"Mis novelas no son negras sino rojas: critico a la sociedad desde la izquierda". Así de categórica es la definición del sueco Henning Mankell, un fenómeno de venta masiva en Europa, sobre sus historias protagonizadas por el detective Kurt Wallander que están haciendo pie también en la devaluada Argentina. Estas novelas han sido editadas por Tusquets.
En efecto, con "La falsa pista" se termina de distribuir entre nosotros la tercera novela que tiene como personaje conductor a Wallander, ficción de gran suspenso sobre un caso de asesinatos en serie que su autor quiere que sea leída como "una tragedia clásica renovada", antes que como una nueva novela negra. Hasta tal punto Mankell desea que se lo mantenga al margen del género que aclara que casi no lee relatos policiales. Lo más que admite es que se lo ubique en cercanías de aquel John Le Carré que escribía historias grises sobre espías derrotados.
Los hechos narrados transcurren en la región de Escania, ubicada al sur de Suecia, a lo largo de los atribulados años 90. "Asesinos sin rostro" sucede en el comienzo de la década, "La falsa pista" se desarrolla en el caluroso verano sueco del 94 cuando se disputaba el Mundial de Fútbol y "La quinta mujer", abarca desde el inicio del otoño y los finales de ese mismo 1994. Esas son hasta ahora las tres historias que se conocen en castellano de las nueve protagonizadas por Wallander.
Mankell tiene una curiosa vida: la casi totalidad de su tiempo la pasa no en Suecia sino en Mozambique, el país africano en el que dirige el Teatro Nacional junto a su esposa Eva, hija del gran director sueco Ingmar Bergman. Ha escrito una veintena de novelas, obras teatrales y textos de literatura infantil. Entre sus novelas se destacan algunas alejadas del mundo de Wallander y que transcurren en Africa. La primera de ellas traducida al castellano se titula "Comedia infantil" y aún no ha sido distribuida en nuestro país.
Una Europa de la intolerancia
Para una mejor comprensión de su personaje Wallander y sobre sus intenciones estéticas y éticas quizás ayude esta declaración: "Llevo una vida muy poco dramática. Vivo en un piso en la ciudad, trabajo en el teatro y escribo. Lo que sí es dramática es la razón por la que me fui allí (a Africa). Quería encontrar un punto de vista alejado del egoísmo europeo, de ese no escuchar, de ese muro de intolerancia que construimos tras la caída del Muro de Berlín".
Y también: "Vemos gente ahogada en playas españolas, inmigrantes que mueren asfixiados en camiones, barcos en los que se hacinan los refugiados. Hay mucho que escribir sobre eso. Es el peor escenario posible. ¿Es eso lo que queremos? Yo creo que debemos abrir las fronteras, saber que el mundo es sólo uno, asumir que necesitamos inmigrantes y que lo que produce la violencia es la brecha entre los que tienen mucho y los que no tienen nada".
Desde esa perspectiva se pueden entender mejor las "investigaciones" de Wallander. Un hombre grande, confundido, que trata de recuperar con una segunda mujer, extranjera, lo que ha sido su hogar destruido, mientras intenta entender a su hija y acompañar a su padre, afectado por el Alzheimer, en sus últimos años de vida.
Es un jefe de policía eficaz que sabe que en lo profundo de ese presunto mundo de paz y comprensión que es Suecia laten la intolerancia, las marcadas diferencias sociales, la xenofobia. Y algo más: que ya no hay seguridades, que el mundo se desliza cada vez más aceleradamente hacia el caos. Esta sensación de pérdida, tan propia de la posmodernidad, es lo que hace comprensible que las historias de Mankell tengan comprensión y repercusión entre lectores contemporáneos que viven en sus experiencias personales tribulaciones semejantes a las que perturban a Wallander.
Viejos campesinos que han vivido en el aislamiento su reconcentrada existencia puritana y xenófoba y que aparecen ultimados en forma horrorosa ("Asesinos sin rostro"); un homicida en serie que pone al descubierto la trata de blancas -más concretamente: el contrabando de jóvenes latinas que son trasladadas como esclavas a los burdeles de la no tan liberada Europa del Este- ("La falsa pista"); mujeres que buscan vengarse con saña del poder masculino ("La quinta mujer"), tales las historias criminales con las que tropieza el investigador y que trata de desentrañar mientras el mundo que conoce y su propio orbe personal tienden a desintegrarse.
Aunque se trate de novelas muy independientes entre sí (lo que el lector no leyó respecto de historias anteriores, Mankell lo sabe recuperar en breves pero precisas líneas), se entienden mejor cuando se las ve como partes de un todo que nos hace saber que el estado de bienestar que tanto caracterizó a Suecia, en los 90, que es decir ahora mismo, registra grietas cada vez más profundas que emergen por todas partes, la mayor de las cuales se llama intolerancia ante el diferente, especialmente ante el extranjero.
Wallander se rodea de un equipo de efectivos policías que cargan también con sus propias historias: la eficaz Ann-Brit Höglund (aunque desconfiando al principio de ella, se volverá de a poco su mano derecha y confidente); el irritable técnico Nyberg; los detectives Martinsson y Svedberg, por citar a los personajes que más se reiteran en las distintas investigaciones, mientras extraña a Rydberg, su jefe y mentor, quien muere poco después de iniciadas las primeras historias de la saga.
Lo "nuclear" de los relatos reside en el hecho de que Wallander es un humano que se equivoca de manera reiterada pero que no ceja en el objetivo de desentrañar la verdad de cada enigma que se le presenta. Esa verdad queda develada antes al lector que a los investigadores (Mankell procede un poco a lo Hitchcock, que ofrecía detalles al espectador que sus personajes desconocían), quienes siempre se encuentran con dificultades para penetrar en la piedra dura que les significa las "falsas pistas" con las que a cada momento tropiezan y ante las cuales actúan desconcertados.
Y el resto es Wallander, el hombre confundido, que trata de hacer pie en medio del vendaval de emociones y desencuentros, mientras escucha música clásica, casi no duerme ni come, y se desespera porque más allá de sus aciertos tiene plena conciencia de que lo leal del mundo, aquello que le daba cierto sentido, se desmorona en su derredor y sin que nada aparezca para sustituirlo. Al menos hasta ahora.