Villa Gobernador Gálvez. - Una campana donada desde Italia estuvo 673 días esperando ser liberada de las formalidades del puerto de Buenos Aires. Llegó desde Génova, y el aparato de impedir de la burocracia la inmovilizó con un ir y venir de diligencias que incluyeron un cartelito insólito: "párroco fallecido", en alusión al destinatario del regalo, el Hermano Carlos Vener, de la parroquia de San Enrique, que no sólo goza de buena salud, sino que ya está pensando cómo construir el campanario.
Hoy la campana está en el atrio del templo, sólida y silenciosa, con la etiqueta de procedencia aún intacta y la marca de fábrica acuñada en su bronce. Pero la historia arranca en febrero de 2000 cuando el sacerdote italiano Agostino Temporelli, de la diócesis de Novara, de visita en Villa Gobernador Gálvez notó que el templo nuevo de San Enrique no tenía campanario.
"En su generosidad y temperamento italiano me prometió que a su regreso, iba a enviarme una campana", relató el Padre Carlos. Cinco meses después, el 13 de julio de 2000, día de San Enrique, la promesa se cumplió con la partida de una campana desde el puerto de Génova, en la nave República de Venecia. El regalo arribó a Buenos Aires el 28 de agosto de ese año.
Pero todavía estaba lejos el final de la historia. Porque allí comenzó una pesada trama que incluyó papeles, documentos, sellos y firmas, para que la donación pudiera salir del puerto libre de impuestos y estadía. Las diligencias insumieron una carpeta de 35 hojas, numerosas llamadas telefónicas, envíos de fax y una disposición insólita que declaraba fallecido al párroco de San Enrique.
Il morto chi parla
"No pudieron rematar la campana porque no apareció mi acta de defunción", comentó risueño el Padre Carlos Vener que atiende una población de unos 60 mil feligreses, distribuidos en once barrios con sus correspondientes capillas. El templo nuevo de San Enrique está frente a la plaza principal de Villa Gobernador Gálvez, y a cinco cuadras del lugar está ubicado otro templo bajo la misma advocación, que nació con la ciudad, unos 114 años atrás.
Salvada del remate, la campana ahora espera su verdadero destino, un lugar desde donde pueda tañir anunciando tanto las buenas nuevas como las otras, como reflejo de las contradicciones que entraman la vida cotidiana. "Con diez centavos cada vecino podemos levantar el campanario", aseguró un esperanzado Padre Carlos, apoyado en el parante que por ahora sostiene a la recuperada campana.