, pero no saben hacerlo.
Esta incapacidad intelectual es preocupante y señala el increíblemente bajo nivel de preparación que tienen. No sólo ignoran cómo ordenar sus ideas, sino que cuando toman medidas prácticas tampoco comprenden que cualquier aspecto parcial de su gestión al frente del gobierno, tiene una interdependencia sumamente directa e inmediata con todas las demás cuestiones de su gestión.
Con tales defectos demuestran su falta de cultura.
Cultura, masa y pueblo
La cultura supone varias cosas, entre ellas, compartir valores y mantener reglas fijas. El primer signo de incultura aparece cuando advertimos cómo se hacen oídos sordos a los reclamos de la gente por la liberación del corralito, la aplicación de penas efectivas para los asesinos y las demandas de que no se permita utilizar a los niños como instrumentos del delito.
En estos casos, claramente la clase política aparece divorciada de los valores de la sociedad, demostrando que defienden intereses contrarios al bien común.
La cultura también exige una disciplina intelectual que se adquiere con el estudio, el debate racional de las ideas, la reflexión profunda sobre temas específicos y la comprensión de las vinculaciones de cualquier tema con cuestiones aparentemente ajenas. Pero nada de esto forma parte del bagaje de nuestra dirigencia que se ha especializado en la técnica de atacar al adversario con falsas acusaciones y utilizar la retórica para ocultar la desnudez del pensamiento.
Además, la cultura requiere que los instintos evolucionen hacia formas de pensamiento racional, caracterizadas por la conciencia de que hay límites que no se pueden trasponer y que nuestro bienestar no se alcanza haciendo lo que se nos da la gana sino cumpliendo con nuestro deber, reprimiendo las malas inclinaciones.
Si los dirigentes políticos sólo piensan en adular a las turbas o peor aún, incitar multitudes para escrachar, amedrentar o saquear a quienes son considerados opositores, entonces abandonan la función primordial de dar el ejemplo e impiden que la muchedumbre se eleve culturalmente para convertirse de "masa irracional" en "pueblo inteligente".
Mientras la política se siga manejando con bandas de patoteros no sólo se resquebraja el edificio de la cultura, sino que se provoca su derrumbe. El poder ciego de las masas se convierte en el cauce impetuoso y destructivo que no respetará a nada ni a nadie. Esto es lo que estamos soportando a diario con las manifestaciones de brutal agresión contra los edificios bancarios, destruyendo el patrimonio edilicio urbano que es irrevocablemente nuestro, porque los banqueros nunca podrán llevarse a sus países de origen los edificios que prestigiaban nuestro entorno y que hoy lucen con sus mármoles destruídos, sus molduras arrancadas y sus fachadas embadurnadas groseramente.
Estas actitudes salvajes son exactamente una réplica de las producidas por las turbas que cortan las rutas y las bandas que hace poco asaltaron el Congreso Nacional tirando muebles históricos por la ventana.
Los pueblos son regidos por una clase dirigente y por eso las sociedades se desdoblan en una capa directora relativamente reducida y una capa dirigida mucho más extensa.
Existen épocas en que las clases dirigentes son pacíficamente aceptadas y reconocidas por toda la sociedad. Pero en otras épocas, como las actuales, son rápidamente repudiadas. De allí surgen gravísimos problemas porque el desplazamiento de una clase dirigente por otros grupos que aspiran al gobierno tiene lugar generalmente por medios violentos y con derramamiento de sangre.
Cuando las antiguas capas rectoras son incapaces de tener ideas para responder a las aspiraciones de orden, progreso y justicia de los ciudadanos, se ven desafiadas por nuevos candidatos a sustituirlas.
Las luchas entre esos grupos se hace según esquemas clásicos. En primer lugar la vieja dirigencia se desdobla entre un grupo recalcitrante que quiere mantener sus privilegios y sólo confía en sus fieles seguidores, pero surge otro grupo que quiere pactar con quienes quieren reemplazarlos, pretendiendo negociar su apoyo para escalar posiciones.
Si los viejos dirigentes mantienen grupos de matones comprados con dinero, entonces es posible que defiendan sus posiciones encarnizadamente y estén dispuestos a una lucha mortal.
Para desenvolverse en esta acción, tanto la capa rectora actual, como la que piensa sustituirla y la de quienes están dispuestos a negociar con los advenedizos, todos esos grupos necesitan ideas y como carecen de cultura, se apoderan de las "ideologías".
Declaran luchar por la democracia, aunque no posean espíritu democrático, y añaden sus propuestas ideológicas. La vieja guardia anuncia que va a luchar "contra el modelo neoliberal" y "contra los sectores especulativos".
Los opositores pretenden levantar la bandera del "progresismo" para imponer los nuevos derechos que igualarían los resultados entre todos, distribuyendo los bienes de quienes tienen algo para entregarlos a los que nada cuentan.
Así se produce un carnaval de ideologías sin que pueda reconocerse quién lleva las máscaras.
Son distintos grupos de poder político o económico que aspiran al poder y en estas luchas utilizan, con sentido propagandístico, palabras como "democracia directa", "asambleas populares" y "derechos humanos".
Son meras armas de lucha, medios para conquistar o defender el poder y seguir gozando de buenos ingresos.
Esta exhibición es una gran farsa que tiende a la instauración de intereses particulares. Por eso exigen subvenciones, ingresos garantizados, elevaciones compulsivas de salarios, aranceles proteccionistas y nacionalización de empresas.
Las ideologías se convierten en instrumentos al servicio de estos intereses.
Las leyendas de que los dioses y los titanes, que antiguamente dominaban las relaciones del hombre con la naturaleza, se convierten en las nuevas leyendas donde "imperialismo", "globalización" y "progresismo" son contemplados hoy como los nuevos espíritus demoníacos que dirigen la vida social y donde todo depende de ellos.
En tal caso, los mitos han desplazado a la razón y las diferentes doctrinas políticas son como doctrinas secularizadas que chocan entre sí. La lucha entre "socialismo" y "capitalismo" se convierte en una lucha de dogmas que oculta la defensa irracional de los propios intereses.
En rigor no son las turbas las que cambian, sino las capas rectores las que luchando unas contra otras intentan arrastrar tras de sí a las muchedumbres llenándoles la cabeza con profecías mesiánicas y argumentos bastardos. Dentro de este ambiente irracional, la principal víctima es el orden económico-social sin cuya solución ninguno de los contrincantes tendrá posibilidad de vivir decentemente.
El problema que se nos presenta entonces es sumamente grave. En un mundo globalizado que no está dispuesto a ayudar si no se cumplen ciertas reglas de comportamiento muy rígidas, ¿cómo podemos superar en Argentina el problema de la organización política con este carnaval de ideologías y de intereses que luchan por aferrarse u ocupar el poder? Tal es la pregunta de mayor importancia que hasta ahora nadie ha formulado y nadie se ha preocupado por intentar responder.
¿Frente al caos ideológico es posible establecer una propuesta seria y racional para refundar la patria? ¿En la lucha ideológica entre los distintos grupos dirigentes, hay por lo menos el convencimiento de que existe un orden social satisfactorio de cuyo sostenimiento depende nuestra propia existencia? ¿Es acaso posible crear unas líneas fundamentales de ordenamiento legal, jurídico, administrativo, económico, laboral, impositivo y previsional que sean distintas de las simples ideologías vinculadas a intereses subalternos?
De la respuesta adecuada a estos interrogantes depende la esperanza de un futuro mejor para nosotros y nuestros hijos.