Año CXXXV
 Nº 49.539
Rosario,
domingo  14 de
julio de 2002
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Quebec: La muralla del Norte
Desde el siglo XVII, a orillas del río San Lorenzo, muestra con orgullo su origen francés

Quebec es única. Compararla con otra ciudad sería caer en un grave error. Dicen que lo pequeño suele ser bello, y eso representa esta cuna de la civilización francesa en América. Declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco, conserva el derecho de ser la única urbe amurallada de América del Norte.
Ubicada sobre los acantilados del río San Lorenzo, fue fundada por Samuel de Champlain en 1608 y ostenta el título de capital de la provincia de Quebec. Apenas la separan 250 kilómetros de Montreal, con no más de 600 mil habitantes, muchos de origen multiétnico. El Gran Quebec abarca la comunidad urbana homónima, la Cìte de Beaupre, la isla de Orleans, Jacques Cartier área y Portneuf área.
Para iniciar una visita a esta dama de delicada prestancia -Quebec quiere decir estrecho, y algunos arriesgan a decir la Gibraltar de América- nada mejor que empezar por las planicies de Abraham, jardines ubicados exactamente donde se libró una corta batalla en la que finalmente Quebec pasó a posesión inglesa. Allí se vivieron las alternativas de los enfrentamientos que tuvieron los jefes militares de la talla de Wolfe y Montcalm, y luego Murray y Levis.
Ahora, en este parque urbano con sendas para bicicletas se levanta una figura ecuestre de Juana de Arco y el pasto aparece cubierto en otoño por hojas de arce (el popular maple del escudo nacional) de colores verdes, rojos, amarillos.
Muy cerca de allí abre sus puertas el Museo de Quebec, de arquitectura moderna y custodio de una galería de arte muy prestigiosa. Luego el recorrido puede continuar en la Citadelle, la zona fortificada de la ciudad. De allí un fugaz paso frente al Parliament Hill, edificio cuya construcción se remonta al renacimiento francés (siglo XVI), donde actualmente funciona la sede de gobierno de la provincia.

La Ciudad Vieja
Pero el plato fuerte para los ojos y el placer de recrear el espíritu francés en toda su intensidad se encuentran en la Ciudad Vieja. Este sector lo precede el Chateau Frontenac (nombre de uno de los gobernadores de la Nueva Francia, el conde Frontenac) con su famosísima terraza Dufferin, en la cual durante el verano hay todo tipo de espectáculos al aire libre, en especial musicales, y jazz en particular.
Este castillo de estilo francés del siglo XVII sobresale imponente en la parte alta de la ciudad. Desde la mencionada terraza se ve el puerto de Quebec y un funicular facilita el descenso al sector bajo del Viejo Quebec.
Las callejuelas empinadas de la "old town" se pavonean con restaurantes cinco tenedores como el Serge Bruyere, Portofino, Anciens Canadiens, entre otros, y pequeños negocios combinan la arquitectura colonial con la sosegada actividad comercial.
En este sector se encuentran también el Museo de la América Francesa, el Seminario, la Plaza de Armas, la preciosa basílica de Notre Dame de Quebec donde se lleva a cabo un espectáculo del luz y sonido llamado Act of Faith (Acto de Fe) y el Museo de Arte Brousseau, dedicado a la cultura aborigen inuit y el museo de las Ursulinas. Sitio obligado para no olvidar es la Place Royale, uno de los "must" de Quebec; ahí se considera que está la piedra fundacional, el primitivo poblado donde estuvo el primer establecimiento de la Nueva Francia.
La callecita más antigua de Quebec, y para muchos la más bonita, es Petit Champlain, en el Quartier Petit Champlain, donde negocios de joyas, pinturas y restaurantes, todos muy sofisticados, le ponen color, distinción y glamour a los ojos del viajero. Una recomendación para paladares exigentes: una cena en el Marie Clarise.
El centro de esquí más cercano a Quebec, Mont Sainte Anne, queda a unos 40 kilómetros de la ciudad y ofrece la posibilidad de realizar prácticas nocturnas.
Entre otras curiosidades de la ciudad, el Carnaval de Invierno se realiza en febrero y es el cuarto en importancia en el mundo después de Rio de Janeiro, Venecia y Niza. Allí se hacen concursos de esculturas de hielo, carreras de patín y trineo.

Un salto al agua
A cinco kilómetros de Quebec, las cataratas de Montmorency son otro punto de atracción, a pesar de que no alcanzan a los 100 metros de altura. En invierno se congelan, pero en el estío se puede cruzar el salto a través de un seguro puente desde donde también se divisa el río San Lorenzo.
En el camino puede hacerse un alto en la basílica de St. Anne de Beaupre, como también visitar "economusee", pequeñas fábricas que exponen y venden sus productos, como el dedicado a la exquisita miel donde se exhibe todo el sistema con el cual es purificada la miel y se crían las abejas.
El verano llega a Quebec, año tras año, para descubrir el espíritu de la ciudad en cada calle. El pulso ciudadano acompasa la música y la alegría de sentir aquí, en un precioso e histórico enclave francés, el vibrante corazón canadiense.



La ciudad es la cuna del legado francés en América.
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